4 años y 8 meses después.
13 de agosto.
Me siento encima de la tapa del retrete, ahora mismo me importa una hectárea de maíz todos los virus o bacterias que tendrá, porque todo el problema que mi mente —teniendo en cuenta lo que he estado sintiendo estás últimas semanas —acaba de crear es mucho peor que eso. Sí, peor. Paso mis manos por mi desordenado cabello y sin querer las piernas me empiezan a sudar, todo el santo cuerpo me empieza a sudar como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico, eso sería lo último. Debo tranquilizarme y no precipitarme a las cosas, me puedo estar equivocando, espero estar equivocándome. Sin querer los ojos se me cristalizan, muchas preocupaciones se me cruzan por la cabeza y solo puedo pensar en lo que dirán mis padres, o los padres de Lowell, o peor aún, Lowell. Me paso el antebrazo por la nariz y trato de limpiarme las lágrimas, agarro el bolso que había tirado en el suelo y busco apresuradamente mi teléfono, por obvias razones la cabeza me empieza a picar y ni hablar de lo feo que me temblaban las manos.
Busco el número de Lowell y marco sin pensar si se encuentra ocupado en este instante, ya ni recuerdo cuál era su horario con todo lo que está pasando por mi mente en este momento. Al primer intento contesta, siempre lo hace. Le agradezco que lo haga.
—¿Lowell? —hablo y enseguida me doy cuenta de lo forzoso que se escuchó eso, se notaba a leguas lo mal que me encontraba.
—Lunar, ¿Qué tienes? ¿Te pasó algo? —pregunta provocando que los ojos se me humedezcan de nuevo, sabía que podía notarlo.
—¿Estás ocupado?
Solo rezo para que me diga que no, necesito salir de aquí de inmediato y comprobar todas mis sospechas y sé que sola no podré hacerlo. Ojalá tuviera a Eliana a mi lado justo ahora.
—Estaba en una presentación, pero no importa ¿aún estás en la universidad?
Me siento fatal por haberlo interrumpido, pero no puedo hacer esto sin él.
—Sí.
—Iré por ti enseguida.
Apago el teléfono y como puedo lo guardo en el bolso, me quito los tacones que traía, desde que entré a este lugar los detesté en absoluto, pero por el código de vestimenta debía traerlos, saqué mis deportivos de repuesto y con cuidado me los puse. Esos tacones iban a destruirme los riñones. Me coloco de pie y cuando salgo a la zona de los lavabos agradezco que solo estuvieran dos chicas allí maquillándose, no quería que un montón de gente me viera en este horroroso estado y más cuando todos me reconocen.
Me miro en el espejo y claramente tengo la cara roja, me echo mucha agua con la intención de apartar todo pensamiento negativo y me agarro el cabello en una cola alta. Me percato por el reflejo del espejo que las dos chicas estaban susurrando entre ellas, claramente sobre mí. Ruedo los ojos sin que lo noten.
—¿Se encuentra bien, señorita Nicole? —me pregunta una de ellas, podía observar que tenía mucha curiosidad por lo que me estaba pasando con tan solo mirarla. Odiaba la amabilidad fingida que muchos utilizaban por educación, he comprendido tanto a Lowell estos últimos años que ahora lo admiro el triple.
—Estoy bien, gracias.
Respiro profundo y salgo del baño por fin, agarro el ascensor antes de que este se cerrara, había varias personas adentro y como todos en la escuela me quedan mirando con cierto ápice de asombro, ya me he acoplado un poco a eso, pero en este instante no me agrada para nada. Aprieto mi bolso contra mi pecho mientras miraba cómo bajábamos los pisos, odiaba que este lugar tuviera tantos pisos, bueno creo que hoy estoy odiando absolutamente todo. Menos mal ya no tenía alguna clase faltante y agradecía que fuera justamente viernes.
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En Medio de Coronas
Ficção AdolescenteNicole nunca se imaginó fijarse en él, pero su desinteresada forma de ver el mundo y su maravillosa manera de hablar la volvían loca. Él tenía apariencia de chico coqueto e insensible, pero lo que nadie sabía era que sobre su espalda recaía el rumbo...