Epílogo "El inicio de un final"

588 42 34
                                    

"La muerte es el deseo de algunos, el alivio de otros, y el fin de todos" Martin Luther King.

.

.

.

Los nervios no la detuvieron al observar esa fachada tan deplorable. Dio gracias al cielo al no perder tanto tiempo en registrarse; sería una visita muy corta. Un guardia la condujo a una habitación gris, un lugar demasiado triste en donde cualquier persona imploraría por no quedarse un par de horas ahí. Mei recordó, inmediatamente, que la tonalidad de la habitación hacía juego con los característicos colores de un día nublado y tormentoso. Miró a su alrededor, y se dirigió a una de las varias cabinas que estaban vacías. Se sentó a esperar con una tranquilidad que envidiaría a cualquiera que no supiera controlar los nervios. Su confianza se le notaba en su rostro, en su postura, en su cuerpo; en todo ella. Él no merecía siquiera que Mei se enfadara, nada de emociones; aunque por dentro sentía que se estaba desmoronando. Habían pasado años, 8 para ser exactos; y había llegado el día que lo tendría enfrente después de tanto. Mei oyó el chirrido de una puerta metálica abrirse, pasando primero un guardia y detrás de éste caminando erguido—, la persona que era el padre de sus difuntos hijos. Hubo un incomodo intercambio de miradas en esas dos personas que fueron unidas por el amor hacía bastante tiempo, un amor que se extinguió por varios pecados que fueron cometidos con la comparecencia de desgracias. Negro y verde se volvieron encontrar, cada uno con sentimientos diferentes; el primero de sorpresa y miedo, mientras que el segundo odio y valentía. El hombre se sentó de pronto frente a ella, temiendo lo peor ante esa visita inesperada; intuía lo que iba a escuchar a continuación y a pesar de estar al tanto de la situación no estaba preparado para oír lo inevitable. Era obvio que Mei no había venido a verlo para hablar sobre ellos o sobre la empresa, ¡no! era algo más que esas trivialidades. Ambos se escudriñaban, marcando en sus memorias el rostro del otro porque era claro que ese sería la última vez que se verían. En segundos, el teléfono llegó a la mano de los adultos, poniéndoselo en la oreja al mismo tiempo. El verde notó en el negro duda, miedo, no había ninguna pizca de valentía y orgullo que tanto presumió en sus años mozos. Ahora era un ser patético que se pudría en vida. Qué ironía. Entonces esa voz que retumbaba en sus pesadillas llegó a perforar su oído aumentando su rabia.

Mei, no esperaba tu visitadijo el recluso, titubeante. A pesar del odio con el que fue mirado, no pudo negar que sintió un gusto en volver a ver esos hermosos ojos verdes.

Mei sonrió ante ese débil intento de cortesía. Ansiaba irse de ahí, así que dijo sin más:

Nuestro hijo murió. Al fin de cuentas eras su padre y tenía que avisarte.

Tan desbordante de rencor, orgullo y pudor; Mei contempló la reacción de Vegeta quien tenía los ojos muy abiertos, y sin evitar sorprenderse, lo vio por primera vez llorando. Al parecer no le importó la presencia de su esposa y del guardia, Vegeta estaba sufriendo, gimoteando como un perro herido, sus espasmos podrían pasar como convulsiones. Encorvado y con la cabeza gacha, Ouiji se desplomó en la mesa sin soltar el teléfono y teniéndolo aún puesto en su oreja. Mei, sentada frente a él, seguía contemplándolo con gesto adusto, pudiendo oír esos sollozos tan lastimeros.

No...sollozó Vegeta, recobrando la compostura y recuperando la respiración.

¿Por qué lloras, Vegeta?endilgó Mei con frialdad—. ¿Acaso sientes remordimiento? Pensé que no te importaba, siempre le gritabas que era una aberración.

Y fue cruel con él, porque se lo merecía. Verlo sufrir de esa manera no revertiría el daño que él le ocasionó a ella y a sus hijos, pero sí halló la paz que necesitaba su alma. No era una venganza, sino simplemente una deuda pagada.

"El amor de una amistad" +18 ~TERMINADO~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora