Doce años después: Naruto

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Hubo días que me quedaba observado el televisor encendido mientras mi mente estaba en otra parte; hubo días que escuchaba música, pero el sonido era distante. Si no fuera por los entrenamientos rutinarios de mi club hubiera pasado todo aquel tiempo en Inglaterra en mi habitación haciendo cualquier cosa mientras parte de mi vagaba en algún lugar lejano. Si no fuera porque mi hermana menor se casó no habría vuelto a Tokio. Entonces luego pasa algo y luego otra cosa, y ahora estoy viajando a Konoha, con Sakura a mi lado. Está durmiendo. Y eso me da un ciento dejavu de años atrás, muy atrás. Cuando se pensaba que todo se había derrumbado y que levantarse era más difícil que edificar un castillo. Entonces estoy pensando en cómo podría ser yo lo suficientemente maduro para no decir algo imprudente y nadie se percate del miedo que siento.

Porque el miedo solo duerme, nunca se va, duerme un tiempo y cuando despierta lo hace con tanta energía que es capaz de aplastar todo en un segundo, aplastar en un solo instante lo que se ha costado construir en años.

Cuando llegamos a Konoha soy yo el que se ha quedado dormido, Sakura me despierta con una simple sacudida, entonces al abrir los ojos me sonríe.

—Ya llegamos — dice y esa simple palabra despierta el tortuoso miedo otra vez.

***

Caminamos un poco por el pueblo, con nuestras mochilas en la espalda y comiendo algo que compramos en el terminal terrestre. El pueblo no ha cambiado mucho, pero las personas no son las mismas. Y las que son, gente muy mayor, creo que no nos reconocen, o quizá sí, como alguien que vieron alguna vez. No les culpo, es normal olvidar a personas que se mantenían alejados.

Pero nosotros no olvidamos el lugar, recorremos la escuela, el lugar donde trabaje y parte del parque que está en el centro del pueblo. Entonces platicamos algunas cosas sobre ello, solo que no es mucho porque en aquel tiempo no solíamos pasar tiempo por esos lugares además de la escuela. Donde pasamos más tiempo es lejos de ahí.

—el clima es bueno —dice Sakura mirando hacia la copa de los árboles, estamos caminado por el corredor que sube a la montaña, aún sigue siendo de tierra, pero liso para subir y bajar con bicicleta. Es normal que se mantenga así, que no se haya hecho una carretera, después de todo colina arriba solo hay una casa abandonada y más allá... un dios que nadie conoce.

—Sí, en Inglaterra siempre hace frio

—así he escuchado, mucha neblina

—sí, y en invierno es peor. Creo que son contadas la veces que he visto el sol en todos estos años. —No es broma, pero me rio.

Sakura ríe también. Y me alegra escucharla reír, hacerla reír, me llena de un instante de felicidad. Mientras la luz del sol cae sobre su cabello rosado haciendo billar de un modo que hace contraste con el atardecer. De pronto soy consciente del tiempo que ha pasado, de pronto siento escuchar una canción en el fondo, una inspirada en el viento tratando de hacerme recordar algo que deje atrás hace mucho tiempo. Pero no es cuando me fui de Tokio, es cuando me fui de aquí. Del hogar que formamos Sakura, Nagato, Rin y yo. Bajo la sombra de un mundo que se niega a ver los detalles imperfectos en él, para no llorar, para no sufrir, pero así tampoco puede notar lo que realmente es bello. Bello es aquello que te hace sentir con todo tu ser, puedes verlo, o escucharlo o simplemente sentirlo, varia siempre varia. Ahora mismo bello es poder volver a ver aquella casa.

—Se ve abandonada —dice Sakura. –muy abandonada— Ambos estamos parados frente a aquella casa que nos albergó muchos días de verano e invierno. Esta más vieja, el techo parece necesitar reparaciones y la hierba se ha enredado en la entrada y algunas columnas. Mucho tiempo sin mantenerla.

—Veamos por dentro —le sugiero. Ella asiente y entramos. Aún conservo la llave así que la usamos. Dentro se percibe el olor de humedad, está un poco oscuro, así que abrimos las ventanas. Los muebles cubiertos por sábanas blancas se ven viejos, la cocina está lleno de polvo y la refrigeradora parece oxidada, la sala está vacía, como lo dejamos. Cuadros y adornos fueron llevados a azotea. Subimos y nos separamos en el corredor para ir a nuestras respectivas habitaciones. Cuando entro a la mía, por un momento me veo a mi mismo hace años cuando pise este lugar por primera vez. En aquel entonces la tristeza y pena solo había entrado a esa habitación filtrándose como el agua de la lluvia, pero ahora parece haberse evaporado y solo dejado rastro de recuerdos. Y nostalgia. La nostalgia que eh arrastrando años en mí. Tanto tiempo que estoy seguro no desaparecerá algún día, ya forma parte de mi alma.

Cuando salgo de la habitación me encuentro con Sakura mirando hacia la escalera, la que conduce hacia la azotea.

—Mi habitación está vacía, solo está la cama y esta demasiado sucio, quizá haya algo limpio allá arriba. Lo dejamos todo envuelto para que se mantenga de la humedad.

—¿quieres subir? — le digo. Ella me mira, hay duda en su mirada. Pero asiente y empieza a subir, yo le sigo.

A cada paso que doy, empiezo a verme a mí mismo haciendo lo mismo, pero cuando era más joven, cuando detrás de Sakura caminaba en medio de la noche, escondiéndonos de algo que no debíamos hacer. Algo que nos separó e hizo caer esta casa.

—Se siente más húmedo que abajo —comenta aun subiendo, y yo la sigo, siempre la sigo.

Sakura y yo entramos a la habitación de la azotea, se ve lo empolvado que esta cuando abrimos el ventanal con vista al cielo. Con aquella luz aprovechamos en buscar algunas cosas, ropa o frazadas que nos sirva para pasar la noche aquí, efectivamente haberlo envuelto en bolsas ha servido para que se mantengan secas, aunque huelen algo mal por las pastillas anti-insectos que le tuvimos que poner.

Al cabo de unos minutos, mientras hurgamos, encuentro algunas de las cosas de Rin y Nagato, las miro con una sonrisa hasta que de pronto en mis manos tengo un álbum de fotos muy vieja, y el recuerdo de la vez que Sakura y yo lo descubrimos asalta mi mente. Pero esta vez no soy capaz de abrirlo, parece como si pesara una tonelada, que solo me deja paralizado.

—El álbum —Sakura me sorprende me sorprende con el álbum en mis manos. Nos quedamos un momento sin hacer nada ni decir una sola palabra más que mirar el objeto. Hasta que cuando nuestros ojos se cruzan y vuelven al álbum, abrirlo solo dura una décima de segundo.

Y en entonces, en otra decima mi cabeza parece escanear toda mi vida.

La primera página que vemos es de aquel que prometimos y no pudimos cumplir: La pradera en primavera. 

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