capitulo 3

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DAMON

El centro está en armonía. Keira se ocupa de ordenar unos cuantos papeles de su consultorio y mientras la espero, envío un rápido mensaje de texto a Lidia, preguntando como va todo, ya que Emma y Ethan se quedarán en su casa por esta noche. Jace aún no tiene hijos, así que la mujer adoptó a los nuestros como si fueran sus propios nietos y a ambos les encantó esa idea, cada vez que les toca ir a casa de Lidia, lo hacen alucinados. Mientras tanto, Keira y yo podemos disfrutar de la noche, completamente solos.

Voy camino hacia la sala donde se encuentra la rubia, cuando escucho un par de golpes en la puerta a la que minutos antes le eché llave, dado que el centro acaba de cumplir su horario de disponibilidad. Pese a eso, no soy capaz de ignorar que alguien está ahí, así que giro y me desplazo de regreso, hasta abrir la entrada.

A primera vista, no hay nadie y pienso que quizá son niños jugando una broma. Compruebo una vez más, observo hacia ambos lados y entonces, desciendo la mirada. Sentado sobre la acera y recostado sobre la pared, hay un joven que tiene el rostro manchado de sangre, con un brazo se envuelve el torso y lleva vendas que le rodean los nudillos.

—¿Qué diablos te pasó? —murmuro un tanto impresionado por la escena que estoy viendo—. Tenemos que levantarte —agrego, al mismo tiempo que salgo al exterior y me inclino, extendiéndole la mano para ayudarlo—. ¿Puedes ponerte de pie?

El chico asiente y aunque emite algún que otro quejido al levantarse, consigo sacarlo del suelo.

Malas noticias: la noche a solas con la rubia tendrá que esperar.

—Lo siento, pero te ves realmente mal —digo por impulsividad y al parecer, él lo encuentra gracioso porque pone una especie de sonrisa.

—Dime algo nuevo, viejo —responde, seguido de otro quejido—. Me dijeron que aquí podían ayudarme.

—Te enviaron al sitio indicado —respondo al mismo tiempo que ingresamos al centro. Trato de ayudar a desplazarlo, pero el chico de inmediato muestra que puede moverse solo—. ¿Cómo te llamas?

—Tyler —por primera vez me mira a la cara. Frente a la posibilidad de ver su mirada, detecto los ojos enrojecidos y las pupilas dilatadas. Probablemente una persona común no lo notaría, pero conozco perfectamente la forma en que tus ojos se convierten cuando consumes alguna sustancia. Incluso me arriesgaría a afirmar que tipo de droga se metió, pero prefiero contenerme porque no quiero asustarlo ni provocar su huida—. ¿Tú me vas a ayudar?

—No exactamente. Sígueme —le indico adelantándome algunos pasos en dirección a la sala de atención—. Kei, lo siento, acaba de llegar alguien y necesita que lo veas —pronuncio asomándome por el marco de la puerta, ella está sentada detrás del escritorio casi lista para marcharse. En lugar de su bata de trabajo, lleva la ropa corriente.

—Sí, claro. Hazlo pasar —ni siquiera lo duda y no puedo evitar verla con admiración. 

Es increíble la forma en que se muestra dispuesta para los demás cuando necesitan ayuda, incluso sin conocerlos. Asiento proporcionándole una pequeña sonrisa, después me giro para indicar a Tyler que puede pasar.

Él entra algo dudoso, pero finalmente se incorpora por completo. Hago una seña a Keira que me quedaré ahí fuera y me retiro, sentándome en una silla del pasillo de espera, justo en la que se encuentra a un lado de la puerta de la sala. Desde ahí consigo oír lo que está pasando.

Keira le pregunta su nombre, luego le pide la edad y responde que tiene diecinueve años.  Diablos, es muy joven. La piel se me estremece al recordar el aspecto que tenían sus ojos minutos atrás. Sé que pasó tiempo, pero algunas cosas quedan instaladas en tu memoria para siempre, provocando que ciertos vestigios del pasado me invadan. Principalmente, pienso en el hecho de que estuve metido en toda esa mierda, consumiendo y vendiendo sin demasiada consciencia sobre el daño que aquello podría provocar, no solo sobre mí, también en los demás.

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora