capitulo 14

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TYLER

El presentador me toma por la muñeca y coloca mi brazo hacia arriba, anunciándome como el ganador. Entre alaridos y aplausos, distingo personas que vitorean mi nombre, como si de un héroe se tratase.

Bajo la cabeza, avergonzado por lo que está pasando y en aquel movimiento, cuando paseo la mirada por los alrededores del cuadrilátero, encuentro a Killian con una sonrisa que pones cuando quieres presumir algo.

—Actúa como un ganador —modula y luego hace una seña indicando que debo alzar la cabeza.

No lo creo. No puedo sentir orgullo por lo que hice, tan solo incomodidad.

Pero estoy seguro de una cosa: no era yo mismo cuando la pelea inició. Antes de subir, Killian plantó esas líneas de cocaína frente a mí e hizo lo de siempre, dejarme sin opción. Aunque hubo una diferencia a otras ocasiones, esta vez aumentó la cantidad.

Y luego me atravesó una ola de euforia, que se mezcló con la furia. La especie de ira que lleva demasiado tiempo siendo alimentada y tiende a estallar en algún momento.

Eligió este para explotar.

Killian dijo que no debo tener miedo, porque con el miedo nunca llegaré a ser nada.

Sin embargo, acabar con las manos ensangrentadas y gotas rojas salpicadas en el pecho, es jodidamente aterrorizante.

Ahora tengo miedo de mí mismo y de la persona en que sea que me estoy convirtiendo. Todo lo que nunca quise ser.

Desciendo del ring y de inmediato se acerca mi progenitor, que exaltado, me rodea por los hombros dándome un apretón.

—Sé que podías hacerlo mejor, pero esto está bien por hoy —dice, recordándome que a pesar de conseguir la victoria ensuciándome las manos, aún no es suficiente. ¿Qué quiere que haga la próxima vez? ¿Qué rompa algún hueso? (si es que hoy no lo hice) ¿Qué mate? No lo sé.

Ni siquiera sé si tendré el valor suficiente para repetir esta pesadilla.

—Cámbiate. Recogeré el dinero de la apuesta y luego vamos a festejar —me da una palmadita en el hombro antes de alejarse.

Además de que sus festejos me huelen a que irán al club nocturno como acostumbran, no tengo ánimos de hacer nada. Podría dejar de existir ahora mismo y no me importaría.

Esquivando a la gente, me dirijo a uno de los vestuarios de uso exclusivo para los que disputamos batallas en el ring. Además de los casilleros y las bancas, hay un lavabo con un espejo encima que llega hasta la mitad del torso.

Allí me veo reflejado, impactándome por la forma en que me veo.

Huellas de sangre yacen por todos lados y yo solo tengo una ceja estropeada. Si fuesen mis heridas no me daría tanta impresión, no como el hecho de saber que estoy ensuciado por la sangre de heridas que yo provoqué a alguien más.

Salgo del lapso cuando visualizo el reflejo de Roma. Ella está ahí. Lo ha visto todo y aquello es otro motivo más para avergonzarme de mi actitud.

—Te decepcioné, ¿no?

Por un instante, recuerdo la noche en que dijo lo orgullosa que estaba de mí por no haber golpeado al principiante. Lamentablemente, aquel día que encontré una forma de ganar sin dejar heridos, quedó enterrado en el pasado.

—No, claro que no.

—Mira lo que hice —largo en seco, volteando hacia ella.

Roma abre los ojos presa del impacto y se le humedecen en un parpadeo. No entiendo que hace aquí. En su lugar, estaría huyendo de este monstruo.

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora