PROLOGO

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TYLER

Jamás perteneceré a ningún sitio, tengo seguridad en afirmarlo. Es más, se trata de una de las escasas certezas que tuve en mis diecisiete años de vida.

Después de ir y venir de un lado a otro, trasladándome por un sinfín de hogares de acogida, supe que mi lugar estaba en ningún lado. Las calles, tal vez... Quizá ese era el espacio que debía ocupar en el mundo.

Es agotador, ¿sabes? Que hagan tratos sobre ti como si fueras un maldito objeto sin sentimientos, y es duro, sobretodo, cuando eres un niño de cinco años que está ilusionado por tener una familia, esperando sentir que, por fin, te traten como una persona.

Si, tenía solo cinco cuando una familia me adoptó para luego devolverme a la semana con la excusa de que no era el tipo de niño que buscaban integrar. Todavía no entiendo que pude hacer mal, ¿hablé mucho? ¿la constante curiosidad por las cosas nuevas que de pronto me rodeaban los agotó? ¿O tal vez fue por qué tenía miedo de dormir solo en una habitación gigante, dentro de una casa que ni siquiera conocía?

No lo sé. Pero me regresaron al orfanato como si fuera un juguete del que puedes deshacerte cuando ya no te diviertes.

Es por eso que no comprendo cómo alguien está dispuesto a quedarse conmigo. Es una gran ironía: estoy cerca de tener la libertad, pero entonces a una persona se le ocurre aparecer para encargarse de mí.

La celadora ordena que me encuentre listo para las cuatro en punto y antes de irse entrega un bolso para colocar mis pocas pertenencias: algunas prendas de ropa usada y un par de billetes que junté en trabajos esporádicos. Cuando tienes diecisiete, la gente encargada de mantener los orfanatos, en general, esperan a que te largues. Niños llegan a menudo y se supone, nosotros ya estamos lo suficientemente grandes para valernos por cuenta propia. Llevaba seis meses planeando la huida, quería deshacerme de vivir bajo las ordenes de encargados, obligado a pasar la mayor parte de mi vida realizando tareas y trabajando casi sin descanso para mantener las instalaciones.

Antes de dejar el lugar por completo, quería asegurarme un trabajo afuera y algún sitio donde vivir, sin embargo, esos detalles eran los más difíciles de completar. Supuse que me tomaría un par de meses más para conseguirlo, sin imaginar que mis planes acabarían siendo otros.

Luego de dejar todo listo, salgo de la habitación para dirigirme al patio y busco a mis amigos en el sitio que nos reunimos cada vez que tenemos tiempo libre. Nos ocultamos de la vista de los celadores en una esquina, detrás de la pared del edificio, junto a un alambrado que da a una parte de la calle.

—Eh, Tyler —murmura uno de ellos.

—Jax, Asher —saludo a cada uno con un apretón de mano—. ¿No piensan compartir? —ambos sostienen un cigarrillo. Es complicado obtenerlos, pero de vez en cuando, logramos arrebatarlos del bolsillo de alguna visita.

—Es el último —pronuncia Jax mientras saca un cigarrillo de la caja—. Solo porque posiblemente sea la última vez que te veamos.

—No jodan —contesto, para luego colocar el cigarrillo entre mis labios y utilizar el encendedor que él me tendió—. Tenemos un plan —le recuerdo, tras dar la primera calada.

—Teníamos un plan —Asher lleva la contraria—. Se suponía que los tres no teníamos a donde ir, pero al parecer eso cambió para ti.

—No lo creo —niego.

—¿Sabes al menos por qué se le ocurrió adoptar a uno de diecisiete? —cuestiona Jax, en realidad, ninguno puede entenderlo. No sé porque yo, no comprendo porque me eligió. El tipo solo me vio una vez y decidió que me quería. Ahora que lo pienso, es malditamente aterrador.

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora