capitulo 18

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TYLER

—Tienes que golpear con más fuerza, maldición —exclama Killian, dando la impresión que se encuentra a punto de salirse de sus casillas—. Vamos. Esto no fue lo que te enseñé —incrementa las provocaciones.

Según él, los golpes más preciosos y certeros los proporciono con la mano izquierda –por eso insiste tanto en que la use, lo que resulta en la coincidencia de que el brazo izquierdo es el afectado.

No sé cómo definir exactamente lo que tengo; una especie de tensión en el musculo, un dolor que solo se extingue cuando dejo inmóvil la articulación. Incluso al realizar tareas sencillas, como elevarlo para tomar un vaso de agua, duele.

Ahora el dolor es intenso y, aun así, doy el mejor esfuerzo para sacar adelante el entrenamiento, pero no sé cuánto más lo pueda soportar.

—¿Qué mierda pasa contigo? —cuestiona—. Haz vuelto a golpear como niña —además de su voz, se oye el repiqueteo de mis nudillos golpeando incesantes el saco de boxeo que él sostiene. Sus palabras denigrantes deberían servir como combustible para desplegar la ira, pero el dolor físico no está dispuesto a ceder—. Evidentemente, tienes que trabajar todavía más duro. Aumentaremos las horas, dormirás menos. Lo que sea.

Su decisión de ampliar las exigencias, cae como un baldazo de agua fría. Ni siquiera tolero imaginar lo que será extender las horas de entrenamiento, ¿qué digo? Ni siquiera estoy seguro de sí lograré aguantar una hora más lidiando con el malestar del brazo.

Detengo los golpes en seco y él me mira, incrédulo. Sé que no debo detenerme a menos que él lo pida, pero simplemente ya no lo puedo manejar.

—Nadie ha dicho que puedes parar, Tyler —reclama. Molesto, sus ojos se inyectan de sangre; frunce el ceño y sosteniendo el saco, clava sus dedos en la superficie mullida con bronca.

—Lo sé —reconozco tomando valor antes de anunciar lo siguiente. Es ahora o nunca—. No voy a seguir peleando.

Killian ríe con ironía, demostrando que ni siquiera lo considera.

—No es momento de bromas, vamos. Muévete —hace una seña con la mano, ordenando reiniciar el ejercicio.

A pesar de que permanezco estático, estoy sudando y el ritmo cardiaco es acelerado, como si acabara de correr cientos de kilómetros. La furia, que desde hace un tiempo aparece ante cualquier molestia ante un mínimo detalle, también está latente, recordando que estoy harto y cansado de seguir reglas.

Harto de callarme, de ponerme en situaciones que no quiero.

—Apenas puedo mover el brazo —le confieso, agotado. El silencio prevalece y tomo una larga respiración, hasta que me siento capaz de seguir hablando—. No sé qué está pasando, pero lleva doliéndome desde hace un par de semanas —agrego, suponiendo que corresponde poner a mi padre al tanto de estas cosas. Realmente espero que pueda comprender.

—Así que te duele el brazo, eh. Anoche no decías lo mismo, ¿no? Mientras te metías a la cama con esa puta —lanza una vil carcajada, desviando el tema hacia otro punto que no le concierne.

Inconsciente, mis manos se enrollan como puños y aprieto la mandíbula, tensionando los músculos.

Cuando desperté temprano en la mañana, Roma todavía dormía sobre mi pecho. Su brazo descansaba alrededor de mi abdomen y una de sus piernas se había metido entre las mías. No quería despertarla y la habría dejado dormir en mi cama el resto de la mañana, pero Killian observaba desde el umbral de la puerta.

En su expresión prevalecía una sonrisa burlesca y desde allí negó con la cabeza, como si no pudiera creérselo. Luego señalo el reloj que lleva puesto en la muñeca y moduló en un susurro "deshazte de ella y ponte a entrenar".

Dulce venganza [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora