VII.

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Valentina.

El té humeaba sobre la mesa de centro mientras yo intentaba leer un artículo que tenía entre las manos. Pero no me concentraba, no podía. Desde que llegué a casa no había podido dejar de pensar en ella. En lo atractiva que me parecía, en los labios carnosos y los dientes perlados, en las ganas que tenía de admirarla sin ese atuendo que solo me permitía verle la cara.

Dejé la lectura a un lado y me recargué en el respaldo del sillón tratando de ahuyentar los pensamientos. Generalmente no hubiera tenido problemas en llevarme a una chica que me gusta a la cama. Pero esta vez era imposible, tenía que quitarme el capricho de la mente, era una locura.
Tomé la taza de té y le di un sorbo.

— ¿Qué haces? — Luisa llegó por la espalda haciéndome saltar un poco. — ¿Estás tomando té? ¡Oh por dios! ¿Es tu té relajante?

Se fijó en la taza y me dedicó una mirada interrogante. La miré impasible, no quería que me interrogara, pero sabía que no lo lograría.

Valentina, solo tomas ese té cuando estás muy estresada o cuando estás tan cachonda que no te lo bajas ni con treinta dedos.  ¿Qué te puso así?

Dejé la taza en la mesa y me recargué en el sillón con el antebrazo sobre la cara. Nunca le mentía a Luisa, pero esta vez era imposible decir la verdad.

— Nada...hace mucho que no salgo con nadie... Es solo eso.

La rubia se sentó a mi lado prestando total atención.

— Valentina no me asustes... ¿Cuánto es "mucho"?

Suspiré y volví a darle un trago al té.

— Un año... casi dos.

— ¡¿Dos años!?

Me miró fijamente y después se subió sobre mí con sus piernas a mis costados. Se aferró al primer botón de mi camisa, desabrochándolo fácilmente.

— Tal vez yo pueda ayudarte con eso...

Se pasó la lengua por los labios, confundiéndome totalmente.

—Lu... ¿Qué haces?... No es gracioso...

Desabrochó otro botón.

— Las dos estamos solteras y casi vírgenes por abstinencia ¿Cuál es el problema?

Su mirada estaba encendida por la antelación, siguió moviendo sus dedos para abrir la prenda, pero la detuve por las muñecas antes de que dejara mi sostén al descubierto.

— Basta Lu... así no... conmigo no... — Trató de soltarse para seguir desnudándome pero apreté el agarre.

Luisa...

Bufó y se dejó caer de espaldas en el sillón, con las piernas estiradas sobre mi regazo y las manos en la cara.

— ¿Qué ocurre? ¿Tan poco atractiva soy? Dime la verdad...

— No es eso Lu... eres hermosa, pero no puedo acostarme contigo, somos amigas...Además... ¿Qué tal si te vuelves adicta? — Me reí y le apreté una pierna.

Inmediatamente la rubia me soltó una patada en el estómago que me dobló un poco.

Eso es por soberbia... — Se atacó de risa.

Pues esta soberbia se va a dormir, porque mañana es su primer día en el hospital.

Me levanté moviendo sus piernas a un lado y le dejé un beso en la frente, esquivando sus manos que seguían sobre su rostro.

Descansa Lu, te quiero.... ahí te dejo el té.

Me carcajeé cuando un cojín paso por un lado de mi cabeza  y subí corriendo directo a mi habitación.

...

Llegué al hospital a las 5 a.m. con la emoción a tope y me dirigí al auditorio en donde se iba a llevar a cabo la inducción. Había residentes de todas las especialidades, incluso me encontré con varios conocidos.

Después de la plática sobre la historia del hospital, cada quien se dirigió a su servicio. Ahí conocí a los que iban a ser mis compañeros. El primero se llama Mateo; un hombre de cabello negro y sonrisa cálida. Entró a la especialidad junto con Eva, su novia, que también es nuestra compañera.
Quedamos bajo la supervisión del del jefe de residentes, el doctor Charles. El hombre venía de Canadá y llevaba cuatro años estudiando en el hospital. Tenía el cabello rubio, con la piel rosada y los ojos color azul agua clara. Nos presentó con el neurólogo adscrito, el doctor Camilo y después nos empezó a explicar las actividades.

Por la tarde comenzamos a ver pacientes; una de ellas era una joven de veinte años con transtornos de personalidad. Inmediatamente pensé en el dispensario, ya lo estaba extrañado.
Afortunadamente iba a tener dos tardes libres entre semana para poder ir.

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