I. Juliana

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La vida suele dar giros inesperados.

Dos días después de haber cumplido diecisiete años. Mi madre me pidió, como todos los días, que fuera a la panadería a comprar unas piezas de pan.  Al llegar, una mujer de unos treinta y tantos años apuntaba al dueño con una pistola.
Aún recuerdo su cara, se veía como poseída por sus demonios internos, aún a la fecha, puedo asegurar que no estaba cuerda. Cuando me vio entrar al local, se asustó y le disparó al hombre, que se desplomó totalmente inconsciente sobre el piso.

Me quedé paralizada, el olor a sangre se mezclaba con el del pan. Probablemente debí haber corrido, pero mi gran afán por ayudar me lo impidió. Tomé con cuidado el arma que la mujer había dejado sobre el suelo en su huida y la puse sobre el mostrador. Después me acerqué al hombre, pero no había nada más que hacer, no respiraba, estaba muerto.

Cuando la policía llegó y me vieron ahí, decidieron que yo había sido la culpable. Me llevaron de mala manera con ellos.
Llamé a mi madre, para que me ayudara, pero me dijo que estaba muy decepcionada y que no la volviera a buscar. No la volví a ver, me quedé sola.

Recuerdo haber estado muy enojada, mi madre no era religiosa, pero en ese momento perdí la poca fé que me quedaba.

Después de que se demostrara que mis huellas digitales estaban sobre el arma que mató a aquel hombre. Pasé un año en un reformatorio juvenil para mujeres y aprendí muchas cosas sobre la vida. Había niñas que estaban ahí por haber robado comida en la desesperación de llevarse algo a la barriga vacía.
Había otras que estaban ahí por que lo habían decidido; era mejor estar en el reformatorio, que vivir en las calles. También había chicas que habían perdido el rumbo y habían cometido delitos atroces. Según todo el mundo, yo era una de esas últimas, me tenían miedo, no las podía culpar, pensaban que era una asesina.

Al cumplir dieciocho años me soltaron y felicitaron por mi buen comportamiento. Al principio me hubiera gustado quedarme ahí. Tenía ropa, comida, agua y una cama para dormir, cosas que ya no existían cuando anduve sola por la calle.

Un día de esos en los que el frío me calaba los huesos, la tripa me rugía y tenía los labios resecos por la sed. Me quedé dormida en la banca del parque.

Me había ganado la confianza del "greñas". Un indigente que vivía ahí, así que de vez en cuando me dejaba dormir en aquella banca y cuando estaba cuerdo, me compartía de su comida o simplemente me hacía compañía contándome las aventuras que vivía durante sus borracheras.

Esa mañana al despertar, vi por primera vez a la madre Lupita.
Recuerdo haber abierto los ojos con una caricia en el brazo y el olor de unas galletas de nata recién horneadas.

La mujer de ojos verdes y mirada cálida, me miraba con una sonrisa amable, me invitó a ir con ella y no lo pensé dos veces antes de aceptar.

Me dio ropa y me instaló en un pequeño cuarto rústico junto con otra chica;  Ally, que se convirtió en mi mejor amiga.

Ese mismo día, el Dios que yo creí me había abandonado, me estaba dando una casa, una familia y un propósito de vida.

Hoy, cuatro años después, soy novicia de la comunidad del Sol y estoy a unos pocos meses de realizar mis primeros votos. Ally los realizó hace un año, ella siempre pareció estar segura de su vocación y no puedo negarlo, nació para esto. En cambio yo, tuve dudas. Pero después de toda la labor comunitaria que realizamos en el convento, me es imposible no estar feliz. Me veo en la sonrisa de cada uno de los niños a los que ayudamos y quiero a cada hermana como si fueran de mi familia.

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¡Hola!

El otro día vi una película con una temática parecida a esta y me dieron ganas de escribir una historia del estilo con Juliantina.

Espero se entretengan y si les gusta dejen ⭐️.
Voy a actualizar los fines de semana . 😁

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