XXVI

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Juliana

Bajé a la cocina a prepararme un café. El cúmulo de sucesos de la noche anterior todavía hacían eco en mi cabeza, provocándome un dolor casi insoportable en las sienes.

Y ahí estaba ella; con su uniforme médico y su coleta castaña alta; de espaldas a mí, preparando algo de desayunar antes de irse al trabajo. ¿Cómo lograba ser tan hermosa?

Sentí las mariposas que siempre revolotean al verla y también me temblaron las piernas, pero esta vez por miedo. Miedo a eso importante que tenía que decirme, a que se alejara de mí por su absurdo miedo a lastimarme, miedo a que cambiaran las cosas después de lo que pasó la noche anterior y miedo de no poder volver a tocarla y besarla. De no volver a sentirme como me sentí.

Reuní coraje para no darme media vuelta y regresar a mi habitación y caminé silenciosamente hacia la cafetera. Valentina pareció no notarme, porque seguía concentrada en lo que estaba preparando.

Con mi mano temblorosa, tomé el asa de la cafetera y como debí suponer, al tratar de servir el café, derramé un poco del líquido caliente sobre mi pierna, justo en donde no cubría el short.

¡Dios! — Me quejé y dejé la cafetera en su lugar.

Antes de poder agarrar algo para limpiarme. Valentina ya tenía un trapo de cocina húmedo en la mano.

¿Estás bien Juls? ¿Te quemaste mucho? — Me puso el trapo húmedo en la pierna y el ligero roce de su mano me erizó la piel. Trague saliva y fingí lo mejor posible.

Emm... si... me distraje un poco, eso es todo. — Me senté en una de las sillas altas de la barra y la castaña alzó una ceja sugerente, lo que logró ponerme aún más nerviosa.

Y... ¿Se puede saber qué te distrajo?

Analizó mi pierna para cerciorarse que no fuera nada grave y elevó la comisura de la boca "¿Acaso quiere matarme?".

Nada... — Traté de fingir y evadí su mirada.

Pero todo el control se me fue, cuando Valentina se recargó con sus dos manos sobre mis piernas casi a la altura de mi cadera. Sus pulgares hacían círculos en mi piel y su cara estaba tan cerca de la mía, que podía respirar su aroma y sentir su aliento. Se me cortó la respiración.

¿Segura? — Me miró con sus ojos celestes y yo pase saliva.

Se..gura... Val... ¿Qué es eso importante que tenías que decirme?

Su mirada cambió de firme, a duda y se separó. Estuve a punto de quejarme sonoramente por haber perdido el contacto, cuando me dio la espalda y caminó hacia la estufa. Le dio unas vueltas con la pala a lo que sea que había estado cocinando y apagó la hornilla.

Después regresó su mirada a mi rostro y caminó hacia mí.

¿Y si mejor te lo demuestro? — preguntó.

¿Demostrármelo? No entendía como podía demostrarme...

Mis pensamientos se detuvieron cuando su boca chocó contra la mía, me sostuvo por la nuca. Sus labios carnosos y dulces eran lo único que necesitaba para calmarme.
Suspiré y la jale por la parte de arriba de su uniforme para continuar el beso como si mi vida dependiera de ello, hasta que un sonido fuerte nos sacó del momento.

Luisa estaba viéndonos desde el pasillo más pálida que una momia, mientras trataba de enderezar un jarrón del suelo, seguramente era uno de esos que habían traído de alguno de sus viajes.

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