IV

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Juliana

Ally, estás desafinando. — corregí a mi amiga de nuevo.

Llevábamos días ensayando con el coro una nueva canción que el padre Macario nos había encargado. Desde que llegué me he encargado de dirigirlo con ayuda del "greñas".

Sí, están pensando bien. El mismo greñas que alguna vez me hizo compañía en aquel parque cuando a ambos nos rugía la tripa.

Después de llegar al convento le pedí a Sor Lupita que lo ayudara y ella, junto con el padre Macario, se encargaron después de mucho batallar, de meterlo a una clínica de rehabilitación. Fue difícil, pero ya lleva tres años limpio.

Lo único que queda de el "greñas" que conocí, son sus historias y su cabello; que sigue igual de largo pero mucho más limpio. Ahora ya nadie lo llama por su apodo.

Su nombre es Sergio y es nuestro ángel de la guarda aquí en el convento. Se dedica a arreglar los desperfectos, de transportarnos, vigilar la entrada y mantener el jardín en orden. Además, antes de perderse en el alcohol, estudiaba música y es extraordinariamente bueno con el piano.

Bueno, bueno... misericordia Juli, no todos tenemos sus dotes musicales. — Ally nos señaló a Sergio y a mí.

Pero ¿Qué dice hermana Ally? si usted tiene una de las voces más bonitas que he escuchado. — Sergio la animó.

Solo lo dices para hacerme sentir bien Sergito, pero te recuerdo que mentir es pecado. — Le dio un ligero apretón de hombro, mientras él recogía sus partituras.

Sabes que es verdad Ally. — Acomodé mi atril a un lado del piano, mientras las otras tres hermanas hacían lo mismo.

Bueno, bueno, cortemos la discusión por amor a Dios. Tenemos que estar en el comedor a las dos, y ya se nos hizo tarde. — La madre María trató de mediar la pequeña discusión.

Ella junto a Sor Lupita, son las religiosas más antiguas del lugar; y aunque esta última le lleva diez años a María, parece que su edad es la misma.

La rutina en el convento es muy marcada. Nos levantamos temprano, nos aseamos, desayunamos en el comedor y luego vamos a misa.

Por la tarde, cada una de nosotras se dedica a una labor. María, por ejemplo, se dedica junto con otras hermanas a hacer galletas y cocinar, eso quizás explique su par de kilitos extra.

Ally y yo, por otro lado, nunca estamos quietas, así que los días de la semana que no estamos en el coro, cuidamos a los niños en las actividades o ayudamos con los encargos.

En el comedor los horarios también son pautados. El lugar es grande, con mesas horizontales y continuas distribuidas en forma de herradura. En la parte derecha, se sientan los niños, en la izquierda los jóvenes que ya son un poco más grandes, y en medio nosotras. Además, hay otra mesa central al frente. En la que se sientan el padre Macario y Sor Lupita para vigilar el orden.
La barra de comida la controlan dos hermanas que se van turnando a lo largo de la semana.

Llegamos al comedor y nos extrañó ver que las hermanas, los niños y los jóvenes, miraban hacia el frente; Sor Lupita y el padre Macario estaban parados junto a dos mujeres desconocidas.

Una de ellas; rubia, de complexión normal, con el cabello en una coleta sencilla, su nariz es aguileña y tiene las facciones bien marcadas. No es tan alta, aproximadamente está en una estatura entre la de Ally, que es muy bajita, y la mía, que mido un metro setenta.

La otra mujer... hirientemente bella.

Delgada pero atlética, probablemente más alta que yo, con el cabello largo y castaño cayéndole en ondas sobre sus hombros. Los labios gruesos y la piel blanca con toques dorados por la exposición al sol, desde donde yo estoy, no se alcanzan a ver sus ojos, pero podría jurar que son claros.

En cuanto al resto de su cara... bueno, no alcanzó a verla. Tiene puesta sobre el rostro una nariz de payaso y está sosteniendo a Alex por un tobillo, el niño está prácticamente de cabeza.

En cuanto se agachó y lo puso en el suelo, Alex seguía carcajeándose y corrió hacia su mesa, en donde hizo relevo con Sofía, una niña de piel trigueña y cabello chino. Corriendo, la pequeña se acercó a la mujer castaña, que seguía de cuclillas, y le presionó la redonda y roja nariz; esto ocasionó que la mayor frunciera el ceño falsamente enojada e interceptara a la pequeña en su carrera de regreso a la mesa para alzarla del suelo y hacerle pedorretas en la tripa.

Inconscientemente elevé la comisura de la boca y cuando menos me lo esperé, ya tenía una sonrisa extendida en la cara hacia ella. Al ser consciente de mi reacción, miré alrededor y me di cuenta que no era la única. Todas menos Nayeli sonreían o se reían, mirando la tierna escena.

¿Quienes son ellas? — preguntó Ally curiosa. — A mi me costó semanas y como tres paquetes de galletas de nata, para que Alex se acercara.

Reímos discretamente negando con la cabeza al recordar lo tímido que es el niño.

Mientras tanto, la mujer rubia seguía platicando con el padre y otro niño corría de la mesa hacia la castaña.

No lo se, pero deberían poner orden. — La hermana Nayeli se metió en la conversación. — El otro día vi a esas dos mujeres abrazadas a un lado de la fuente. — Se persignó.

Ally y yo nos miramos y después volteamos los ojos.

Antes de poderle contestar a Nayeli, el padre Macario se aclaró la garganta, llamado la atención de todos, incluso de los niños pequeños que dejaron de correr y se sentaron.

Me dirigí con las hermanas del coro a la mesa en completo silencio.

Bueno hijos... como saben, hace diez años el convento contaba con un dispensario para ayudar a la gente, que por cuestiones económicas no pudimos sostener. Pero hoy, les tengo una buena noticia. Estas dos jóvenes doctoras que ven aquí, son: Luisa. — Señaló a la rubia, que asintió con una sonrisa genuina y un movimiento de cabeza. — y Valentina. — Señaló a la castaña, que al darse cuenta de que la nombraban, se quitó la nariz de payaso algo ruborizada y sonrió pletórica.

Ellas se ofrecieron muy amablemente, a donar lo que haga falta para hacer funcionar el dispensario y además, a dirigirlo y prestar sus servicios.

Todas empezamos a aplaudir con júbilo, y noté como la rubia, miraba a la castaña con los ojos totalmente iluminados, sin que ella se diera cuenta. No supe distinguir si era admiración, agradecimiento, cariño, o algo más.

Gracias. — La castaña que ahora identificaba con el nombre de Valentina comenzó a hablar. — Es un placer para Lu y para mí, formar una pequeña parte de esta labor filantrópica que realizan día con día. Espero que encuentren amigas en nosotras y cualquier cosa, estamos para servirles.

Sonrió y Luisa entrelazó su brazo con el de ella. Después se acercó a Sor Lupita para susurrarle algo al oído y esta asintió.

¡Ally... Juliana! — Nos llamó la religiosa y nos levantamos de inmediato. — Voy a llevar a las doctoras a la posada, en unos diez minutos alcáncennos allá, por favor.

Asentimos con la cabeza mientras terminábamos de comer un pan y ella se marchó con las doctoras.

¿Para qué crees que nos necesite Juli? — Ally se aferró a mi brazo.

No se, quizás quiere que las ayudemos con el dispensario. — Alcé los hombros.

La idea del dispensario me emocionaba y si me pedían ayudar, lo haría feliz.

Crees que sea cierto lo que dijo Nayeli...que ellas dos....
Hizo una seña de unión con sus dedos índices.

Por favor Ally, no vayas por ahí, suficiente están haciendo por la comunidad como para que ustedes inventen cosas antes de conocerlas.

La mujer se ruborizó, cerró los ojos y empezó a rezar de manera incomprensible.

Oh por dios, tienes razón Juli, soy una pésima persona.

Por supuesto que no lo eres, mejor ya vámonos que nos deben de estar esperando.

Pero ya habían logrado instalarme la duda y por alguna razón, saber lo que pasaba entre las doctoras me llenaba de curiosidad.

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