III.

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Valentina

Un objeto blando golpeó mi cara despertándome del sueño profundo en el que estaba sumergida. Hacía años que no dormía así, en silencio y en una cama cómoda.

Despiértese doctora Carvajal, que se nos hace tarde.

Alguien me agitaba y abrí un ojo perezoso para ver a Luisa de pie a un costado de mi cama. Traía el uniforme médico y su cabello rubio levantado en una coleta.

—¿Qué no es Domingo Lu?— gruñí y me di la vuelta sobre la cama para quedar boca abajo con la cara hundida en las almohadas.

— No hay domingos para nosotras, levántate floja.

Me quitó las sabanas y me dio una nalgada que ardió como los mil infiernos.

— ¡Auch! Buenos días para ti también.

Me sobé y me levanté para aventarle una almohada que impactó directo en su cabeza. Entrecerró los ojos y depositó calmadamente el proyectil esponjoso sobre la cama.

Si no tuviera prisa, te haría pagar por esto, pero como si la tengo, tienes tres minutos para meter ese trasero apestoso en la regadera. — señaló la puerta del baño con el dedo.

Me carcajee de ella y me dirigí al baño.

— Si jefa...

....

Estábamos en el coche y Luisa miraba con detalle cada rincón, como si fuera lo mas horripilante que hubiera visto en su vida.

Se puede saber ¿Qué es lo que tenemos que hacer con tanta urgencia y vestidas así?. — Me abroché el cinturón de seguridad y señalé con la vista el uniforme médico que Luisa había insistido en que usara.

Encendí el auto y suspiré al volver a escuchar el motor. El mustang 1966 descapotable de color azul cielo en el que estamos montadas, fue un regalo de mis padres cuando cumplí 18 años, es uno de mis tesoros más preciados

¿Pues qué más? Ir al hospital en donde vas a hacer tu residencia. ¿Estás segura de que este cacharro no nos va a dejar botadas? — Golpeó el tablero con su mano extendida ganándose mi mirada de desaprobación.

¿Es en serio? Lu... todavía me falta una semana para entrar. ¿Estás loca?

Comenzó a jugar con sus manos y me miró con ojos inseguros.

¿Qué pasa Lu? — Tomé sus manos encima de su regazo para detener el movimiento.

Es que... estoy acostumbrada a trabajar y a atender pacientes. En una semana tu vas a empezar a estudiar, y yo no quiero estar sin hacer nada. Pensé que quizás podía pedir trabajo.

Me volteé hacia la derecha en el asiento para poder mirarla de frente.

— Hey... tranquila, no tienes que apresurar nada. — Le apreté la mano en señal de apoyo. — Tu disfruta los días de descanso. Mientras... vamos a conocer el hospital y luego te invito un helado, así pensamos en opciones de trabajo para ti. ¿Qué tal?

La rubia desplegó su sonrisa.

— Perfecto... ¿Qué estás esperando? Arranca esta carcacha. — volvió a golpear el tablero.

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