༄ 𝐍𝐢𝐞𝐧𝐝𝐞 𝐊𝐚𝐩𝐢𝐭𝐭𝐞𝐥

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Anna caminaba de un lado al otro, sus pies descalzos enterrándose en la caliente arena debido al sol que se cernía sobre ella. Estaba esperando a la sirena desde que despertó y no había rastro alguno de ella, comenzaba a temer que algo pudo sucederle, quizás su hermana abrió la boca y por eso no estaba, posiblemente le habían prohibido verla para siempre. Y ese simple pensamiento, la sumergió en una terrible depresión. ¿Y si...? No, no. Era imposible, jamás podría. Por más que haya entrado en el agua la noche en que Elsa regresó a su forma, aquello no aseguraba que volvería a hacerlo, le aterraba la idea de sumergirse en aquel lugar desconocido.

Suspiró rindiéndose, era obvio que no volvería a ver a esa sirena que logró cautivarla. Anna caminó lejos de la orilla, donde había dejado sus botas y espada, se colocó la misma en la cintura y procedió a sacudir los pequeños granitos de arena en sus pies antes de ponerse las botas y salir de la playa. Sujetó la empuñadura mientras avanzaba en el muelle, tratando de mantener un porte digno de su apellido, con la cabeza en alto y una mirada autoritaria.

Muchos se detenían para observarla, otros simplemente reían apenas la veían pasar a su lado. Oía como marineros silbaban a sus espaldas, hablando de que llegarían a hacerle si aceptaba estar con ellos. Pobres idiotas. Anna sonrió con soberbia, de una forma u otra, escucharlos hablar de ella, lograba alimentar su ego. Más cuando unas cuantas mujerzuelas se detuvieron para saludarla. Por un momento, se sintió especial e importante, hasta que su memoria la hizo recordar a Elsa. Sus ojos azules y su inocente sonrisa, como hizo todo para poder pasar un día a su lado y, ahora, ella creyéndose la dueña del lugar y tratando a las mujeres como los piratas lo hacían. No, ella no era así.

Su mano, inconscientemente, fue a parar en su cuello donde reposaba el collar que Elsa le dio, se aferró a la caracola y se apresuró a salir de allí. Buscaba a Kristoff con la mirada, el chico de hebras rubias siempre estaba por el muelle en esas horas del día, hablando con algunos y ayudando a los niños que buscaban comida. Sus ojos turquesas se detuvieron en otra persona, una que no había visto hace bastante tiempo, no desde que conoció a la sirena. Sus labios se curvaron en una tímida sonrisa en cuanto la otra persona conecto su mirada chocolate con ella.

– Vaya, vaya. Miren a quien tenemos aquí. – soltó Moana con una sonrisa de por medio, logrando sonrojar a Anna. – Creí que no nos volveríamos a ver por aquí, roja.

– Tampoco yo y realmente lo siento, estuve muy... verdaderamente ocupada con un importante asunto. – confesó la pirata tratando de sonar lo más tranquila posible, porque la idea de haber perdido a Elsa volvió a invadirla. – ¿Quieres ir a beber algo?

Moana pareció pensarlo un poco, observó a Anna unos cuantos segundos antes de sonreírle y tomar su mano para llevarla a la taberna de Oaken, donde las miradas no se hicieron esperar. La azabache entró sin importarle nada más que no fuera la pelirroja y, claro, Anna bajó la cabeza para solo mirar el suelo. El nauseabundo aroma la hizo detenerse, cubriéndose la nariz para correr lejos de allí, ¿Desde cuándo su olfato era tan sensible? Moana la siguió tan pronto su mano fue soltada, se encontró con la pelirroja hincada y vomitado lo que había tenido de desayuno.

– ¿Roja? Oh vaya, ¿Te encuentras bien? – preguntó preocupada, sobre todo al ver lo pálido que se encontraba la pirata. – No te ves para nada bien, ¿Quieres qué...?

– No, gracias... So-solo necesito estar sola... – murmuró levantándose y saliendo del centro.

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Elsa nadaba de un lado al otro, jugando con una pequeña flor de loto que llevaba entre manos. Desde que despertó, su padre se había comportado más sobreprotector con ella hasta el punto de agobiarla. No había salido de su habitación desde temprano, no podía huir por la ventana porque había peces espada custodiando aquello. Estaba encerrada y, lo peor, no podía ir a ver a Anna para decirle aquello.

Hᴀᴠғʀᴜᴇ | ElsannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora