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Caminé hasta estar frente a mi casa. Abrí y cerré la reja con mucho cuidado, llegué hasta la puerta y me incliné frente a ella para buscar la llave que mi mamá dejaba bajo el tapete. La suerte estuvo de mi lado en ese momento porque la encontré así me evitaría la pena de subir por la terraza.
Introduje con mucho cuidado la llave en la cerradura tratando de que nadie escuchara mis ruidos, pero hasta mi respiración se me hacia escandalosa. Una vez adentro cerré la puerta detrás de mí y observé a mí alrededor. Todo estaba obscuro, una inmensa obscuridad tenebrosa que anunciaba débilmente en sus entrañas que algo no iba a ir bien.
Me encaminé rápidamente hacia las escaleras sin perder más tiempo, cada segundo que pasaba era torturante y una posibilidad de ser descubierta.
Subí a pasos agigantados por los escalones pero con mucha cautela hasta que finalmente llegué hasta la puerta de mi habitación -o al menos eso creía yo- ya casi todo estaba librado, sólo faltaba el último paso.
Giré la perilla y empujé la puerta abrí, di dos pasos y me encontré dentro de mi hermosa, preciosa y anhelada habitación. Sana y salva, librada de un enorme castigo.
-Uff... —Resoplé con alivio, me había salvado.
Mi habitación estaba en tinieblas así que caminé hasta la cama para encender la lámpara; iba sonriendo, muriéndome de la alegría por no haber sido descubierta por los ogros que tenía por padres.
Me senté en el borde del colchón con toda tranquilidad y alcé el brazo hacia el cordoncito que encendía la luz. Y entonces una voz chillona rompió el silencio estremeciéndome en el acto.
-¿Te divertiste mucho, cariño? —Joder, estaba muerta.
No contesté, no podía. Pero un segundo después el cuarto se iluminó dejándome vez a mis padres de pie detrás de la puerta, los dos con los brazos cruzados y con una expresión que daba miedo.
-¿Sabes qué horas son jovencita? —Comenzó mi madre. Me encendía cuando empezaba hablar con aquel tono de desprecio y decepción.
-No, pero supongo que es tarde —Mascullé en voz muy baja.
-¿Estas consciente de lo que has hecho? ¿Sabes lo preocupados que estábamos? —Comenzó también él a atacarme. Si lo sabía, y muy bien, pero por qué se preocupaban tanto; la vida es para disfrutarse, no tienes que cuidar tanto a alguien de cualquier forma las personas mueren a veces si ni siquiera haber estado en peligro.
-Melody, sólo tienes quince años, no puedes salir sola de casa y menos sin avisarle a nadie —Gritó mi madre desquiciada y comenzó a llorar desconsolada. No le contesté, tal vez tenía razón. Pero ¿Si les hubiera avisado, me hubieran dejado ir? Obvio no. Entonces ¿Para qué querían que les avisara? Era estúpido. Y el problema era que se preocupaban demasiado por mí.
-¿Qué hubiera pasado si te hubieras sentido mal? ¿He? —Me reclamó papá.
-Lo siento-o —Musité. Comenzaba a sentirme culpable. Mis ojos se llenaron de lágrimas y estas comenzaron a descender por mis mejillas, sin poder evitarlo. No quería llorar, no quería ser débil y menos sentirme culpable. No quería que se preocuparan por mí, sólo quería ser libre.
¿A caso siempre viviría de esta forma? Siendo prisionera de mi enfermedad y sin poder hacer lo que más quería, sólo para que los demás no se angustiaran.
Ahora me sentía culpable de a verlos hecho preocupar, lo estaban, y mucho; pero en estos casos me preguntaba porque yo era la que tenía que recibir toda la atención. Con Valentina nunca fueron así. Ella siempre hacia lo que quería, yo jamás. ¿Por qué tenía que ser yo la enferma? No era que deseara que ella fuera la que estuviera enferma, no. Aunque veces la envidiaba un poco, podía hacer lo que quisiera sin tener que pensar si se sentiría mal por ello, si arriesgaría su vida o si los demás se preocuparían por ella. Eso, para mí, era vida.
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Vive cada segundo
RomanceMelody es una chica dulce y tierna. Su mayor deseo tener una vida normal, sin padres que la cuiden como si tuviera dos años por su enfermedad y sin una hermana que le haga la vida imposible. Ella está perdidamente enamorada de un chico que sólo la h...