Ciudad Yi

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Sus ropas siempre han sido simples pero limpias. Su rostro bastante atractivo, aunque algo demacrado.

Su corazón siempre anhela ayudar a los demás.

Le dicen "La luna brillante".

Wei Ying no es el único en perder su infancia pero al menos tuvo alguien que le dio momentos felices.

Xiao XingChen caminaba por las calles con una enorme sonrisa. Sostenía con mucho entusiasmo unas bolsas.

Los vecinos que en su mayoría eran ancianos lo saludaban.

—Muchacho, te ves muy feliz. ¿Qué te pasó? — preguntó uno de los viejos.

— ¡Me aumentaron el sueldo!— gritó con alegría —. Si sigo ahorrando podre enviar a A-Ying a la escuela.

Todos aplaudieron, estaban felices por el Beta.

Ese joven era alguien admirable. Los ancianos lo respetaban, lo querían y era un honor tenerlo como vecino.

El Beta entró a casa sin poder borrar su sonrisa.

—¡Asalto!— un niño saltó sobre Xiao XingChen. Ambos aterrizaron en el colchón.

—¡Cosquillas!

—No, ja, ja — Wei Ying reía al recibir las cosquillas del adulto.

Jugaron a las atrapadas en ese pequeño cuarto, pero no les importaba, porque una vez que entraban en el mundo de los juegos, todo se volvía absolutamente grande.

—Mira, te traje una sorpresa— cansado de tanto correr, Xiao XingChen sacó de las bolsas una mochila roja —. ¿Te gusta? Es para que lleves tus libretas y libros. Por fin podrás ir a la escuela.

— ¿Enserio?

—Sí. La semana que viene iremos a inscribirte. Aprenderás a leer, escribir y tendrás muchos amigos de tu edad.

— ¡Gracias! ¡Qué bonita sorpresa!

El niño abrazó a su protector con fuerzas.

Eran pobres, no tenían dinero ni muchas cosas materiales, sin embargo, eran felices.

Nunca se aburrían, siempre encontraban la forma de divertirse y disfrutar la vida.

En un día lluvioso, Wei Ying se entristeció porque ya no podía estrenar su cometa nueva. Xiao XingChen tomó un periódico y creo barcos de papel.

—Juguemos afuera.

—Xiao XingChen, está lloviendo.

— ¿Por qué ves el lado negativo de las cosas? Definitivamente será divertido. Podemos saltar en los charcos, hacer carreras y embarrarnos de lodo.

—¿Podemos?

—Claro.

Tal y como dijo, los dos la pasaron increíble. La gente que pasaba les miraba con rareza pero a ellos no les importaba.

Disfrutaban de las gotitas de lluvia, gozaban correr por el lodo y ver a los barcos de papel navegar.

Cuando Xiao XingChen podía darse el lujo de desvelarse, subía al techo con el niño a ver las estrellas y comer golosinas.

—¿Qué compraste?

—Una televisión.

—¡No puedo creerlo! ¡Viva! Pero... no tenemos luz.

— La señora Wang nos ayudara con eso.

—¿A cambio de qué?

—Deja de molestar a sus gatos y yo le daré clases de piano a su nieto.

¿Quién arruino mi vida?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora