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Ya pasados el Spring Half Term y las clases estaba de vuelta luego de unas vacaciones y con la llegada de las clases llegó también la primavera. Había sido un buen día de clases en su primaria en todos los años que le tocaban. El reloj marcaba las doce del mediodía, lo que indicaba la hora de almorzar; se había comprado unos sándwiches y un jugo de naranja para entonces que había preparado en su casa, sus compañeros habían almorzado minutos antes de que él llegara y preferían no hacerlo para continuar con sus trabajos. No le faltaba mucho para terminar cuando su celular sonó de repente, era su padre.

—Hola, papá ¿qué cuentas?

—Hola, hijo. Yo estoy bien, ¿tú cómo estás, hora del almuerzo?

—Así es, adivinaste —rió.

—Bien, bien. Escucha, no te olvides de comprarle un regalo a tu madre por su día, recuerda que es mañana. Sé que estás ocupado, por eso me pareció apropiado recordártelo.

—Cielos. Es cierto, es mañana. Gracias, papá. Le compraré algo cuando salga del trabajo. Ahora debo irme, ya terminó mi descanso.

—Está bien, no lo olvides, Thomas.

Luego de terminar esa llamada, volvió a clases a finalizar su día. Sabía que no debía olvidar el regalo para su madre en su día, ella se molestaría si no recibía nada pues le encantaban los detalles y siendo su único hijo se sentiría más herida. Era una mujer que le gustaba que le demuestren las cosas, igual que él. Sabía que eso lo había heredado en parte de su madre, tenían muchas cosas en común, pero en parte tenía cosas de su padre también como el amor a la cocina y la historia. 
Una vez que llegó la hora de salida se despidió de sus alumnos y colegas como siempre con su gesto amable y una sonrisa en su rostro para así dirigirse a su auto. Mientras caminaba hasta el pensaba qué podía comprarle a su madre que le guste mucho hasta que, como si lo recordara y lo notara, la florería en la esquina del frente seguía abierta así que guardó sus llaves en su bolsillo del pantalón y cruzó. Al llegar hasta allí observó las flores que estaban afuera bien acomodadas y combinadas, lucían hermosas. Miró bien el amplio y luminoso lugar una vez dentro esperando a ser atentido, conocía el lugar pero únicamente por fuera pero jamás había entrado. Le pareció algo espacioso pero bonito, agradable y con un hermoso aroma alrededor de flores frescas y dulces. Oía una voz femenina que agradecía a sus clientes, pensaba mientras estaba de espaldas que era la dueña y siguió esperando a la vez que seguía contemplando todo con detalle hasta que, trayéndolo a la realidad, alguien le tocó la espalda con delicadeza.

—Disculpe —soltó esa persona con tono gentil. Al girarse se topó con una hermosa mujer: debía tener menos de 30 años, cabello corte bob hasta debajo de las orejas color café y con algo ondulado pero prolijo. Sus ojos con pestañas largas como la noche y éstos color avellana, el avellana más dulce que había conocido lo vio en ellos junto a unos labios algo finos y rosados. Quedó perplejo ante su hermosa presencia y apariencia además de encantarse con su genuina pero fresca sonrisa. Estaba sin palabras—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

Tardó unos segundos en reaccionar—Sí, lo siento. Buscaba unas...eh..flores...eh...unas fresas —respondió algo balbuceante.

Ella rió de manera sutil sin despegar esa sonrisa de su rostro y tu aire amable—Fresias, ¿no es así?

Rió él al ser contagiado anteriormente por su pequeña risa, pero asintió con la cabeza sintiéndose un tonto al confundir el nombre de las flores para su madre. Ella le indicó cuáles eran y él volvió a asentir para así preparar el ramo. Él la observó por unos instantes lo sonriente que era y esa especie de armonía que transmitía, aunque no comprendía ciertamente por qué se sentía así en ese momento porque no era usual de su comportamiento el ser de esa forma con sus amigos, alumnos, familia o personas que recién conocía o veía en su vida, o las chicas del bar por ejemplo también. Y así continuó, intentando disimular, mirándola de reojo, pero para no parecer un loco antes de que note que la observaba por unos segundos más de lo normal decidió hacerle algo de conversación. Realmente no entendía qué le sucedía hoy.

—¿Hace mucho tiempo que está aquí la florería?

—Hace unos veinte años más o menos, pero ahora yo soy la dueña del lugar ya que mi madre lo era antes. Ambas somos floristas —continuó sonriendo de manera sincera, como queriendo transmitir amabilidad.

—Cielos. Quiero decir, qué bueno, felicidades. Hace mucho que trabajo aquí en frente y jamás había conocido el lugar.

—Bueno —contestó dulcemente mientras le entregaba el ramo armado—, me alegra que haya un nuevo cliente entonces.

Eso lo hizo sonreír, parecía tener un don para hacer que las personas sonrían o se sientan bien. Le pagó el ramo y ella le agradeció— Que tenga una linda noche.

Le devolvió la sonrisa nuevamente y regresó al auto ansioso de saber por qué seguía estando así. Antes de partir dio una última mirada a la florería y sonrió al recordarla y así se fue.
Al llegar a la casa al fin dejó las flores en agua para el día siguiente y luego de cenar se recostó a ver un poco la televisión pero, pensaba en ella. Era más joven que él, o así parecía, pero su sonrisa y amabilidad lo habían deslumbrado, no había conocido a ninguna chica que sea tan fresca y amable al mismo tiempo en sus casi 27 años de vida, sino más bien que las que conocía eran frescas pero dejaban mucho que desear con aires de lujos y lo material. Tenía la sensación de verla otra vez pero, estaba confundido aunque feliz por ese mínimo momento con aquella muchacha. Y entonces, una corazonada apareció, dudo si debía prestarle atención así que prefirió dormir, sin embargo lo haría plácidamente.

Por una corazonadaWhere stories live. Discover now