Gotas frías caían del techo en aquel pasadizo, en el que, pasados unos diez minutos de caminata, el grupo llegó a topar con una puerta metálica con un panel digital adherido a la pared. Lei, se acercó a dicho panel con suma calma, y con sus dedos marcó un código en el teclado que este tenía, cuatro teclas, cuatro números diferentes y como por arte de magia, la puerta se abrió.
"Entren allí", dijo él, haciéndose a un lado.
Y sin replicar, uno a uno, ellos fueron entrando a una enorme recámara llena de cajas, pantallas planas empotradas en las paredes, repisas e incluso estanterías, muebles y ordenadores dispersos y acomodados en la zona. Los cuatro muros que los rodeaban eran de colores blancos y eran exageradamente altos, con unas bombillas de un cegador fulgor blanquecino empotradas en el techo, las cuales le brindaban al lugar una luminosidad, cálida y reconfortante, que, de cierto modo, los hacía saber que allí estaban a salvo.
"¿Qué es todo esto?", preguntó Layla, andando por el lugar con pasos lentos, detallando a su vez cada rincón del área.
"¿Un bunker?", cuestionó Tai.
"¿A quién le importa?", dijo Héctor. "Aquí estaremos a salvo".
Justo entonces, y sin un previo aviso: un fuerte puñetazo impactó en la mejilla del pelinegro con ojos claros, un golpe tan violento, que, en un instante, Héctor cayó al suelo, con una mano en la mejilla, ojos cerrados y oídos zumbando.
"¿¡Qué mierda te pasa, Jack!? ¡¿Te has vuelto loco?!", exclamó, sobando delicadamente el moflete enrojecido con su palma y dedos, entreabriendo uno de sus ojos, para poder ver al responsable, con cierta indignación.
"Cállate. Cierra tu puta boca. Tu voz me irrita", le interrumpió Lei, acercándose paso a paso hacia Héctor, reflejando la furia que sentía en su fulminante mirada enfurecida que a su vez se clavaba en los ojos de más joven. Tenía un arma en mano, varios rasguños leves en su piel morena y aterciopelada, la ropa que cargaba estaba levemente sucia. Y al estar ya a unos centímetros de distancia del ya mencionado, le apuntó directamente a la cabeza con la pistola, y cegado por la ira, le dijo: "Tienes cinco segundos para darme una razón por la cual no deba volarte los sesos justo aquí, y justo ahora".
"Le-Le-Lei, va-vamos... no fue mi culpa", tartamudeó Héctor, con nervios y entre susurros, mientras que su cuerpo empezaba a transpirar, tornándose su piel de un color pálido y apagado.
"¿Que no fue tu culpa?... ¡¿Que no fue tu culpa?!", exclamó Lei, acertando una bala en una de las piernas ajenas, mientras que este gritaba de dolor y el sonido del disparo retumbaba una y otra vez en la sala.
Pronto, sus cortos alaridos de sufrimientos fueron callados al recibir otro fuerte puñetazo que le dio Jack en su mejilla, obligándolo a girar bruscamente su cabeza a un costado, escupiendo a su vez un poco de sangre fresca y cálida al suelo reluciente.
"¡Peter, Rafael, Ally, la casa, los archivos, el dinero! ¡Todo, Héctor! ¡Todo se perdió por culpa tuya!", exclamó Lei, enojado. "Más bien agradece que sólo fue eso... porque si se fueran perdido los maletines, tu castigo fuera sido mucho peor que una simple bala en la pierna".
"Me-Me tendieron una trampa, Lei", dijo Héctor, sollozando con su mirada baja y con sus ojos inundados en lágrimas. "Nada fue apropósito, lo juro".
"¡¿Entonces por qué carajo saliste a la calle?!", refutó Lei. "¡Tú sabías perfectamente que la policía había empezado a buscarte, pero en lugar de quedarte en casa, te pasaste por los huevos lo que podía pasar y saliste! ¡Ahora mira lo que está pasando! ¡Mira lo que ocurrió por tu inmadurez! ¡Estamos encerrados en el puto almacén con la policía encima de nosotros! Dime... ¿cuánto tiempo crees que se demoren en darse cuenta que estamos vivos?".
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El Diamante Negro | Volumen 1
General FictionLei, un ex-detective que trabajaba para una agencia de policía, tras la inminente traición de su ex-mejor amigo y compañero de trabajo, Eddie; decide convertirse junto a su hermana gemela, Leia, en el líder de un anónimo grupo terrorista y/o gánster...