El Diamante Negro | Volumen 1

Capítulo 35

El grupo, más tarde seguiría en la habitación aquella. Daniel, Tuti, Ángel y Jack cargaban en equipo los dos cadáveres que ahora estaban en bolsas grandes y negras, mientras que Roberto los guiaba a la salida, por el corredor tras la puerta. Lei, Jennifer, Joseline, Ler y Alex, por otro lado; limpiaban el lugar tranquilamente, trapeando la sangre esparcida en el suelo descuidado, recogiendo los dientes, las sogas rotas, las mordazas y las bolsas de tela rotas que habían sido desechadas horas atrás, después del mensaje público que dio Lei frente a la cámara. Limpiaban también el polvo y la suciedad que había en las paredes y las sillas vacías... el resto del equipo vigilaba y cuidaba tanto el lugar como a sus compañeros, portando sus subametralladoras en mano, sin decir o hacer algo en especial.

"Oye...", musitó el presidente, cuando el pelinegro dio un par de pasos con el trapeador teñido de rojo entre sus manos, justo delante de él.

"¿Sí, señor presidente?", contestó Lei, deteniéndose en seco y fijando su mirada en éste. "¿Qué se le ofrece, en qué le ayudo? ...".

"No te saldrás con la tuya...", comentó el otro.

"Oh, señor presidente, si tuviera una moneda por cada vez que he escuchado eso: ...", respondió Lei, riendo por lo bajo. "Sería el hombre más millonario del planeta".

"Eres solamente un criminal más, parte de esa escoria que mueren solos y de la peor manera", musitó el presidente.

"Todos morimos solos, presidente. Nadie lo acompañará a la muerte, ni en el ataúd", respondió Lei. "Pero que yo sea un criminal no significa que sea diferente a usted ¿sabe?".

"¡No me compares! ...".

"Por supuesto que no lo comparo, señor. Si hablamos de personas nunca encontrará a alguien como yo. Ni siquiera Ler, que es mi gemelo y la persona más semejante a mí", le interrumpió Lei, riendo por lo bajo. "Hablo de que yo puedo morir, así como usted. Puedo reír, como usted. Y ser herido... al igual que usted".

"¿Por qué haces esto? ¿Por qué eres así?".

"¿Ser cómo?", dijo Lei, ladeando con intriga su cabeza hacia un costado. "Siempre he sido así como me conoce, señor. Este mundo y las personas que lo habitan son crueles. Este mundo te exprime como un limón, te aplasta como a un insecto miserable y te castiga por cada acción que hagas, ¿pero sabe? Yo lo domino. He vivido en el infierno por tanto tiempo que llegó un momento en el que me convertí en el diablo más cruel y despiadado que podrá usted ver en su vida. Nadie nunca me vencerá y seré yo mismo el que elija cómo morir, no lo hará usted, no lo hará su detective, no lo harán las personas comunes y mucho menos lo hará un Dios".

"Verás que te tragarás tus palabras".

"Viviré a mi manera el tiempo que me dé la gana. Amaré y cuidaré eternamente a las personas que me importan y protegeré a todo aquel que tenga un corazón noble y puro, que sea bondadoso, humilde", lo volvió a interrumpir el pelinegro, situándose ahora frente a frente con el mayor de cabello canoso, arrodillándose frente a él, con el ceño levemente fruncido y su mirada imponente entrecruzada con la del contrario. "Y, desgraciadamente, señor: usted no es nadie para mí. No es puro y noble de corazón, es un corrupto, un asno con síndrome de superioridad. Así que, si no cierra su boca le cortaré la lengua con unas tijeras, ¿lo entiende? ... ¡excelente!".

Y se separó de él, sin decir nada más, poniéndose de pie nuevamente y siguiendo su camino con el trapeador manchado de sangre, el cual metió y enjuagó al poco tiempo en una cubeta llena de agua.

Carlos, al llegar a su departamento, justo cuando alzó la mirada, lo primero que vio fue a Layla, sentada en su sofá de cuero carbonizado, cruzada de brazos, una ladina sonrisa burlona en su rostro blanquecino, con una de sus cejas arqueadas y unos ojos indiferentes que lo veían fijamente con jovialidad y atrevimiento.