"Átenlos bien".
Cuando ya en el edificio la mayoría de científicos y guardias se hallaban sin vida, Leia, Jack, Daniel y Roberto se encontraban en uno de los pasillos de las plantas superiores del lugar en el que estaban, atando con cinta adhesiva a su rehén, quien se miraba tirado, totalmente inconsciente y con su rostro chocando con el frío suelo del corredor.
"Ya quedó", dijo Jack, guardando el resto de aquella cinta en uno de sus bolsillos.
"Estoy seguro de que este tipo tiene un auto aquí", mencionó Roberto, registrando los bolsillos del hombre. "Tiene unas llaves en el bolsillo".
"Bien. Dale las llaves a Jota, que vaya con Link en ese auto", dijo Leia. "llévenlo en el maletero... por si acaso".
Deslizándose por el suelo como un gusano, uno de los científicos malheridos con la bata blanca distintiva del sitio, intentaba escapar yendo con lentitud hacia la puerta de una habitación al fondo del pasillo.
"¿Y ese qué?", dijo Jack, al percatarse de su presencia.
"¿Le puedo disparar?", preguntó Daniel.
A lo que Leia, cruzada de brazos y con un par de sus dedos en su mentón – acariciando delicadamente este mismo con ellos – ladeó su cabeza a un costado, y con un tono bajo e infantil, contestó:
"¡No, no! Espera... no lo mates", dijo, formando poco a poco una pequeña sonrisa en su rostro. "Llevémoslo con nosotros".
"Tú mandas", dijo Roberto, tomando sin previo aviso al hombre por los tobillos.
"¡No, no! ¡Por favor! ¡Esperen! ¡Por favor, por favor!", gritaba con desesperación aquel hombre, pataleando constantemente con miedo e intranquilidad.
"Cállate, hombre. No lo hagas más difícil", dijo Jack, apresurándose a sujetar los brazos y piernas del hombre con los que sobraba de la cinta adhesiva.
"¿Qué están haciendo?".
El resto del grupo, al no haber recibido más órdenes de su líder, decidieron ir hasta ellos, subiendo rápidamente por las escaleras hasta llegar al último piso del edificio para poder quedar mirándolos al fondo del corredor, con los dos sujetos atados y tirados en el suelo.
"¡Oh, ya están aquí!", dijo Leia, igual de entusiasta que siempre. "¿Tienen a Val?".
"Sí, está esperándonos con Joseline y Jennifer en la entrada del edificio", dijo Tai.
"¡Maravilloso!", dijo Leia. "Entonces podemos irnos".
"Pensé que solo llevaríamos a Jerome", comentó Ally.
"Eh... hubo un cambio de planes", le respondió Leia, dando unos ligeros saltitos hacia las escaleras al lado de sus compañeros. "Ahora... Cero, Tres, cárguenlos y volvamos a casa".
La puerta de un corredor en un gran motel de la ciudad de Nueva York sonaba constantemente a las afueras de un departamento. Carlos, el detective del saco largo y café, tocaba la puerta con un poco de brusquedad y desesperación, con un par de policías armados protegiéndole sus espaldas, ubicados cada uno de ellos a los lados del detective.
"¡Policía de Nueva York! ¡Abra la puerta!", exclamó el detective, esperando con impaciencia que el dueño del departamento le dejase entrar, volviendo a dar un par de golpes en la puerta.
Pero el hombre del departamento, se limitaba a quedarse sentado en una silla con sus pies sobre una mesa frente a él. Escuchaba el tocar de su puerta, más él, sin embargo, ignoraba al detective, dándole una larga bocanada a un tabaco a medio consumir que yacía entre dos de sus dedos. Vistiendo con una bata de terciopelo rojo, franelilla blanca y pantaloncillos cortos.
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El Diamante Negro | Volumen 1
General FictionLei, un ex-detective que trabajaba para una agencia de policía, tras la inminente traición de su ex-mejor amigo y compañero de trabajo, Eddie; decide convertirse junto a su hermana gemela, Leia, en el líder de un anónimo grupo terrorista y/o gánster...