Capítulo 24 | El Gran Secreto

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Parecía ser una noche encantadora en la mansión, todos estaban en el comedor, sentados en las sillas que se hallaban alrededor de la extensa mesa de madera ovalada. Axel y Liz se habían tomado la molestia de preparar un gran buffet digno de reyes para ellos y sus compañeros, distintos tipos de comidas acomodadas en diferentes recipientes a lo largo de la mesa, además claro, de las galletas de chocolate que Lei les había pedido a su amigo horas atrás, luego de su encuentro amistoso en el cuarto blanco de entrenamiento. Todos comían, reían y charlaban entre sí, sin poseer preocupación alguna, era como si estuvieran festejando, aunque en realidad no había nada de lo que pudieran gozar, además del festín aquel. Leia, Lei y Layla, sin embargo, eran los únicos que no entablaban una conversación con el resto, y, a pesar de que viniendo de estos tres era algo normal, se notaba a simple vista que algo andaba mal en ellos, tenían algo diferente.

Leia, sonreía como de costumbre, jugaba con sus dedos como un método de distracción, pues su plato ya desde minutos atrás se encontraba vacío, algo extraño ciertamente, puesto a que la velocidad con la que la pelinegra terminaba de degustar un platillo era una de las más lentas en la casa. No obstante, su vista, de vez en cuando se levantaba y se situaba sobre el otro lado de la mesa, donde Layla – aunque comía con más ánimos – se notaba aún una leve angustia en sus ojos, los cuales pesaban más que un par de yunques en perfecto estado.

La diferencia de Lei no era algo que preocupase al resto del grupo en lo absoluto, puesto a que rara vez, esta indiferencia no existía en su lenguaje o su rostro. Aquel pelinegro era el único que no había probado la comida de Axel y Liz, ya que en su lugar tenía un pequeño tazón transparente delante de él, repleto con sus exquisitas galletas de chocolate, las cuales comía con paciencia, disfrutando su deleitable sabor, en tanto miraba un teléfono celular de carcaza blanca en su mano libre. Ignoraba por completo al resto de sus compañeros, a pesar de que el ruido penetraba en sus oídos y lo obligaba a escuchar en desorden cada una de las conversaciones ajenas. Tenía la mente en blanco, aquellas voces imaginarias que resonaban en su cabeza desde hace horas las había dejado de escuchar, por lo que ahora, estaba más tranquilo.

Minutos más tarde, después de que Lei había tomado otra de las tantas galletas apiladas en el tazón, dándole un ingrávido mordisco a esta, su celular, inoportuno, empezó a vibrar. En la pantalla se mostró de golpe un número de un contacto desconocido y, apenas comenzó a sonar, todos y cada uno de los que rodeaban la mesa guardaban absoluto silencio, viendo confusos como su líder observaba con intriga la pantalla del celular, sin llegar a pronunciar alguna palabra siquiera.

"¿Quién es, Lei?", preguntó Tai, en voz baja.

Tan extraño era que Lei recibiera una llamada, que incluso algunos se comenzaron a mostrar un tanto preocupados, por lo que antes, lo que era un ambiente alegre de goce y festejo, terminó siendo un entorno pesado, lleno de inquietud y silencio.

"Eddie...", contestó Lei, en un susurro severo, seguro de sus palabras.

Entonces, un par de repiques más tarde, el pelinegro se dignó en contestar la llamada, situando cuidadosamente el altavoz del teléfono junto a su oído.

"¿Hola?", habló él, en voz baja.

"¡Eres un grandísimo hijo de puta, Lei!", exclamó Eddie, enojado, al otro lado de la llamada, de pie aún en aquella habitación encerrado donde retenía a un rehén.

"¿Qué?", respondió Lei, confundido.

"¡No te hagas el imbécil conmigo, Lei!", replicó Eddie. "¡Sé bien que tienes a mi hija, pedazo de mierda! ¡Y como no me la devuelvas! ...".

"¿Tu hija?", le interrumpió Lei, de golpe, riendo por lo bajo. "Ni siquiera conozco a tu hija".

"¡No me mientas! ¡No me mientas, maldita sea!", exclamó Eddie, con ira. "¡Nadie más se atrevería a entrar en el bunker de mis hombres, aniquilarlos a todos, llevarse mi maletín lleno de dinero! ¡Y no contentos con eso, también raptas a mi hija, malnacido!, ¡sé que fuiste tú y tu manada de idiotas!".

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora