Capítulo 12 | Seis

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Cinco minutos habían pasado desde que Joseline y su víctima habían salido del lobby en el burdel. La tensión se palpaba en el ambiente por cada minuto que pasaba, la casa en el bosque se encontraba en total silencio, y tanto era que en cada esquina de la vivienda se podía oír el cantar de los grillos ocultos en la naturaleza que la rodeaba. Daniel, miraba fijamente la taberna a la distancia y desde el callejón, sintiendo como por cada segundo que transcurría su pulso se aceleraba más y más.

Dentro del prostíbulo, encerrados en la recámara que se encontraba al subir unas escaleras del lobby, yacía la fémina de voluminosas curvas, soltando constantes gemidos de placer en voz alta, con su par de ojos totalmente cerrados y estando acostada en una cómoda cama de fundas rojas y sábanas negras, con aquel hombre alto sobre ella, embistiéndola persistentemente con movimientos rápidos de cadera que iban de atrás hacia delante, los cuales hacían que su miembro erecto se adentrara de manera abrupta en la intimidad desnuda e impregnada de la fémina, que unos segundos más tarde llevaría sus manos hasta la espalda del mayor, para posteriormente deslizar una de estas hacia su nuca, dejando así que el tacto de sus dedos se enredara en su cabellera oscura y canosa, llegando incluso a aferrarse a ella con cierta fuerza.

"¡Más-Más! ¡Más!", gritaba ella, entre excitantes gemidos, mientras que entrelazaba sus piernas alrededor de la cadera ajena del hombre, apegándolo aún más a su cuerpo voluptuoso y sudado.

Y ello, incitó al sujeto a sonreírle de una forma atrevida, llevando una de sus manos hasta su cintura para que al sujetarla bruscamente y con firmeza de allí, aumentara la velocidad de sus estocadas al estarse comenzando a mover de una forma más errática, en tanto dejaba su palma libre situada en uno de los senos voluminosos de la chica, dedicándose a masajear el mismo de una forma un tanto descuidada con sus dedos regordetes.

El calor en el lugar parecía aumentar de manera drástica a pesar de que fuera de las instalaciones el viento gélido soplara con ferocidad. Y, los cuerpos desnudos de los individuos comenzaban a sudar por ello, mientras que el leve chirrido de la cama empezaba a hacerse presente en el área, al mismo tiempo que un peculiar sonido parecido a un aplauso resonaba con frecuencia en las paredes rojas de la recámara.

"¡No-No pares!", decía Lyn. "¡No pa-No pares, papi!".

No obstante, se notaba que algo fallaba, algo no andaba bien.... El hombre se estaba sintiendo cada vez más cansado por cada movimiento que hacía, tan cansado que ni siquiera la fricción que generaban las intimidades humedecidas de ambos lo distraían de lo pesados que empezaban a sentirse sus parpados. Cualquiera pensaría que ese cansancio se debía a lo mayor que ya era el sujeto, o que incluso estaba por acabar con el coito llegando a su clímax, de hecho; él lo pensó así, aunque en realidad no estaba ni cerca de ello.

"¡Ah! ¡Qué ri-rico!", exclamaba ella, excitada.

Pero, hasta los gemidos de la fémina comenzaban a sentirse ahogados en sus tímpanos, opacados por un insoportable zumbido que se había generado en sus oídos, haciéndose cada vez más y más persistente, lo que lo obligó de golpe a arrugar el ceño de su rostro, mientras que dejaba salir un pequeño bufido de sus labios y se inclinaba un poco hacia el frente para buscar besar apasionadamente los labios ajenos de la chica, sintiendo a su vez como toda su fuerza se iba desvaneciendo poco a poco y su agarre se hacía más ligero y lamentable, hasta que por fin terminó por cerrar sus ojos...

Despacio; la chica empezó a jadear al separar su boca del hombre, notando como los movimientos de este iban decayendo de intensidad y frecuencia en tanto ella delineaba una extensa y satisfactoria sonrisa de victoria en su rostro. Y un momento después, el lánguido sujeto cayó rendido sobre ella, inmóvil y completamente inconsciente.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora