Capítulo 20 | Asalto

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El diamante negro, se encontraba reunido en el salón de la casa. Sentados todos en el suelo y el sofá oscuro delante de la gran pantalla en la pared, la cual miraban directamente, observando de ella múltiples cuadros con escenas grabadas en vivo por unas pequeñas cámaras ocultas en algunos árboles del bosque al frente de la verja que rodeaba la gran mansión en la que habitaba Eddie, en París. Las ventanas y puertas que daban con la recámara estaban completamente cerradas, las luces de los bombillos en el techo estaban apagadas, así como las cortinas cerradas, por lo que las únicas fuentes de iluminación en el área era el brillo cegador de la televisión encendida y la laptop abierta sobre la mesilla en la alfombra del suelo.

"¡Joder! La tenemos muy difícil. El único bosque que hay, termina frente a la casa", dijo Fran, cruzado de brazos y con su vista puesta en la pantalla.

"Eso sin contar los dieciséis guardias rodeando el jardín", mencionó Jennifer.

"Veinte, hay cuatro francotiradores en el techo", comentó Lei, sentado en medio del sofá, cruzado de brazos y con su pulgar acariciando sus labios.

"Y si contamos a los del patio trasero serían en total unos veintiséis", dijo Joseline.

"Más los que estén dentro de la casa", dijo Daniel. "Eso debe ser una locura. Ese lugar es enorme a primera vista".

"¿¡Por qué tanto enclenque protegiendo una sola casa!?", exclamó Jack.

"También hay cámaras", dijo Fran.

"Lo que faltaba", suspiró Axel.

Lei, se miraba distraído; las voces de sus compañeros se nublaban cada vez más y más en sus oídos por cada momento en el que estos hablaban. Sus ojos no se veían tan vivos y animados como siempre, era como si en ellos no hubiera nada más que un abismo vacío y sin fin, lleno de frialdad y pesar. No mostraba expresiones, todo en él era indiferencia e intranquilidad.

"Lei...", le habló Layla, en voz baja, sentada a su lado, con una de sus manos situada en su rodilla. Con su mirada preocupada puesta en su rostro, y su dulce voz rozando en su oreja. "¿Estás bien?".

Él, pareció despertar de un sueño profundo al escucharla hablar, lo sacó de la prisión en su cabeza, consiguiendo así que él girase de golpe su cabeza y la viese por un instante, antes de mostrar una diminuta y falsa sonrisilla en su cara, hablándole con un susurro:

"Sí. Todo está bien, no te preocupes".

"Está bien", le contestó ella, sonriéndole con amplitud y separando su palma de la rodilla ajena.

Lei, la miró un momento más, cuando ella desvió su mirada. Luego, tras un ligero pero pesado suspiro, volvió a observar de manera perdida la pantalla del televisor, borrando aquella falsa sonrisa de su rostro, parpadeando así un par de veces, con disimulo. Aunque esto no duró mucho, puesto a que Joseline, de pie atrás de él, situó cuidadosamente sus manos en los hombros del pelinegro, y con una cálida voz, le dijo:

"¿Qué hacemos, patrón?".

Y hubo silencio. Todos cerraron su boca y pusieron toda su atención en el líder del grupo, que, como si nada, empezó a hablar, viendo detenidamente a cada uno de sus acompañantes.

"Jennifer, toma el bolígrafo y la libreta negra junto a la laptop y observa el patrón de caminata que siguen los guardias, también observa las cámaras y busca un punto ciego", empezó él. "Tai, cuenta los segundos, el tiempo en que tardan cada uno de ellos para moverse de un lado a otro, las paradas que hacen y a dónde suelen mirar".

"En seguida, jefe", respondieron el rubio y la chica de lentes.

"Roberto, observa a los francotiradores y has lo mismo que Jennifer: busca un punto ciego", ordenó Lei, recostando su nuca en el sofá, mientras cruzaba sus brazos.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora