Capítulo 01 | ¿Dónde está Eddie?

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La noche estaba cayendo sobre la inmensa ciudad de Nueva York, donde carros y motocicletas de todo tipo transitaban por las calles húmedas, mientras que las personas circulaban por los locales y edificios con serenidad, sosteniendo paraguas que los protegían de las gotas que caían incesantemente de lo más alto, vistiendo a su vez con sacos o chaquetas para mantenerse cálidos y resguardarse del aire frío que soplaba en ese entonces. Era un viernes de enero. Hace apenas unos pocos días había finalizado el año anterior, por lo que los civiles solían visitar las tiendas con más frecuencia para aprovechar el poco tiempo de rebajas en mercancías de mucho valor y costo. Sin embargo, aún se podían ver algunos carteles y letreros que decían: "¡Feliz año nuevo!" o "¡Bienvenido 2027!", de igual manera se observaban los restos de la devastadora nevada que había caído hace un tiempo atrás, en el invierno, nevada que ahora no era más que delgadas láminas de agua y diminutos copos de nieve que poco a poco se iban derritiendo en el pavimento de las banquetas.

En lo profundo de un sombrío pasillo, donde los escasos bombillos que había en el techo dejaban ver por segundos mediante a titileos insistentes; charcos y manchas de sangre esparcidas por el piso y las paredes blancas. El líquido escarlata escurría de cuerpos sin vida tirados por doquier, en el suelo, en lugares completamente aleatorios y de poca importancia para el relato. Una silueta, no muy alta, vestida de negro y con una máscara blanca tapando su rostro se desplazaba por el corredor, sujetando con su mano envuelta en unos guantes de delgada seda blanquecina; una pistola plateada por la que se veía como de la boquilla salía un delgado vapor de tono grisáceo, el cual se expandía con lentitud por el techo, al mismo tiempo que se escuchaban los pasos continuos del enmascarado con un tenue sonido de "tap, tap" resonando en los estrechos alrededores del lugar.

Dos hombres ubicados delante de una puerta de madera al final del pasillo le miraban temerosos, con inseguridad e inquietud, apuntando sus pequeñas pistolas hacia él, pero en tan solo instantes, sus vidas se vieron segadas por dos balas doradas, que atravesaron de imprevisto sus cabezas y que a su vez causaron un retumbante eco en el sitio luego de ser disparadas desde la pistola que llevaba el enmascarado que, sin inmutarse, siguió avanzando de a cortas pisadas y sin desviar su mirada de aquella puerta a la que iba.

"Atención a todas las unidades. Se solicita apoyo en la calle veintiuno. Dos sospechosos en una furgoneta gris: escapan a toda velocidad por la carretera, luego de haber asaltado el banco de Nueva York hace aproximadamente treinta minutos".

Las sirenas de las patrullas sonaban incesantemente por las calles, tres patrullas seguían a los delincuentes, en tanto que estos se desplazaban por los caminos sin un rumbo alguno, riendo a carcajadas y haciendo a un lado a los demás vehículos que se les acercaban o se les cruzaban por el camino, chocándolos sin piedad, a tal punto de que algunos se volcaban y otros se desviaban a las paredes de los edificios o locales que los rodeaban, así como con postes de luz e inclusive otros autos.

"¡Venga, Jack, acelera, coño, que si nos atrapan estaremos jodidos!", dijo, entre risas uno de ellos, sentado junto al compañero que conducía sin ningún cuidado por la carretera.

"¡Ya lo sé, idiota! ¡Ya lo sé!", exclamó el otro. "¿¡Por qué no vas allá atrás y le das un poco de entretenimiento a nuestros 'amigos', envés de estar jodiendo aquí!?".

Una enorme sonrisa de oreja a oreja se delineó en el rostro del sujeto por las palabras de "Jack", y sin replicar, llevó sus manos hasta por debajo de su puesto, tomando de allí un fusil de asalto, que, al sacarlo, se pudo contemplar más a detalle que se trataba de una "M4" negra, cargada y sin seguro.

"¡Tú mandas!", dijo él, poco antes de separarse del asiento del copiloto e ir hasta la parte trasera del auto.

El sujeto con la máscara blanca, cruzó la puerta del corredor un segundo después, quedando, pues, frente a frente con un inmenso cuarto de oficina, con una alfombra carmín en el suelo, algunos muebles del mismo color, cuadros abstractos colgados en las paredes marrones, y delante de unos amplios ventanales que daban con la gigantesca ciudad. Allí, sentado en una silla y en un escritorio de madera con un maletín negro sobre él, se hallaba un hombre delgado, con esmoquin negro y corbata roja en su cuello. A sus lados, se miraban dos individuos vestidos de la misma manera, sólo que uno de ellos era extremadamente alto y robusto, mientras que el otro era sumamente delgado, como un palillo, más ambos apuntaban sin titubear sus armas al de la máscara una vez este se encontró en la habitación con los demás hombres.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora