Capítulo 03 | Invasión

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El carro donde iban aquellos dos sujetos del diamante negro se hallaba ahora en un estacionamiento espacioso, ubicado en la gran ciudad de Nueva York. Peter y Héctor caminaban serenamente por las calles tras haber pasado una hora entera comprando comestibles y diferentes artículos de limpieza que llevaban en unas bolsas blancas repletas hasta el tope que sostenían entre sus manos. Al circular por las calles, los dos compañeros se mezclaban con la multitud de gente que se les atravesaba de por medio en las banquetas y las intercepciones.

Un hombre de negro, con gafas oscuras y un teléfono celular junto a su oreja, los observaba fijamente desde el otro lado de la calle, procurando mantenerse oculto en la oscuridad de un callejón estrecho que llevaba a la nada, directo a un gran muro de cerámica y concreto lleno de grafitis y manchas de pintura.

"Majestad, ya lo tenemos... lo hemos encontrado", dijo el individuo, en voz baja para no llamar la atención de las personas que pasaban delante él. "Alguien más lo acompaña... también tiene el cabello negro, ¿qué hacemos con él?".

El hombre de cabello castaño y canoso con la corbata negra, que antes acompañaba al de saco azul en una sala con poca iluminación, yacía ahora en un cuarto completamente diferente, sentado frente a un monitor, en el que se veían las imágenes que lograban grabar unas cámaras ubicadas en algunos puntos aleatorios de la ciudad. Tenía una de sus manos en un teclado y la otra estaba situada en su oreja, presionando con uno de sus dedos un diminuto pinganillo dentro de oído.

"Síganlos, no los pierdan de vista y cuando lleguen a un lugar vacío, maten a su acompañante", respondió el hombre de cabello castaño y canoso. "Al otro lo quiero vivo, déjenlo escapar".

De manera obediente, el hombre se alejó del callejón junto a unos cinco sujetos más, que le seguían de cerca, saliendo uno por uno del estrecho camino a la nada.

"¿Hay algo más que debamos comprar?", preguntó Héctor, dirigiéndose hacia Peter, andando a un lado de él, con su mirada fija en el horizonte.

"No lo creo", contestó el otro. "Supongo que por el momento es todo... volvamos a la casa, dentro de poco comenzará a atardecer".

"¡De acuerdo! Muero de ganas por tirarme a la piscina y no salir de ahí por un par de horas".

"Al menos concordamos en eso", sonrió Peter. "Será divertido".

Pero, al llegar al estacionamiento por el carro y luego de guardar las bolsas llenas en la cajuela del coche: aquellos desconocidos del callejón salieron de la nada de diversos rincones del lugar, rodeándolos al poco tiempo cargando cada uno de ellos con ametralladoras AK-47, cargadas y sin seguro puesto.

"Oh, no", susurró Peter, inquieto, llevando de a poco su mano hasta su cadera, pues allí tenía enfundada bajo su camisa blanca una pistola Walther P99, negra, cargada con doce balas doradas calibre 10.

"Esto no pinta bien... nada bien", comentó el otro, repitiendo la misma acción, con un veloz escalofrío recorriendo cada centímetro de su columna, llenándolo de nerviosismos y ansiedad.

Y sin previo aviso; todos los invasores levantaron sus armas pesadas, apuntándolos directamente a los dos compañeros, quienes, a pesar de levantar también sus pistolas, quedaron prácticamente indefensos ante los sujetos.

"¿Ustedes pertenecen al diamante negro?", preguntó uno de los hombres.

Pero al no obtener respuestas luego de un par de segundos, el hombre de cabello castaño y canoso en la recámara del monitor, ordenó diciéndoles:

"Disparen".

E instantáneamente, retumbó como eco el sonido de los tiros en todo el estacionamiento. Apenas se disparó la primera bala en dirección a los del diamante negro, ambos salieron corriendo hacia los portones del carro, disparando ocasionalmente con sus armas hacia los enemigos, de los cuales lograron deshacerse de un par de ellos. Sin embargo; Peter, apenas intentó abrir el portón que daba con el asiento del conductor, sintió como los potentes y veloces proyectiles calientes lo penetraban hasta la muerte, una y otra vez, hasta que, al cabo de unos instantes, su cuerpo cayó al suelo, acribillado, lleno de orificios pequeños por los que su sangre se derramaba en el suelo copiosamente, generando una gran y espesa lámina escarlata en el suelo rasposo del estacionamiento.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora