Capítulo 07 | Rescate

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El reloj marcaba exactamente las 00:00 a.m. cuando la deslumbrante luna llena se mostraba en lo más alto del cielo nocturno, mientras que, frente a la gran agencia de policía, se ocultaban entre las sombras de la cima de un par de edificios un par de figuras con francotiradores, apuntando directamente hacia los cristales del lugar, en el que se mostraban aún unas cuantas personas circulando por los pasillos de manera constante y tranquila, sin preocupación alguna que les invadiese.

"En posición", habló una de las dos figuras, con un dedo situado en su oído.

"De acuerdo, cero".

Por otro lado, en un callejón inundado en penumbras, yacía un carro blanco con una cajuela espaciosa y dos puertas en los asientos delanteros del conductor y el copiloto, con uno de los cristales rotos y los portones cerrados.

"¿Están listos?", cuestionó un sujeto con una máscara blanca, sentado en el interior de la cajuela, rodeado de más individuos que, a diferencia de él, la mayoría portaba mascarillas o pañoletas negras en nariz y boca.

"Hay que hacerlo", respondió otro de ellos, el cual sostenía en sus manos una hermosa AK-47 de oro y detalles oscuros.

"Bien", dijo otro de los que estaban allí, abriendo la puerta del maletero. "Vamos entonces".

Y los individuos comenzaron a descender del vehículo uno a uno, apartándose de este con cierta cautela, pues a pesar de que no había muchas personas andando a los alrededores, no querían ser descubiertos, preferían ser precavidos y resguardar su seguridad e identidad.

"Buena suerte, Lei", habló el conductor del auto, sujetando el hombro del susodicho, quien se encontraba a sus espaldas, aún sentado en una esquina del maletero.

Mientras tanto, en una de las oficinas de la agencia, tras tantas horas de búsqueda: Kei, la compañera del detective Carlos, tallaba poco a poco una victoriosa sonrisa en su rostro, susurrando a su vez:

"Los encontré".

"Ten".

"Eh, ¿qué hago con esto?".

"Es una granada... arrójala a una de las ventanas de la entrada".

El grupo se encontraba ahora en la salida del callejón, observando directamente y desde su lugar hacia el objetivo general: la comisaría. Algunos llevaban mochilas negras colgando en sus hombros, otros simplemente llevaban sus armas de fuego de fuego guindando en sus espaldas, pero uno en especial portaba en su mano una granada verde asegurada con un anillo delgado de hierro, ésta, la ofrecía a uno de sus compañeros, quien no hacía más que mirar con inseguridad y nerviosismo aquel explosivo.

"White, no sé lanzar", comentó el sujeto. "Dile a otro que lo haga".

"Yo tampoco sé... por eso te digo a ti que lo hagas", rió el otro. "Tómala y arrójala a una de las ventanas de la entrada. Es una orden".

El individuo frunció el ceño de su rostro con una suma indignación corriendo por sus venas, tomando por fin el explosivo entre sus dedos temblorosos, aun mostrándose inseguro por la orden de su líder. Acto seguido; dejó salir un largo y pesado suspiro, con su mirada puesta en uno de los cristales de la entrada a la agencia, calmándose poco a poco. Y sin demorar mucho más, lanzó la granada al aire luego de quitarle el seguro de un solo tirón para dejarlo caer al suelo, en tanto que el explosivo giraba hacia el lugar ya mencionado, alejándose a gran velocidad del grupo. Entonces, la bomba, luego de unos pocos segundos traspasó una ventana y en seguida los vidrios rotos empezaron a caer constantemente al suelo.

"¡Bien hecho, Fran! Ahora, si fueras fallado habrías tenido el mismo destino que tuvo Héctor", rió Lei, hablando antes con cierto sarcasmo.

"¿Eh?".

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora