Capítulo 31

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Aquel lugar se mostraba como un sitio tranquilo y un tanto desolado. Un lugar en el que solamente se podía escuchar el viento soplar con ligereza y los pájaros cantar en tanto agitaban sus alas emplumadas a lo largo del cielo azul. Una carretera separaba el borde de un acantilado de una extensa explanada en la que se veía un local de hamburguesas junto a un estacionamiento con unos pocos autos aparcados allí, en sus respectivos lugares. Se apreciaba también la figura de una silueta alta, de traje oscuro y una corbata negra, un sujeto sentado al borde del acantilado, sobre el capó de un Mustang Boss 429 pintado de un color azul claro, brillante y pulcro; él, contemplaba serenamente el entorno que lo rodeaba, mientras que un joven pelinegro, de tés morena, unas pocas pulgadas más bajo de estatura y con un mechón blanco de su melena carbonizada se acercaba hasta su posición, sujetando en sus manos un par de hamburguesas pequeñas selladas y envueltas con delgadas láminas de papel blanco antiadherente, portando también un atuendo parecido al hombre sentado en el auto azul, sólo que, su saco oscuro iba abotonado en su pecho y llevaba en su cabeza un sombrero bombín hecho de un fieltro tan negro como la noche, pero tan fino como la lana.

"Aquí tiene", dijo el pelinegro, extendiendo una de las hamburguesas hacia el mayor.

"Gracias, muchacho", contestó el otro, tomando aquel alimento chatarra. "Entonces... serás mi nuevo compañero ¿no?".

"Sí, así es", respondió el pelinegro, en voz baja y sin llegar a posar su mirada en el contrario.

"No hablas mucho ¿o sí?", preguntó el otro, ya dándole el primer bocado a la hamburguesa.

"O usted habla demasiado", musitó el del sombrero negro, delineando una pequeña sonrisa burlona en su rostro.

"Me pregunto: ... ¿por qué te pusieron conmigo?".

"¿Usted qué cree?", cuestionó el otro, viéndolo de reojo.

"No lo sé, chico. Dímelo tú".

El pelinegro con el sombrero, se quedó allí, observando al otro individuo, haciendo contacto visual con sus ojos por un par de segundos, mostrándole de esa manera su expresión indiferente... luego, echó un pequeño resoplido a la nada, tallando nuevamente una sonrisa en su rostro, ladina y jovial, devolviendo así toda su atención hacia el horizonte, donde se veían unas cuantas montañas de gran tamaño y una pequeña parte de una extensa ciudad.

"No tengo idea", contestó, en voz baja.

"Oh, por supuesto que lo sabes", mencionó el otro, dejando escapar una corta carcajada.

"Algunas cosas es mejor no decirlas ¿no cree?", dijo el del sombrero.

"Sí, tienes razón, chico".

Hubo un leve instante de silencio entre ambos, y, posteriormente, al pasar unos cuantos segundos de paz, el mayor volvió a hablar, después de darle otro mordisco a la hamburguesa, diciéndole al pelinegro:

"Eddie, es mi nombre".

"Yo: ... soy Lei", respondió el pelinegro, con indiferencia.

"Baker ¿no? ... lo sé, sé quién eres", dijo Eddie. "Y creo que tú y yo nos llevaremos muy bien...".

En la fortaleza, gotas frías de agua caían persistentemente de las nubes grises que ahora se cernían sobre la construcción entera, con truenos y rayos cayendo por doquier, una vez tras otra y sin parar, junto a una gran ventisca de aire gélido que golpeaba súbitamente los escombros de los edificios que ya se encontraban en ruinas, al igual que la suave y lacia cabellera castaña de Layla, que seguía de pie en la entrada, a un lado de los vehículos y de Francisco, el cual veía agobiado de un lado a otro, sin saber qué hacer ante la situación amenazante, y teniendo una densa cortina de humo y niebla rodeándolos.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora