Frente a un riachuelo, donde el agua sucia de aquel desagüe caía en forma de una pequeña cascada de un drenaje delante de una gran cantidad de policías con ametralladoras que señalaban al interior del conducto por el que se derramaba el agua. Había dos helicópteros sobrevolando el área, moviendo con velocidad sus grandes y filosas hélices de metal en el aire, dentro de ellos, había unos cuantos policías más, los cuales miraban junto a Carlos, el detective, hacia el interior del desagüe, arrodillados frente a las puertas de las aeronaves, esperando a que, en algún momento, saliesen de allí las personas a las que buscaban.
«Ya los tengo, White, Black», pensó el detective, para sí mismo. «Están acabados»
Pero, a los pocos segundos, se reflejó con gran rapidez un ligero ademán de enojo y molestia en el rostro del detective al contemplar, desilusionado, como de aquel riachuelo de agua sucia caía un sórdido teléfono satelital de teclas y carcaza negra, manchado con tonos marrones y con la pantalla rota, además de mojado y descompuesto por completo, con la batería inflada y con la antena totalmente inservible.
"No puede ser", susurró Carlos, completamente decepcionado, girando levemente su cabeza hacia los asientos del conductor a unos cuantos centímetros de él. "¡Bájame!".
Uno de los policías se acercó al aparato, bajando poco a poco su arma, mientras tomaba el celular con dos de sus dedos para alzarlo delicadamente por la antena y dejar que las gotas de agua sucia escurriesen de su interior y los costados del teléfono. Posteriormente, se separó del drenaje de unas cuantas pisadas cortas en retroceso.
"No sirve", dijo el oficial.
"Déjame verlo", dijo el detective, aproximándose al agente con el aparato, teniendo aún aquella expresión indignada en su rostro.
Él, dejó escapar un bufido al tener el objeto en una de sus manos. Miraba el teléfono con desagrado y pena, enojado y asqueado. Se quedó viéndolo, aun así, detallándolo minuciosamente con asco, moviéndolo ligeramente de un lado al otro, hasta que se acercó al helicóptero en el que se encontraba antes, el cual ahora sobrevolaba a unos pocos centímetros del suelo para que el detective del saco café pudiera volver a subirse en él.
"Divídanse en tres grupos, los primeros dos entren allí e investiguen la zona, sigan el canal y busquen algún pasillo oculto o alguna pista que pueda ser de utilidad, si lo encuentran, contáctenme", dijo Carlos, subiendo nuevamente a la aeronave al mismo tiempo que esta comenzaba a elevarse en las alturas nuevamente. "¡El resto esperen afuera y vigilen los alrededores, que no se les escape nada!".
"¡Entendido!", exclamó uno de los oficiales.
Por mientras, en la cabaña, el grupo de gánsteres se hallaba ahora sentado en sillas cómodas que al igual que la mesa redonda frente a ellos, se hallaba hecha de madera refinada y clara. Degustaban un exquisito platillo de pescado y papas que el de cabello tintado – Alex, el dueño de la casa – se había tomado el tiempo de prepararle a sus invitados y antiguos compañeros, a los cuales miraba comer, sentado en uno de los tantos asientos.
"Y bien... ¿qué hacen aquí?", preguntó él, ya con más tranquilidad y cierta curiosidad. "Y... ¿dónde está Héctor, Ally, Peter?, no los veo entre ustedes"
"Murieron", respondió Daniel.
"¿¡Qué!?".
"No, no", replicó Leia, casi al instante. "Ally está viva... pero en prisión".
"¿¡Qué!?", refutó Alex, nuevamente.
"¿¡Estás sordo, cabrón!?", exclamó Val.
"¿¡Cómo es posible!?", cuestionó Alex. "¿Qué ocurrió?".
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El Diamante Negro | Volumen 1
General FictionLei, un ex-detective que trabajaba para una agencia de policía, tras la inminente traición de su ex-mejor amigo y compañero de trabajo, Eddie; decide convertirse junto a su hermana gemela, Leia, en el líder de un anónimo grupo terrorista y/o gánster...