Capítulo 23 | Dagas

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Era una mañana más en la hermosa ciudad de París, el sol radiante se asomaba por una ventana, llenando de luz toda la habitación en la que Layla, la fémina de ojos acaramelados y lacio cabello castaño; dormía cómodamente en su suave y acolchada cama apegada a una pared. Los ojos de la chica, poco a poco empezaron a abrirse al sentir como los deslumbrantes rayos de luz solar le daban en la cara, llevándola a fruncir un poco el ceño de su rostro con cierto disgusto, mientras que parpadeaba unas cuantas veces, girando su cabeza a un costado para evadir la luz.

Suspiró somnolienta, sentándose lentamente en el colchón y las fundas blancas. Estiró sus brazos al aire, bostezando por unos instantes, en tanto fijaba su mirada en una mesilla de madera junto a la ventana y sus cortinas negras, sobre ella, había un bolso oscuro, cerrado, pero repleto de cosas en su interior. La castaña se quedó mirando el bolso por unos cuantos segundos más. Luego, se levantó de su cama, plantando firmemente sus pies descalzos y pálidos en el suelo, antes de levantarse de golpe e ir caminando hacia la mesilla.

Bostezó nuevamente, colocando una de sus manos sobre su boca, entrecerrando sus ojos y situando su mano libre en el cierre que lo mantenía sellado aquel bolso. Un segundo más pasó, y ella, sin esperar más, jaló la cremallera del cierre y terminó por abrirlo, dejando a la vista unos cuantos productos de maquillaje, pastillas y demás objetos de poca importancia. Pero ella, no obstante, sólo se centró en una sola cosa oculta entre todas las demás, un objeto que no se podía detallar a simple vista, pues, de hecho, fue necesario que hundiera su mano entre todo lo tangible, para así tomar del fondo otro objeto, de colores claros, alargado, con un pequeño panel circular en blanco, y un par de puntas ovaladas.

Lei, por mientras, se hallaba reunido con Liz, Roberto y Valentín en el comedor de la casa. Estaban sentados uno frente al otro en aquella mesa de gran amplitud. El pelinegro comía gustoso la dulce y jugosa manzana roja que tenía entre sus delicados dedos, una fruta que antes había tomado de un tazón yaciente en el centro de la mesa, con un montón de manzanas más apiladas en él, de distintos tamaños y colores. Los otros tres, por otro lado, tomaban tranquilamente su desayuno, totalmente en silencio, hasta que, Lei perturbó aquella serenidad con el resonar de su voz al abrir su boca.

"¡Oh, casi lo olvidaba!", dijo, llamando la atención de los que lo acompañaban.

"¿Qué pasa?", dijo Roberto, viéndolo de reojo a su lado.

"Después de mucha búsqueda en internet, y 'con mucha búsqueda' me refiero a veinte minutos, conseguí un lugar en la ciudad donde una mujer joven e inglesa se reúne con un grupo de niños en una pequeña escuela, y les enseña idiomas, reforzando el francés", dijo Lei.

"¿Y? ...", interfirió Val.

"Y..., que tú, mi hermanito, irás a partir de mañana a estudiar en esa escuelita", contestó Lei, mirando al chico con una ladina sonrisa en su rostro, riendo entre dientes, en tanto le daba un bocado a su manzana.

"¿Qué? ...", susurró Val, parando instantáneamente de comer, levantando su indiferente e indolente mirada al pelinegro delante de él, al otro lado de la mesa.

"¿Eh, es enserio Lei?", cuestionó Ally, con cierto entusiasmo, y con una sonrisa alegre en su rostro.

"Sí, hablo muy enserio", contestó Lei, carialegre.

"No jodas, puta", objetó Val, disgustado. "¡Yo no iré a esa mierda!".

"¿Cómo de que no?", dijo Lei, dándole otro mordisco a su manzana.

"Me da mucha paja", suspiró Val, volviendo a su desayuno.

"Tú y yo tenemos un trato, ¿recuerdas?", mencionó Lei, mostrándole al castaño una ligera y burlona sonrisa.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora