Capítulo 26

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Bajo la tormenta y los relámpagos que caían abruptamente por los alrededores: la puerta de la mansión en medio del bosque, se abrió de golpe con brusquedad, de una fuerte patada. Daniel, tenía sujeto a Roberto con sus brazos, este, aún se encontraba sangrando con la mano presionando su herida. Su piel, no obstante; ya era tan blanca y fría como la de un cadáver, pero con dificultad y mucho esfuerzo seguía adelante, moviéndose con las piernas débiles y temblorosas, respirando con pesadez al andar. Luego de cruzar la puerta, se dejó caer al suelo, sintiendo como sus pulmones se comprimían con el paso del tiempo y de una forma repentina.

"¡Vamos, no te rindas ahora, hombre, levántate!", exclamaba Daniel, llevando uno de sus brazos alrededor del cuello ajeno, e intentando levantarlo sin éxitos, pues a pesar de toda la sangre que había perdido: Roberto seguía siendo muy pesado para el pelinegro.

"¡Roberto!", exclamó Layla, bajando apresuradamente las escaleras que llevaban al segundo piso, desde la entrada principal de la casa. "¿Puedes resistir? Jennifer está buscando el botiquín. Tienes que aguantar un poco más".

"Contigo, mi lady: aguantaría hasta seiscientas puñaladas de un romano", dijo Roberto, mirándole a los ojos con una ligera sonrisa. Más no tardó mucho en sucumbir de nuevo ante el dolor, apretando con más fuerza su herida, y quejándose a regañadientes.

Jack y Axel, que para entonces ya se habían acercado a la entrada de la casa junto a Ley y su gemelo; lo sujetaron por los brazos. Rodearon su cintura y de un tirón lo lograron poner en pie, ayudándolo a caminar rápida pero cuidadosamente hacia uno de los pasillos más cercanos.

"¡Llévenlo al salón!", ordenó Lei.

"Tranquilo, compadre. Ya casi estamos", le dijo Axel al moribundo, obedeciendo al pelinegro.

"Sólo resiste un poco más", le habló Jack, sintiendo como el peso del sujeto recaía en su cuerpo.

El resto del grupo, en ese momento, estaba esperando en el salón, impacientes y preocupados por el estado inquietante de su compañero.

"¡Dense prisa!", exclamó Joseline.

"¡¿Y qué crees que hacemos?!", replicó Axel, con indignación.

"¡Rápido, recuéstenlo sobre la alfombra!", dijo Jennifer, en voz alta, terminando de colocarse un par de guantes quirúrgicos de color blanco, guantes que tomó de un botiquín en blanco y rojo, abierto y situado a su lado.

Con delicadeza, Jack y Axel, recostaron a su compañero malherido sobre la extensa alfombra de terciopelo rojo tendida en el suelo, obedeciendo a la fémina de anteojos en silencio.

"¡Necesito más luz!", dijo ella, dejando al descubierto el torso del sujeto al arrancar de un fuerte tirón los atuendos superiores de éste.

Y mientras que Tuti se arrodillaba en el suelo, quitándole al moribundo sus gafas empapadas de sus ojos cerrados: Liz, corría rápidamente hasta un interruptor en una pared, encendiendo las luces blancas y fulgurantes del techo al presionarlo. Por un momento, la atención de la chica se centró en el perfecto abdomen marcado del hombre, y, por consiguiente; llegó a sonrojarse levemente, más no demoró demasiado en ponerse a trabajar. Tomó una botella de alcohol, gazas limpias, vendas, una tijera y aguja e hilo del botiquín a su lado, e inmediatamente se dispuso a limpiar con delicadeza y mucho cuidado la herida abierta de Roberto, que, a pesar de ser pequeña, era extremadamente profunda, tal vez con unas dos pulgadas de profundidad.

"Ah, joder", se quejó en voz baja, apretando con fuerza sus ojos, y formando un puño con sus dedos temblorosos.

"Vamos, aguanta", le habló Jack, ofreciéndole su mano para que el individuo pudiese apretarla y con ello resistir arduamente el dolor.

El Diamante Negro | Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora