Hogar

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El parque estaba tranquilo a esas horas. Sólo se escuchaban los pájaros regresando a casa y algún que otro coche pasando por aquel lugar. No solía ser un sitio muy transitado. A las ocho pasaba la vecina del edificio de al lado paseando a su galgo marrón y blanco. Cada día la saludaba son una sonrisa enorme y de vez en cuando aquel perro se le acercaba para dejarse acariciar. No cruzaban de normal ninguna palabra pero la mirada de aquella mujer siempre le reconfortaba y el tacto de aquel pequeño animal siempre le recargaba la energía.

Amigas que no hablan,
abrazos que no se dan,
palabras que no se cruzan...

Dejó a medias aquellas frases y comenzó a dibujar garabatos en aquella hoja. Nada tenía mucho sentido pero había pasado la fase de juzgar lo que hacía y sólo se dejaba llevar. Sabía que hay días que no sale nada que valga la pena y que otros, sin saber muy bien como, las palabras inundaban aquel cuaderno casi completo que nunca soltaba. Levantó la cabeza sabiendo que ninguna palabra iba a completar aquello que dejó a medias. No sé sintió mal. No podía hacerlo si estaba en su hogar.

Todo el mundo llamaría hogar a su casa o el lugar que compartiera con su familia, su pareja o sus amigos. Era raro considerar que un parque con árboles centenarios, una fuente que hace meses que dejó de funcionar y dos bancos estropeados por el paso del tiempo era un hogar. Ella lo consideraba su sitio. Desde que tenía catorce años y llegó a aquel nuevo barrio había pasado cada tarde en su banco. Recordaba perfectamente el primer día que se sentó allí. Pidió a sus padres dar una vuelta por aquel lugar, conocer los alrededores de su nuevo piso y ellos, sabiendo que estaban haciendo un cambio grande en la vida de su hija, la dejaron ir. Entonces encontró aquel parque que en ese momento estaba en mejores condiciones. Sintió la necesidad de relatar como se sentía al estar en aquel sitio y allí, en el banco que seguía acompañándola, vomitó las palabras que salían de sus manos sin mucho sentido. Rompió aquel papel, cosa de la que ahora se arrepentía. Y desde ese momento, cada rato libre que tenía, bajaba a ese banco. Su nombre estaba tallado en él, cosas que una hacía con quince años sin saber muy bien con que motivo. Era su vía de escape, su inspiración. El lugar en el que se sentía más cómoda.

Hacía meses que pasaba más tiempo del normal sentada sobre aquellos trozos de madera y escribiendo en su cuaderno. "Es una mala racha", se repetía para sí misma cuando ese pensamiento llegaba a su cabeza. Aunque a veces sabía que aquella mala racha estaba alargándose demasiado. No quiso recrearse más en aquella idea. Miró la hora y cerró su cuaderno. Subió a casa a por algo de cenar, no tenía mucha hambre pero su padre siempre le pedía que lo hiciera y ella, que nunca había sido de desobedecer, no quería fallarle.

-Anne, últimamente comes muy poco - deja caer su madre con tono de preocupación.

-Mamá, no tengo mucho apetito pero cuando vuelva como algo más - su sonrisa no miente aunque su madre sabe que al regresar solo comerá un trozo de chocolate o algunas galletas que encuentre en la cocina.

-Está bien pero abrigate.

Le dió un beso a su madre y, cogiendo su sudadera favorita y sin dejar atrás su cuaderno, se despidió prometiendo que regresaría en un rato. Un rato que solían ser horas pero ya era bastante mayor como para que sus padres le pusieran hora de vuelta. Ellos eran conscientes de donde iba y, ¿que padres en su sano juicio le dirían a su hija de dieciocho años que no bajase al parque a escribir? Aquel era su único vicio y ellos no podían pedir más. Era la hija ejemplar, un poco reservada pero atenta, inteligente, responsable y comprometida.

Bajó las escaleras de casa. El parque estaba a cinco minutos. Le encantaban esos instantes de camino, su cuerpo deseaba llegar pero ella retrasaba aquel momento andando con calma para darse el lujo de disfrutar de la llegada. Se sabía cada una de las baldosas que llevaba a aquel césped descuidado que rodeaba su sitio. Estaba embobada como de costumbre mirándolo todo pero algo llamó su atención.

Había un chico sentado en el banco, bueno, en su banco. Estaba de espaldas pero podía observar unas gafas metálicas, un flequillo rubio y una guitarra que no sonaba.
No sabía cómo gestionar aquella situación. Quería escribir pero no era capaz de concentrarse en otro lugar. Tampoco iba a volver a casa y explicarle a su familia que había alguien sentado en su sitio y ella no era capaz de hacer lo que más amaba en el mundo en otro lugar. ¿Cómo iba a acercarse a decirle a aquel chico que necesitaba estar ahí? Decidió la opción más fácil. Se sentó en el césped a esperar que el chico se marchase. No se quedaría allí toda la noche o al menos eso esperaba ella.

No abrió su cuaderno, sabía que no serviría de nada. Sus dedos jugaban con el césped mientras los minutos pasaban. La paciencia no era una de sus virtudes y menos si sé trataba de crear. No podía dejar de pensar que hacía allí alguien a aquellas horas. Alguna vez le había pasado algo así por la tarde. La abuelita que vivía justo debajo suya se sentaba de vez en cuando en aquel banco cuando sus nietos venían a visitarla y ella les llevaba fuera o cuando otro chico del barrio salía a correr y descansaba en aquel lugar. Siempre por la tarde, cosa que ella entendía, pero la noche siempre era suya.

Su pensamiento fue interrumpido. Una melodía empezó a sonar. No le sonaba de nada. Se puso nerviosa. Sentía que estaba invadiendo la privacidad de aquel chico. Era como si alguien cogiese su cuaderno y empezara a leer sin permiso. Se levantó decidida a irse a otro lugar a esperar pero en ese momento la guitarra paró. ¿Se habría dado cuenta? Ella se giró y aquel chico estaba mirándola de una forma que no podría describir y una media sonrisa. Sonrió y él agachó la cabeza. El chico se puso de pie, guardó la guitarra y se fue.

No entendía muy bien lo que acababa de pasar pero aún así se dirigió a su banco abriendo el cuaderno. Las palabras salieron solas.

Tiemblan mis piernas
al verte pasar.
Sonrío con ganas,
sonríes sin más.
No te conozco,
me atrapa tu mar.
Miradas se cruzan,
escribe el azar.
El parque de siempre,
la misma ciudad.
Cuerpos vacíos,
almas volarán.
Mariposas que nacen
y mueren al compás.
Maldito mañana
que tarde vendrá.

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora