Miradas

1.1K 60 26
                                    


Tras una hora de clase y un par de cervezas compartidas salió de casa de Maialen. Maialen era su alumna de guitarra, casi se muere de vergüenza al decirle mal su nombre otra vez. Había estado una hora aprendiendo más de ella que al contrario. Las armonías y las letra de aquella chica le fascinaban. Ella le pidió varias veces que le enseñase algo suyo pero él se escapó como pudo prometiéndole que algún día le enseñaría algo tan bueno como lo que ella hacía. Mai, como le había pedido que la llamase para que no se equivocase, le dió un abrazo para despedirse de él y aunque él no era muy de dar abrazos porque sí, sintió que aquél era uno de verdad. Su música sin duda había llenado un poquito el corazón del rubio y estaba seguro de que ahí saldría una bonita amistad.

Mientras bajaba las escaleras volvió a su cabeza lo que aquella hora había hecho olvidar. El parque. No se había atrevido ni a girarse para verlo antes pero cuando saliese de aquel edificio se quedaría de frente mirando a él. Tenía que hacerlo. Estaba preparado para volver a sentarse allí a tocar y quizá así, terminar aquella canción que empezó el día anterior. En su cabeza no cabía la opción de volver a cruzarse con la chica, era casi imposible. Así que pensó que en aquel lugar recordaría mejor las cosas para terminar aquella letra.

En cuanto salió comenzó a andar hacia aquel sitio. Al tercer paso frenó en seco. ¿Estaba volviéndose loco? Había una chica sentada en aquel banco. Una chica que era la chica. No sabía si aquello era una ilusión o de verdad estaba pasando. ¿Ahora vivía en una película de Hollywood? Su mente iba demasiado deprisa y otra vez mil ideas sobre lo que hacer pasaron por su cabeza. ¿Qué haría el prota de esas películas cursis? Seguramente acercarse a ella con alguna excusa tonta si fuese una comedia o sentarse junto a ella con alguna frase romántica si fuese algo más dramático. Él no era el protagonista de ninguna película de amor pero sus ideas eran aún peores. Bueno, su idea, porque lo único que pasaba por su cabeza era salir corriendo otra vez. Se imaginaba a sí mismo montado en el metro maldiciendose, a Flavio queriéndole matar al día siguiente, el recuerdo borroso de esos ojos en su cabeza y esa canción sin terminar. Se armó de valor y comenzó a andar despacio, sin saber muy bien cuál era su plan hasta que notó el peso de su guitarra. Iba a sentarse en el otro banco. Tocar era su idea brillante. Tocar delante de una desconocida que muy probablemente no le recordase cuando él no podía sacarla de su cabeza. Era idiota pero no iba a marcharse de allí.

La sombra que se cruzó delante de Anne venía del otro lado del parque. El otro lado que eran unos cinco metros. Levantó la cabeza para ver una figura que le resultaba familiar. El chico. Estaba de espaldas y desenfundando su guitarra. Maldita guitarra. Volvió a entrar en pánico. No sabía si quedarse, si salir corriendo o si acercarse a él pero ninguna le parecía una buena idea. Así que su cuerpo respondió por ella quedándose paralizada. Había estado más de una hora pensando que lo más probable es que el chico saliera de aquél edificio para seguir su camino sin pasar por allí. ¿Había ido a aquel lugar recordando como ella la noche pasada? No podía saberlo.

El chico se sentó en el banco y ella bajó la mirada a su cuaderno. No estaba lista para volver a cruzarse con esos ojos. Entonces la misma melodía volvió a sonar. Era tan delicada que podría dormirse con ella. Inconscientemente levantó la cabeza para ver al chico mirando su guitarra mientras sus dedos se deslizaban por ella. Se sonrojó al pensar que alguien pudiera tocarla así.

Gèrard no se atrevía a mirar que hacía aquella chica mientras el tocaba. Quizá se había marchado porque su presencia le incomodaba. Quizá ni se habría dado cuenta de que estaba allí. Quizá seguía mirando aquel cuaderno y escribiendo en él. Quizá... Levantó la mirada para salir de dudas y allí estaba ella clavando sus ojos en él otros dos segundos eternos para luego bajar su mirada.

La había visto. Esa mirada que no sabía cómo describir. Él también la había visto a ella y solo esperaba que con la noche ya encima y a esa distancia no se pudiera ver el rojo en sus mejillas. Cerró los ojos para seguir disfrutando de aquella melodía. No tardó más de diez segundos en parar.

El rubio no podía creerlo. Le había vuelto a mirar con aquellos ojos matadores. No había estado demasiado tiempo cruzándose con ellos pero ya era suficiente para saber que si quería volver a verlo tendría que actuar. Ella no iba a estar en ese parque para siempre y las casualidades no se daban más de dos veces. Paró de tocar para guardar su guitarra y acercarse a ella.

Ella no podía creer que el rubio fuese a marcharse otra vez. ¿Que posibilidad había de encontrárselo de nuevo? Necesitaba saber de él, conocerle, descubrir cuál era aquella melodía o por lo menos ver esa mirada de cerca. Cerró su cuaderno mirando como él guardaba su guitarra y cuando comenzó a andar, casi por instinto, él hizo lo mismo. Ambos sonrieron. ¿El también quería hablar con ella?

Ninguno supo muy bien cómo actuar. Daban pasos lentos, retrasando el momento de estar cerca aunque lo ansiaban. No dejaban de mirarse y conectar tanto sus miradas les ponía nerviosos a ambos. Anne no pudo contener una risa nerviosa y Gèrard sonrió de lo tierna que le parecía. Mojó sus labios para empezar a hablar cuando estaban a poca distancia.

-Soy Gèrard - dijo simplemente, sin saber cómo empezar aquella conversación.

Anne temió que las palabras no le salieran cuando escuchó aquel nombre.

-Eh, yo soy Anne - dijo cortando por primera vez aquella mirada cruzada mientras agachaba un poco la cabeza. - Tocas muy bien, me ha encantado.

El rubio tampoco tenía muchas más palabras, no sabía que intención tenía al ir a buscarla, no pretendía nada que no fuese ver esos ojos de cerca. Así que volvió a recurrir a lo que mejor se le daba en el mundo.

-¿Quieres que la toque entera?

-Me encantaría - dijo la chica caminando hacia su banco.

Gèrard hizo lo mismo. Volvió a sacar su guitarra y se sentó a su lado girando un poco su cuerpo hacia ella. Le maravillo esa imagen. Era evidente que Anne era guapísima pero tras eso había muchas cosas que le inquietaban y quería descubrir. Saliendo de su burbuja comenzó a tocar. Ella miraba sus manos, sus brazos, su cuello y llegaba a aquellos ojos para volver a empezar aquel recorrido. Él, en cambio, solo miraba la guitarra. Tenía la sensación de que si la miraba aquella melodía se iría a la mierda. La canción llegó a su fin y ella soltó un pequeño aplauso.

-Eres la persona que mejor he visto tocar la guitarra - dijo mientras el negaba con la cabeza. - Si lo digo es porque es verdad, yo no miento.

Se quedaron en silencio, nerviosos y sin saber muy bien que hacer. Ella abrió su cuaderno para apuntar algo que él no pudo ver. Anne no podía creer que estar escribiendo al lado de una persona que no fuese su mejor amiga pero sonrió. El rubio miró la hora, no podía tardar mucho más en volver a casa o el metro cerraría y cuando ella dejó de escribir, comenzó.

-Yo... tengo que irme, van a cerrar el metro -dijo dejando ver un poco de tristeza en su voz.

-¿Vas a venir más por aquí? - preguntó Anne ansiosa.

-Doy clases de guitarra a una chica aquí delante. Lunes, miércoles, viernes y domingos. ¿Tú siempre estás aquí? - preguntó deseando un si por respuesta.

-A casi todas horas, siempre escribo aquí - soltó señalando su cuaderno con una sonrisa.

-Nos veremos entonces, Anne.

-Eso espero, Gèrard.

El rubio volvió a guardar la guitarra con la mirada de la chica clavada. La puso en su espalda y susurró un adiós mientras movía la mano. No es que ella esperase un beso de película pero si algo más que un adiós con la mano. La timidez del chico la enterneció y sonrió devolviéndole el gesto. Cuando el chico ya había andado unos pasos, releyó lo que había escrito.

Miradas que completan
noches en silencio.
Melodías que aprietan
almas en concreto.
Ojos que susurran
palabras sin saberlo.
Personas que aparecen
en el sitio correcto.


MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora