Suerte

1.3K 65 15
                                    


A las doce de la mañana, sin haber dormido demasiado, Gèrard se despertó. Agredeció que la persiana aquel día estuviese bajada y no le despertase el sol aunque le hubiese encantado ver a Anne bajo esos rayos. Estaba preciosa dormida, su pelo estaba revuelto por la intensidad de la noche anterior. Su rostro le transmitía calma, no pudo evitar dejar una caricia en aquellas mejillas que tanto le gustaban. No sabía en qué momento de la noche se habían acercado pero ahora ella estaba rodeándole con su brazo. Si quisiera levantarse, la despertaría pero no quería irse de aquella cama. No sé perdonaría perderse el momento en el abrirse los ojos y mirara a los suyos de cerca.

Las imágenes de la noche anterior se paseaban por su cabeza. Anne susurrándole al oído, mostrándose tal y como era, desnudándose en todos los sentidos. Las manos en su nuca, los besos por todo el cuerpo, las caricias, la cara de ella sonrojada, sus manos que se unían para volver a separarse buscando el cuerpo del contrario, su complicidad. Nunca había sentido algo parecido. Los sentimientos se estaban desbordando pero a él, si ella estaba segura, no le importaba. Le había demostrado los días anteriores que quería compartir su tiempo con él, escucharle tocar, compartir sus versos. Y otra vez él había necesitado una prueba física para saber que aquello estaba avanzando. Una tontería tan grande como el sexo había hecho que supiera que Anne era todo lo que necesitaba y que para ella era igual con él. No podía sacar de su cabeza lo especial que fue esa noche, nunca había conectado con alguien a aquel nivel. De hecho, nunca había sido una prioridad para él compartir cama pero ahora entendía porque a la gente le fascinaba aquello. Dos almas que se tocan había escrito ella antes de que nada pasara, había descrito con esas cinco palabras todo lo que iba a ocurrir. A él le fascinaba como ella dibujaba con sus palabras todo lo que sentían los dos. Era mágico.

Notó una caricia en su mejilla y se giró hacia ella. Estaba abriendo los ojos despacio y acercándose a él. No pudo evitar una sonrisa al verla así, era la mezcla perfecta de ternura y fortaleza. No sabía cómo podía tener tanta suerte. La chica juntó sus caras y se quedó mirándole a milímetros. Y, aunque sus miradas eran eternas, no pudieron evitar bajarla hacia los labios del contrario para después unirse. Anne al separarse colocó un poco el pelo del chico, gruñó y volvió a cerrar los ojos abrazándose a él. Ella tampoco podía dejar de pensar en todo lo que pasó la noche anterior. Las mismas imágenes se le pasaban por la cabeza. Las manos de Gèrard en su cintura, sus ganas de no separarse de aquella boca, las miradas, sus respiraciones agitadas, lo guapo que estaba el chico cuando acabaron. Agradecía al universo aquella suerte. No sabía cuánto tiempo duraría aquello pero estaba dispuesta a comprobarlo. No tenía ningún miedo, se lo había hecho saber al rubio y aquello hacía vivirlo todo más. Dos semanas pensó, había sido todo tan intenso que a veces se le olvidaba el tiempo que llevaban conociéndose.

- Anne - susurró el chico mientras apartaba un poco su pelo. - Deberíamos levantarnos, tienes que ir a casa.

La respuesta de Anne fue otro gruñido que Gèrard siguió con una risa. Ya sabía que a la chica le gustaba dormir pero aquello le estaba pareciendo muy cómico. Le acarició de nuevo la cara, subió su mentón para quedarse más cerca de ella y le dió otro beso. Se levantó despacio volviéndose a vestir.

- ¿Quieres que haga café?

La respuesta volvió a ser un gruñido que interpretó como una afirmación. Salió hacía la cocina dónde encontró a su compañero. Flavio le miró sonriendo, miró a la puerta por si aparecía su nueva amiga y al ver que no, procedió al interrogatorio. Gèrard le contó la verdad, lo que había sentido era digno de compartir y más que darle reparo, le hacía sentir orgulloso tener aquella conexión con alguien. Fla le dió el abrazo de cada mañana y le ayudó con los cafés.

- Entonces, ¿puedo deciros ya parejita? - dijo Flavio riéndose.

- No somos... bueno eso, no hemos dicho que estemos juntos - dijo el rubio.

Flavio volvió a reír, se dió cuenta de que ya no estaban solos y dejó ahí la conversación. Anne fue a abrazarle sin poder abrir todavía demasiado los ojos. Cogió el café y se lo bebió casi de un sorbo mientras se apoyaba en la pared. Se negó a desayunar nada, en poco tiempo sería la hora de comer y el desayuno no la apasionaba. Tras ducharse, vestirse y recoger sus cosas, se marchaba hacia casa. Le hubiese encantado quedarse allí pero no aparecer en todo el día le parecía demasiado. Además, Gèrard había quedado con Mai aquella noche y se verían un rato en el parque. Quedado, porque hablar de clases no tenía ya mucho sentido. Se despidió de los dos chicos dejándoles hacer la comida.

Llegó a casa y mientras comía le contó a sus padres lo maravilloso que había sido el concierto. Luego, sin bajar a su banco, se puso a escribir. Necesitaba contarle a su cuaderno todas las emociones sentidas el día anterior. No sólo las que había sentido entre las sábanas. Quería hablar de Maialen y su música, su voz tan pura, sus gestos tan personales. También de Flavio, el guardián del rubio, que había hecho, no sabía como, que Gèrard se subiese al escenario sin titubear. Escribió sobre el hogar de aquellos dos, sobre las cervezas compartidas y por último sobre ella. Necesitaba decir cómo estaba ella, como se sentía, describir cada emoción que recorría su cuerpo de pies a cabeza y dejar esa página allí para releerla cuando necesitará sentirse viva, ya fuese en dos meses o cincuenta años. Cuando quiso darse cuenta, había pasado toda la tarde. Cenó viendo el telediario con sus padres y bajó al parque en el que Gèrard ya estaba.

Se abrazaron y ella le pidió música, él comenzó a tocar sin resistirse. Pasaría así todas las noches de su vida si le asegurase que la voz del rubio siempre le iba a hacer sentir lo mismo. No hablaron demasiado aquella noche hasta que llegó la hora de marcharse. Ella tenía algo rondando su cabeza y como siempre le pasaba, no podía dejarlo allí. Tenía que decirlo.

- Oye, Gè, esta mañana te escuché hablar con Flavio - dijo un poco avergonzada. - No hace falta que firmemos nada, los dos sabemos lo que somos.

Él le correspondió con un beso, sabía que tenía razón. Los dos estaban seguros, eso era lo que importaba. Y, como siempre, se marchó dejando a la chica a solas con su cuaderno pero esta vez ella ya había escrito todo y se dedicó a leer.

Avalancha.
Sentimientos se cruzan.
Duda.
Me pregunté por tus ojos,
analicé tu mirada.
Admiración.
Tu música me llamó,
tu voz la acompañó.
Inspiración.
Dibujé tus manos,
escribí tus ojos.
Miedo.
Me devoró el pasado,
me alteraron las preguntas.
Confianza.
Me cogiste la mano,
no hizo falta más.
Amor.
Tus besos me hechizaron,
me encogiste el corazón.
Paz.
Me tranquiliza tu presencia,
me calmas el temblor.
Luz.

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora