Cap 25: El lanzamiento de una catapulta

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A Charlotte le gustó su primera imagen. La impresión que le generó su sonrisa, mientras le estiraba la mano en ayuda y sacudió apenas esa reconfortable unión, cuando se encontró de pie frente a él.

A Charlotte le fascinaron sus palabras insistentes, sus visitas diarias a la panadería y aquellos dólares lisos y sin una mínima arruga con que le pagaba ¿Acaso era así de detallista con el resto de sus pertenencias?

A Charlotte la enamoró su perfume, siempre atrayente y que su cuello ancho, varonil y fresco, desprendía cuando se acercaba para acomodarle el cabello. Si un hombre huele bien, todo en su vida va bien, solía decirle su madre, cuando algunos muchachos intentaban cortejarla pero ella se negaba a aceptarlos.

Y a Charlotte le encantó verlo cambiar y siendo la sombre de él en ese proceso. Luciano ya no era el joven que les sonreía a las muchachitas y les hablaba de sí mismo solo para llamar sus atenciones. Él les hablaba de ella ahora y la presentaba como nunca antes había caminado con otra joven de su brazo.

En un camino que le ayudó a transitar, el niño italiano controlaba sus celos, su manera de expresarlos y las consecuencias se evaporaban a falta de causas. Él dependía de ella como sus dedos de enrollarse a la delgada cintura y retenerla, aguardando porque no se alejara con facilidad.

El empresario aún lo era. Pero estaba enamorado. El empresario enamorado lo llamaban entonces y él acomodaba su corbata y sonreía en aprobación. Porque lo estaba.

Ella en cambio nunca perdió su dulzura, la dedicación con que atendía a sus clientes ni las ansias de que las agujas del reloj caminaran y así sacarse su delantal, para correr hacia él que la esperaba cada hora de salida.

A él el amor lo cambió y a ella la mantuvo en el mismo nivel pacífico. Pero más profundo.

Juntos, eran el reflejo digno de la felicidad, representando lo estabilizador que puede llegar a ser una persona al invadir la vida de otra. Parecían la imagen de una película romántica, de esas en que ambos caminan al lado del otro, el viento volea sus ropas y la sonrisa de los dos choca el piso.

Porque las historias de amor se caracterizan por eso. Las verdaderas historias de amor son eso.

Dos almas gemelas se encuentran no porque salieron a buscarse, si no porque algo las unió o las lanzó hacia la otra. Algo como una catapulta. Porque si el amor es antiguo y ha vivido desde siempre, el método que lo transporte debe serlo también.

La catapulta fue siempre un instrumento para lanzar objetos a distancia. Y el amor se burla de esa distancia al subirse como proyectil y se ríe al atravesar por el aire hasta llegar a su destino, derribando murallas y saltando las dificultades.

El lanzamiento de una catapulta iniciaba una guerra ¿no funciona igual el amor? Los combates internos se levantan como los miedos son aplastados. Todo punto choca con su contrario hasta dar con el vencedor.

Irónico el momento donde ninguno derrocha sangre. No visiblemente a pesar de conseguir un perdedor.

Las guerras no son para cobardes, decían los gladiadores mientras usaban las catapultas y al día siguiente luchaban contra un león. Así como en la arena, el amor es un campo de batalla donde no gana el que mantiene por más tiempo su arma alzada. Gana el primero que la arroje y se dé por vencido. Y a pesar de eso, es el invicto ganador.

Si el mundo le permite eso a dos personas totalmente distintas y que se han conocido por azar, casi como la suerte toca al arrojar al aire una moneda... ¿te permitirías a ti mismo verte en su lugar?

My Lady | Michaeng [PAUSADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora