10. Hicimos un trato.

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La noche se ha convertido en un trepidante juego de evitar la mirada de Henrik a toda costa, pero que la casa de Shay sea tan inmensa como la mansión de las Kardashian parece no ser suficiente. Cuando creo y mi cerebro se autoengaña con que le hemos esquivado la pista, alzo la vista y allí está en la esquina: mirándome.

La manga de su sudadera se resbala a través de su antebrazo dejándome ver unas venas bien marcadas, las gotas causadas por el frío hielo descienden por sus dedos, sus labios rozan el borde del vaso. Estoy convencida de que hasta en un par de ocasiones me ha hecho una pequeña señal con un ladeo de cabeza, aunque no puedo evitar apartar la mirada antes de que acabe de descifrar que quiere hablar conmigo.

Me ruborizo cada vez que recuerdo ese beso. Ha sido un estúpido juego y él lo sabe. Ni en el más remoto ser maligno de sus cabales podría pensar que lo he hecho por gusto, y aún y así hay algo que no soy capaz ni de verbalizar mentalmente. Me he dejado llevar por la manipulación de Charlotte y la fría mirada de Zoe sin pensar que tendré que enfrentarme a él tarde o temprano: en el instituto o en una de las cenas con nuestras familias. Sólo pienso en cómo actuaré frente a él. ¿Debo aparentar como si no hubiera pasado nada? ¿Como si no sintiera todavía sus labios carnosos sobre los míos? ¿Debo fingir que no me ha impresionado lo bien que sabe? Lo bien que sigue sabiendo. ¿Debo omitir en mi cerebro la loca idea de que me parece como si me hubiera besado con él toda una vida? 

Intento apartar todo eso de mi cabeza y dejo mi vaso sobre la mesa más cercana que encuentro: una pequeña cómoda con fotos de Shay y Arizona. Mientras mi lucha visual sigue fija en los pequeños ojos de mi mejor amiga, mi mente viaja hacia el hecho en el que me permito admitir que sí, me ha gustado. Ese beso me ha gustado. 

Puaj, se trata de Henrik. Pero Dios, se trata de Henrik, el que muy a mi pesar, tiene un atractivo innegable, y él lo sabe.

El cabrón. 

Los años en él hacen como el buen vino, pero por otro lado, nadie puede quitarle ese sabor amargo que te provoca un escalofrío. Puede incluso superarse a sí mismo y ser más cruel con los años que cuando éramos pequeños, y parecía un reto difícil.

Pero, la sensación de ese sabor en la garganta es magnífico.

Por suerte, parece que intenta reprimirse desde que se mudó al barrio, aunque en cualquier caso me ha costado más de un disgusto.

Me llevo la mano a mis labios intentando buscar una frase que no suene a locura, pero recuerdo bien su boca encajando a la perfección con la mía. Tal vez sea porque se trata de mi primera fiesta pero estoy sintiendo muchas cosas distintas. La música suena con más vibración que nunca, mi cuerpo está experimentando el alcohol por primera vez, mi corazón está por salirse desde que me senté en ese círculo y no puedo parar de relamerme los labios desde que tocaron los de Henrik. Me siento... viva. Más viva que nunca. Casi tan perceptible como cuando leo uno de esos libros en los que vivo mil aventuras distintas y siempre acabo enamorándome del protagonista, solo que esta vez, esas aventuras y todos esos personajes han salido de entre las páginas para convertirse en reales.

Pero lo que más me atormenta es el hecho de que cada una de estas sensaciones no son nuevas del todo para mí: hay cierta familiaridad y eso sólo hace que no deje de pensar en el por qué. Intento asumir que seguramente sólo estoy recordando aquel primer beso, los mismos nervios, los mismos labios. Además, después de ello, pude sentir con más claridad cada beso que leía en mis libros favoritos; era capaz de sentirlo, de entenderlo. 

LA CHICA CON EL ALMA DE HIERRO | Libro I Y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora