Hans miraba los fríos barrotes de la celda. Los de una pequeña ventanita por la que no cabría ni un perro salchicha ni aunque lo empujaras.
Con frecuencia la briza que entraba por la pequeña abertura no alcanzaba para refrescar sus el reducido espacio durante el verano, pero sí para dejar pasar mosquitos y moscas que venían a pisotear la piel del preso. Le chupaban la sangre como sanguijuelas y luego volaban lejos nuevamente por la ventana. Tomaban lo que quería y luego se marchaban.
Era el prisionero número 232. Módulo A.Estaba sólo en su celda, ya que sus compañeros tenían particular tendencia de demasiado morir pronto.
Su celda era una donde los nuevos reos venían a dar una vuelta. Estaba maldita decían algunos. Pues quien allí dormía no duraba mucho.
Sin embargo, Hans gozaba de ser la excepción a la regla.
Recordó haber llegado a la celda 006 con otro hombre hace varios meses. Su nombre era Américo Carballo. Era un hombre fuerte, músculo y torpe de mente. Fue condenado a 10 meses con reducción a 7 por buena conducta. ¿Su delito? Robo a mano armada. Bueno... No, más bien no. Ese fue el pecado. En realidad fue un simple robo de un simple ladrón de tercera. Él quería dinero, sin embargo no pensaba en grande. Una mañana dijo "seré ratero de callejón". porlo cual tomó una pistola sin balas y asaltó a la primera persona vulnerable y adinerada que vio: Una señora de unos 80 años. Vestido Chanel. Perlas de collar. Aretes de diamante. Américo la encasilló como una de esas filantropos que apoyaban el cambio social. Tú sabes. Una activista que ama la naturaleza. Una hippie con dinero; todo eso lo pensó cuando se dio cuenta de lo arrugada que tenía la cara.
"Una mujer que viste así debe ser rica. Y una mujer rica debe gastar mucho dinero en tratamientos de belleza. Pero esa vieja era una ciruela pasa"
Eso comentó Américo. Y Hans no dudó en decirle que su razonamiento eran puras chorradas.
Finalmente. Fue allí y le gritó a la mujer "¡Dame el bolso, Mamá Noél!" apuntándole con su arma.La anciana intentó oponer resistencia, según dijo él. Le lanzó gas pimienta a la cara, y él se puso como enloquecido.
Soltó la pistola. Empujó a la anciana y, con un fuerte tirón le arrancó el bolso.
Escondido detrás del Banco Nacional, aprovechó la oportunidad revisar su botín robado.
Tristemente no halló joyas, oro, cheques o dinero en efectivo. Aunque, por otro lado. Sí que había un par de kilos de una harina blanca y extraña."¡Debe ser harina natural para hacer pasteles" pensó. Eso reforzó la teoría de que era una mujer anti pesticidas, anti maltrato animal y todo eso. Una mujer new age. Seguro que también feminista.
Pronto se enteró que no era tan así.
La policía lo arrestó media hora después. Resulta que el estacionamiento de los bancos también tienen cámaras de seguridad. El vigilante dio el pitazo a la poli de que "había un hombre raro" vagando cerca del banco con un bolso de señora que tenía un par de paquetes extraños.
Cuando los policías abrieron los susodichos paquetes lo identificaron al instante como Cocaína.
¡La vieja era una mula! O peor ¡una traficante! O peor ¡tal vez era un hombre disfrazado de viejita para disimular! Américo no lo sabía porque cada vez que lo recordaba pensaba una cosa distinta.En fin, el tipo no duró mucho en la celda con Hans. Salió al patio y lo apuñalaron por mirar feo a El Jefe. Y nadie mira feo a El Jefe sin ganar un ataúd también. Nadie, Excepto Hans, desde luego. Américo duro dos días en prisión.
Y después de él Américo, Hans tuvo otro compañero. Su nombre era Stanley. Trabajaba como guardia de seguridad antes de que lo acusaran de intento de homicidio.
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ENTRE BARROTES
General FictionHans vive tranquilamente sus días de confinamiento en la celda 006, la celda maldita, según dicen algunos reos. Todos los compañeros de Hans están muertos ahora. La vida es sencilla, hasta que llega a la celda 006 un niño rubio y errático, completam...