Jefe descansaba en el comedor. Había robado un celular e intentaba comunicarse con el exterior. Pero algo iba mal, no había nada de señal en toda la planta, eso hacía del aparato un simple cacharro lleno canciones Disney y fotos de un padre con su hija. Aunque Jefe se entretenía leyendo los mensajes de texto que el ex dueño del teléfono intercambiaba con una tal Tiffany. Esa sí que era una mujer caliente a toda hora."William, estoy en la iglesia. Y estoy pensado en ti ❤❤❤"
"¿Tienes ganas de ir en contra las leyes de Dios, preciosa?"
"Siempre dispuesta! ¿hacemos un trío hoy? Me lo debes"
"No puedo decirte que no. jajaja. Tú, otra mujer y yo... espero"
"Tú, otro hombre y yo"
"Tiffany!"
"O es a mi manera o nada. Necesito doble pasión, tigre"
—Tiffany, eres una sucia... —se agasajó el Jefe leyendo. Esto era mejor que una novela de ficción—. El ex esposa de William se va morir si se entera.
—¡Sueltame! Traidor. ¡Sueltame!
—¡Jefe! —Gritó Eliot desde la entrada forcejeando con el pequeño alemán para llevarlo con su líder —. Le traigo algo que le interesa.
—¡No! No le digas Eliot. Confié en ti.
—¿De que se trata? —se interesó el Jefe
—Le he sacado una tarjeta roja. La tenía escondida.
Eliot extrajo de su bolsillo un carnet de identidad que decía "Germán Gutiérrez" y se lo arrojó a Jefe. ¿Puede creerlo? Dice que llegó aquí solo, después de haberle robado eso a un poli.
Jefe no cabía dentro de sí. ¡Sabia que ese enano era sospechoso! Ahora, gracias a Dios, tenía la llave de la libertad. No podía esperar para bajar a la planta baja y apoderarse de la parte importante del edición: la salida. Los guardias estaban planificando una forma de someterlos a todos desde que empezó la rebelión. Los dejaron sin comida para debilitarlos y Jefe sabia que tarde o temprano traerían refuerzos con sus máscaras anti gas y chalecos anti balas. Usarían la fuerza bruta para acabar con ellos. Pero si bajaban y tomaban el control de la entrada tendrían una oportunidad, si no de resistir, al menos de escapar.
Pero primero lo primero. Se encargaría de la escoria.—Conque... ¿sin memoria? Por un segundo me lo creí —Jefe pateó el estómago de Hans, haciéndolo rodar hasta una pared en la que se estrelló— ¿Quién coño eres en realidad? Tu asquerosa cara me suena. Dímelo o te mataré aquí mismo. No quieres hacerme sacar la navaja.
—¡Es Hans. Señor! —exclamó Eliot impunemente—. El mismísimo Hans ¿puede creerlo?
Los ojos Jefe escudriñaron el rostro amoratado del invasor. Esa nariz, esa piel tostada y esos ojos ¿cómo pudo olvidarlo?
—Claro. ¡Por su puesto! —Jefe dio un aplauso triunfal. Puso sus manos en plegaria y las apuntó al cielo, agradeciendo el regalo divino—. El mismísimo Hans Mackofill en persona. ¡Por eso no lo reconocí! Está muy cambiado. ¡ja, ja, ja! Pero ya lo veo.
—Cambió su forma de hablar, pero es él —confirmó el rubio.
Hans tenía media cara hinchada, pero Eliot sabía que esos ojos cafés le estaban lanzando una mirada de desprecio.
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ENTRE BARROTES
General FictionHans vive tranquilamente sus días de confinamiento en la celda 006, la celda maldita, según dicen algunos reos. Todos los compañeros de Hans están muertos ahora. La vida es sencilla, hasta que llega a la celda 006 un niño rubio y errático, completam...