Hans volvió esa noche a su celda, cansado pero con respuestas. Al menos tenía eso: respuestas. Almodoba le había contado cómo salir de ese infernal lugar, claro, tendría que hacerlo por su cuenta si estaba dispuesto a intentarlo. A pesar de todo, el plan de escape no era tan complicado. Salir podía ser relativamente sencillo si lograba jugar bien las cartas, el problema era, por supuesto: las cartas que le tocaron. Estaba atrapado en un cuerpo pequeño y su mente se deterioraba día con día. Anthony estaba dormido sobre la cama de Hans, para sorpresa del alemán su celda era la única abierta. En lugar de echarse sobre su propia cama lo hizo sobre la de Sabino, estaba hecha, limpia e intacta, muestra del poco uso que se le había dado.
Magullado y gastado como estaba sus últimos pensamientos fueron de incertidumbre. Las visiones de su padre lo atormentaban. Se preguntaba si realmente estaba tan dañado por dentro como para dejarse dominar por la desaprobación de un fantasma del pasado. Lo mirase por donde lo mirase estaba jodido. No podía confiar en su propio buen juicio.
Si lo pensaba con detenimiento, todo aquello había sido para nada. Obtuvo información, sí, pero era un completo desperdicio si no la usaba para algo positivo, y estaba claro que se había vuelto demasiado incompetente para llevar a cabo su objetivo. Es por ello que, con todo el pesar de su corazón, como de quien sabe que el barco que timonea se hundirá inexorablemente, Hans MackoFill toma un cuaderno de rayas azules; con un lápiz de grafito amarillo número 2 y empieza a escribir su odisea y su tesoro más valioso: la ruta de salida de ese purgatorio. Se lo transmitiría a Anthony por escrito antes de que las palabras mismas se desvanezcan de sus recuerdos.
Fue una suerte que Almodoba lo dejase quedarse con el fronto-luz. La linterna de su cabeza alumbraba a la perfección las hojas del cuaderno, facilitando así la transcripción de su última voluntad.
La musa del escritor lo abandonó hacía las 3 de la madrugada, cuando su letra se transfiguró en jeroglíficos y su encalambrada mano se tornó incapaz de dar otro trazo; la irritación de su dedo indice, pulgar y medio eran testigos de su esfuerzo por relatar hasta el último detalle.
A las 3:30 Am se le emborronó la vista y supo que era el fin; se arrepintió de no haber jugado más ajedrez ni de haber mantenido la mente activa como había hecho Pete desde el primer día. La consecuencia fue su prematura caída en la demencia, y eso era tan triste que lo hacía derramar lágrimas. Había llorado más estos recientes días que en los condenados últimos 15 años; y lo único que tuvo que hacer fue regresar a la niñez, qué poético todo.
—Déjate ir Hans, ya no luches —escuchó que dijo una voz en la oscuridad.
Al mirar con detenimiento se percata de una figura pequeña a los pies de la cama, con ojos brillantes y sombrero en punta. Le tuvo miedo al principio, pero después se dio cuenta que era su amigo.
—Duende del bosque —dijo Hans con alivio—. Eres tú, has vuelto a aparecer.
—El mismo que viste y calza, Hans.
La figura caminó en la oscuridad y sobre la cama, saltó en el pecho de Hans y se sentó ahí, subiendo y bajando al compras de la respiración, pesaba realmente poco, como un saquito de monedas de centavojj.
—Viniste por mí —se contentó el chico—. Como antes, en los bosques.
—Así es Hans, te dije que nos volveríamos a ver pronto.
La sonrisa de Hans de repente reflejó paz. Si el duende estaba ahí entonces no había nada que hacer, este era el fin.
—Aquel día en el bosque... aquel día que te conocí y jugamos al escondite... ¿lo recuerdas?
—La primera y las última vez que te vi en persona, hasta hoy —apuntó el duende.
—Excepto por aquel sueño, de aquel día, con el té —pensó Hans—. Me dijiste que buscara el bastón del abuelo y me defendiera. Que peleara. Apenas lo acabo de recordar. Intentabas advertirme.
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ENTRE BARROTES
General FictionHans vive tranquilamente sus días de confinamiento en la celda 006, la celda maldita, según dicen algunos reos. Todos los compañeros de Hans están muertos ahora. La vida es sencilla, hasta que llega a la celda 006 un niño rubio y errático, completam...