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Hans había vuelto de los baños.
Con los boca fresca y un posoñoso pensamiento reptando por los recovecos de su cabeza se quedó profundamente dormido. Sabía que, en breve, aparecería Sabino y se echaría a su lado como siempre.

Su mente se alejó flotando al mundo onírico.

Allí tuvo un sueño espantoso.

Soñó que era niño otra vez y que deambulaba por los pasillos de su antigua casa.

Se escondía debajo de la cama y escuchaba los pesados pasos de su padre en el pasillo, buscándolo. Estaba oscuro y tenía miedo. Sabía que papá lo encontraría y lo castigaría. No sabía por qué pero esas eran las intenciones.
Y lo peor, es que aunque se enojara con él no podía odiarlo. Porque era su padre y lo quería. Porque eso debías hacer con los padres. Y estaba seguro que de alguna forma su papá lo amaba a él también; solo que su amor era duro y difícil.

Cuando despertó que la mañana siguiente, estaba solo. Había dormido más de la cuenta. La ausencia del rubio solo podía significar que se había levantado a buscar desayuno para él. 

Empezaba a habituarse que Anthony hiciera cosas por él. Era... extraño, porque no estaba acostumbrado a recibir eso que la gente llamaba... ¿cómo se llama esto? ¿Atención? ¿Cariño? Sí, tal vez era eso. Le estaban dando cariño. Lo estaban cuidando. ¿y por qué? Tal vez porque Hans era importante. Era importante para Sabino. Ser importante para otra persona es curioso. Se siente como un compromiso con implicaciones buenas y malas. Y ahí estaba él.  Esperando el desayuno e intentando olvidar los sueños que tuvo. Si pudiera retroceder el tiempo y volver a algún punto del pasado...

A través de mos años llegó a la conclusión de que ser niño es malo. La gente te lastima y no puedes hacer nada. Todos creen que saben más que tú y te subestiman. Creen que eres idiota, pero entiendes los que pasa en el mundo tanto como ellos. Te ven como un ser incompleto y frágil. Y tal vez lo eres, pero nadie es frágil hasta que cree serlo. La fragilidad, aprendió Hans, está en la mente. Aunque tu cuerpo sea de cristal, el ímpetu puede ser de titanio. Y eso no se lo habían quitado aún; Sus ganas de vivir. O por lo menos eso creyó hasta esa mañana.

—¡Nock, Nock!

Hans se incorpora en la cama y ve Donatello entrando a la celda 006. Traía una sonrisa de oreja a oreja y las manos tras la espalda.

—¡Miren a quien tenemos aquí! —exclama el rechoncho personaje con una sonrisa pícara—. Al inválido. El herido de guerra... ni más ni menos que Hans el Alemán. Nuestro chico estrella. ¿Que tal andas? Por ahí escuché que Anthony te ha dado muchos mimos... dime ¿qué se siente ser un consentido?

Hans se incorporó, serio y arisco, de la cama. Observó a Donatello con ojos de depredador defendiendo el territorio.

—Eso no es asunto tuyo ¿qué quieres?

—¡Caracoles! Mira nada más. Qué insolente estás hoy. Como se nota que tanta atención te ha vuelto un malcriado. Se dice "hola" y "buenos días" mi amigo.

Eran buenos. ¿Qué quieres tú conmigo? Bola de cebo.

—No es necesario que nos insultemos —sugirió el chico—. Solo vine a ver cómo estabas. Por ahí escuché que ya caminas bien.

—Cómo puedes ver. Estoy de mil maravillas. Me siento 20 años más joven. No me preguntes cómo, es un secreto de belleza.

—Muy chistoso —murmuró el italiano.

—Y no juegues conmigo. Tú sabes que puedo caminar. Ayer te di una patada —le recordó MackoFill, hinchado de orgullo.

—Sí... no es tarde para que te disculpes por eso, por cierto. Me dolió mucho el golpe ¿sabías?

Algo andaba mal. El alemán podía notarlo en la relajación de los ojos del intruso. Deseó tener algo cortante para amenazarlo. Un pincho de cualquier clase, pero solo tenía sus puños bien cerrados. Sus pequeñas manos huesudas contra una barriga llena de grasa. No parecía justo, pero aún con su tamaño actual había derrotado a Jefe y había inmovilizado al guardia Gutierrez. Donny era un pelele en comparación con Hans. Si de combate cuerpo a cuerpo hablamos.

—No doy disculpas. Acostúmbrate. Te mereces el golpe por ser el lame culos que eres. ¿Cómo puedes estar pegado a Minerva toda el rato? Me das asco.

—No sé de qué me estás hablando.

—No fingas demencia. Vas por ahí ayudando a Almodoba. Hablas con ella. Dejas que se meta en esa mente vacía que tienes. ¿Y todo por un par de botas? Te mereces los golpes. Eres un perro faldero.

Su visitante no perdió la sonrisa. Incluso se cruzó de brazos y se recostó a la pared.

—Palos y piedras romperán mis huesos, pero a palabras necias mis oídos están sordos —dijo—. En este lugar hay un orden, Hans. Quien esté más cerca del pez gordo sin ser comido por él reinará también en la pecera.

—Patrañas. Eres un miserable. —rebatió Hans—. Dejas que te tatre como un niño obediente para que te de trato especial.

—¿Envidia? Vaya, vaya... siempre supe que tu comportamente rebelde era para llamar la atención.

Ja... no me conoces. No especules. Yo no soy un niño que necesita la atención constante de nadie. Nací solo y moriré solo, como un lobo solitario.

—¿No? ¿Y qué hay de Anthony? Él te trata como su... no sé... cosa rara que cuida. Como una mascota moribunda, si se me permite opinar.

—No se te permite. Dime qué quieres y vete antes que te parta la cara

—Oh, no seas así  mi buen Hans. Estás amargado para el tamaño que tienes. Así no vas a crecer. Tú y yo somos homólogos —le comentó Donny.

—No somos iguales —rebatió Hans—. Eso no tiene ni pies ni cabeza.

—¿Ah, no? En este momento, Mi Nana está sirviendo en la mesa del comedor mi desayuno favorito. Me preguntó cuál era y cómo me gustaba... porque me quiere y quiere que yo sea feliz. ¿no es lindo? Y al mismo tiempo, Anthony y está poniendo en un plato lo que más te gustaría desayunar a ti para venir y dártelo en la boca. ¿Somos tan diferentes?

—He dicho ¿qué quieres? —Insistió Hans.

—¡Oh! Eso. Sí.  Verás.  Me pidieron que te viniera a buscar. Nana dice que ahora que ya no estás tan malito es momento de tu castigo.

—¡¿Qué?! Pero no estoy listo —Escandalizó Hans.

—Amigo, estás de pie ahora. Tus heridas son moretones y te ves como si pudieras correr una maratón. Siento decir esto, pero te llevaré conmigo.

—¡Nicht! No puedes hacer eso. Tengo que decirle algo a Anthony y Pete antes de...

Hans retrocedió un paso, sobre saltado. Donatello blandió frente a él una pistola paralizante.

—Sé que tienes miedito, Hans. A nadie le gusta que lo castiguen... pero mi Nany me dijo que te llevara conmigo por las buenas o por las malas.

—Por las buenas —Dijo, resignado. Por mucho que le disgustara el asunto no quería que ser electrocutado—. Te sigo. Solo dame un momento para decirle algo a Sabino y a Pete.

—No, no. Amiguito. No por las buenas —sonrío divertido Donny, cambiando de parecer—. Por que verás... me acabas de agredir, por intentar llevarte a tu castigo. Sí, eso acabas de hacer. Y yo hice todo lo que estaba en mi poder para convencerte. Mira tú por donde. ¿Verdad que soy valiente?

—¿De qué coño hablas? —Se alteró Hans, pero no necesitaba explicaciones, lo sabía en efecto. Sabia por dónde iban los tiros. Era lo mismo que hacen todos los que tienen un mínimo de poder sobre otro—. ¡Eres despreciable!

—No te vas a ir por las buenas. Grandísimo farsante. Te llevo por las malas y punto. Así es como te cobro por golpearme ayer.

—¡Hijo de piuuuuueeeueueueeeue!

Hans se retorció mientras una corriente eléctrica corría por todo su cuerpo. Cayó al suelo convulsionado hasta que perdió definitivamente el conocimiento. En todo momento, Donny sonreía de gusto.

—Mmmhhh... ¡Huele a carne asada! —dijo con satisfacción—. Acabo de hacer alemán rostizado ¡Ja, ja! Ya se me despertó el apetito.

ENTRE BARROTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora