Todos los niños estaban reunidos en torno a Almodoba. Se sentaban en el suelo atentos. El número de oyentes aumentaba en cada ocasión.La nana de todos tenía un gran y antiguo ejemplar de cuentos antiguos, forrado en cuero negro con un clásico marca páginas rojos.
Donny había traído una bandeja de galletas de mantequilla y la había dejado en el suelo para todo aquel que quisiera comer. También estaba disponible una torre de vasos de plástico y un galón de leche fría. De esta forma, antes de iniciar, todos los interesado cogieron una ración de galletas con todo el orden que pudieron demostrar: uno nulo y dispersado.
Pete tenía su libreta a la mano y un crayón, con él escribía cual si fuese un escribano lo que se decía allí para leerlo después.
Anthony Sabino sirvió un vaso con la última leche que quedaba y le puso un popote para que Hans MackoFill bebiera. Hans estaba en silla de ruedas por el momento y, al parecer, estaba a buen recaudo. Anthony partía por la mitad las galletas, se comía una mitad y la otra la introducía directamente en la boca de Hans, a pesar de que se veía a simple vista que el enfermo podía hacerlo él mismo si se lo proponía. A pesar de ello, dejaba a Anthony proceder sin ninguna objeción. Qué espectáculo tan pintoresco daban para todos los que tenían al rededor. Aunque no era lo que todos vinieron a ver.
—Bienvenidos niños, al cuento de buenas noches. ¿Pueden adivinar cuál vamos a leer hoy? —dijo Almodoba.
Algunos levantaron las manos, genuínamente emocionados.
—¿El gato con botas? —preguntó esperanzado Harry Méndez.
—¡Pinocho! Dijo que leería Pinocho pronto. ¿Verdad Nany? —Aseveró Avelardo Coz.
—No, ese es muy largo. Llegarán las 6 antes de que acabe —replicó el gordito de Dennis Flitch—. Yo digo que va a contar el de la gallina de los huevos de oro.
—Los t-t-tres co-o-chinitos ta-ta-tambien es cort-to —tartamudeó Iván (El gorila) Nuñez.
Almodoba les sonrió ampliamente y miró a cada uno de esos bonitos pares de ojos esperanzados. Cada día eran más puros, menos agresivos. Podía ver como el ego se les derretía y el orgullo mermaba conforme olvidaban el pesado pasado que perturba sus existencias. En especial a Anthony. Ponía ver un foso negro en su mente que, por alguna razón, y en contra de todo pronóstico, se secaba y dejaba entrar bondad, sin importar que las memorias de su vida anterior fueran descongelándose lentamente dentro de él como el deshielo de primavera. Nana sabía que todo eso tenía que ver con Hans y sus impenetrables barreras. Por mucho que se esforzarse, él se negaba a mirarla a los ojos y, obviamente, no vería las cosas que escondía. Aunque, pese a todo, ese orgullo y esa actitud de intentar siempre un paso adelante de todos no se percibía. Almodoba podía olerlos a todos y, por primera vez, Hans sonreía y no secretaba tanta adrenalina como de costumbre. Estaba calmado. Almodoba pensaba que algo tendría que ver Anthony, que se veía tan encantado con ayudarlo a comer que cualquier regalo de navidad parecía insuficiente si sus adinerados padres hubieran intentado de verdad hacerlo feliz alguna vez.
—Hoy vamos a leer "El dinero de las estrellas" —anunció Almodoba.
Todos se miraron los rostros los unos a los otros y se encogieron de hombros. No era el cuento más famoso y muchos no lo habían oído. Pero por eso mismo estaba bien.
"Había una vez una niñita solitaria. Sus padres habían muerto y ella no tenía ni un cuartito para vivir ni una cama para dormir.
Apenas tenía la ropa que llevaba puesta y un trozo de pan que un alma caritativa le regaló.
Sin embargo, era muy bondadosa y piadosa también.
Abandonada por el mundo la niña se fue a buscar su lugar en el mundo. En su camino se encontró con un señor que le dijo:
—Cuánta hambre tengo... ¿Tendrás tu algo para comer?
Y la niña le dio todo el pan que tenía y lo bendijo para que le hiciera provecho.
Después se encontró con un niño que gimiendo le dijo:
—Tengo mucho frío en mi cabecita. ¿Tienes algo para cubrirme del frío?
Ella se quitó la capucha y se la dio el niño sin pensarlo dos veces.
Viajó más, y rato después vio otro niño que necesitando un abrigo, y también se lo regaló.
Luego, una niña perdida rogaba por un vestido, y ella sin más le regaló el suyo.
Caída la noche entró a un bosque oscuro. Donde encontró un niño rogando por un camisa pequeñita.
Entonces la niñita pensó para sí misma <<es de noche y nadie me ve>> así sin pensarlo más le regaló su camisa al niño.
Ya despojada de todo lo que le quedaban la niña miró al cielo. Y vio de pronto a todas las estrellas bajar y caer sobre ella, tomando la forma de solidas y relucientes monedas de oro.
Ella, aunque había regalado camisa, encontró una nueva, puesta elegantemente en su cuerpo sin que ella hubiera percatado su aparición en el acto.
Juntó y recogió las abundantes monedas de oro que caía sobre ella como un milagro.
Y fue rica y feliz porque el resto de su vida.
El Fin"
Almodoba cerró el libro y vio algunos rostros somnolientos y otros contentos. Uno que otro con el ceño fruncido, no estando de acuerdo con la evidente moraleja del cuento.
—¡Bueno! Vamos a dormir —anunció Anthony mientras la mayoría de los niños se ponían de pie.
Faltaba 15 minutos para las 6 p.m, hora de cierre. Todos los sabían.
—Pero aún no tengo sueño —bostezó torpemente Hans; eso delataba lo contrario—. Aún es temprano.
—Sin peros. Hans debe dormir sus horas de descanso —replicó Anthony—Así te haces fuerte y grande.
—Ja, señor. Como usted diga, señor —refunfuñó el niño.
Una sonrisita se filtró en su semblante. Qué particular. A pesar del extraño trato... lo disfrutaba. Qué animal tan interesante.
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ENTRE BARROTES
Ficción GeneralHans vive tranquilamente sus días de confinamiento en la celda 006, la celda maldita, según dicen algunos reos. Todos los compañeros de Hans están muertos ahora. La vida es sencilla, hasta que llega a la celda 006 un niño rubio y errático, completam...