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El sonido de la alarma matutina lo despertó otra vez. Todos los días, por la mañana sonaba un aviso y los reos podían salir de sus cómodas camas y desayunar. Era un sonido fuerte y ensordecedor que despertaba a Hans sin falta.

Se sintió extrañamente solo al moverse entre la realidad y el sueño.

Normalmente Sabino estaba ahí abrazandolo sin falta. Este tenía su propia cama pero por alguna razón insistía en dormir junto a Hans; el alemán por su parte dejó de protestar ante este comportamiento hace mucho.
Aún no abría los ojos, no le gustaba ver el ambiente de prisión apenas despertar, le hacía pensar en el ambiente hostil en que se encontraba. Prefería despertar del todo y abrir a lo último los párpados, preparado ya el comienzo del día.

¿Hoy era lunes? Esperaba que no. Los lunes eran días malos, eso dice Garfield. Los viernes son mejores, es la opinión popular. Pero para un presidiario que no labora 5 días a la semana, el significado del día actual pierde valor común y adquieren una cuenta regresiva que se encarga de decirte el tiempo de condena que te queda... A menos que tu sentencia sea cadena perpetua o pena de muerte. No había tenido tiempo de pensarlo seriamente, pero sabía que los 5 años que le imputaron habían sido modificados. Ya no existía un: libertad condicional o un cadena perpetua. Solo existía el aquí, el ahora, y el mañana es un misterio. Todos en el barco que era esta presión se enfilaban a la tierra de nunca jamás, donde los niños no crecen y todos es diversión... hasta que te das cuenta que Nunca Jamás es el purgatorio y que tú estás muerto.

No pensar en eso es mejor Hans, estando encamado se ponía meditabundo. Así que, desprendido de cualquier pensarmiento fatalista se dedicó  a sentirse a sí mismo. A sentir los dedos de los pies... las manos... los brazos, las piernas. La espalda.

Por las mañana; antes,  cuando tenía esperanzas, le gustaba imaginar un par de alas doradas de Ángel que le crecían grandes y fuertes. Con ellas salía al patio y volaba a la libertad. Era una fantasía que le llenaba el corazón de plenitud y felicidad.  Un bienestar inexplicable. "Vuelvo a casa" se decía. "Vuelvo a mi hogar" y su cuerpo, inmerso en las se sensaciones, le transmitía en la espalda el ligero peso de sus alas. Sentía el movimientos. Los músculos que no existían. Era una sensación similar a estirar los brazos con gusto del bueno.  Unos brazos muy largos que le salían de debajo de los omóplatos.

Cuando se sintió seguro y a salvo, volvió a la realidad.

Abrió los ojos lentamente, dejando que la borrosidad se aclarara en imágenes de la celda 006. Hans esperaba que esta  no estuviera maldita, como la anterior. Y apoyado contra los barrotes de la celda, ve de repente... ¡Al enemigo!

Jefe lo miraba con desprecio desde la entrada. Tenía el pecho agitado y sangre en la camiseta. Su labio inferior estaba partido y los puños cerrados a los lados se abrían como zarpas de tigre. Rígidas y poderosas.

Hans intentó levantarse y pelear. No llegó lejos.

Jefe saltó a la cama, embravecido. Llevó sus manos al cuello débil y amoratado de Hans. Esta vez no le daría tiempo de reaccionar. Esta vez el extranjero moriría de verdad. No había jeringa en su bolsillo, ni navaja, ni fuerzas para contraatacar.

El pequeño cuerpo sofocado pataleó desesperados. Sintió la sangre agolparse en su cabeza sin via de salida. Una presión y una dificultad respiratoria lo atormentaron. Fue como aquel día. Pero peor, porque no tenía plan de ataque.

—Vas a morir solo y en prisión... porque nadie te quiere...—le espetó duramente su enemigo con voz llena de regocijo.

¡¿Cómo?! ¿En qué había fallado? Hans creyó haberlo matado... Pero no. Nunca se enteró realmente, solo lo drogó. Claro, nadie lo dijo que estaba matando a nadie. Pero siempre se sintió así ¿no? Este era el castigo por el descuido, el castigo por tomarlo con calma.

ENTRE BARROTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora