Almodoba sienta en un sofá antiguo del salón de juegos. Con su fiel libro en la mano observaba a sus oyentes. Todos iban llegando como hormigas a al azúcar. O como abejas al agua dulce.
En todo caso se hizo el silencio mientras que ella buscaba el cuento de esa noche.Desde una puerta llegó Anthony Sabino empujando la silla de ruedas de Hans MackoFill. Otra vez se interesaban por el cuento del día. No le sorprendía en absoluto. A pesar del entretenimiento y las libertades que los metros cuadrados del edificio proporcionaban a todos los chicos aún cabía la oportunidad de aburrirse. El módulo C era el mejor en el que se podía estar. Sin experimentos, sin tanta agresividad.
Lentamente Almodoba moldeaba las condiciones para un espacio con el menor número de conflicto posible. No lo fue mal, eso hasta que llegó Hans MackoFill. Y aún así, por azar, había logrado penetrarla las defensas del chico. En parte lo comprendía mejor. Qué vida tan dura. No la más dura que vio pero... sí bastante dolorosa.
Frotó distraída el brazo con las quemaduras, se tardarían menos en sanar que la quemadura de un humano, pero eso no la libraba del ardor.
Pete (El Loco) vino después. Donny apareció con una bandeja llena de platos servidos de gelatina y pastel que ella había dejado en la cocina momentos antes de buscar el libro.
Donny le entregó la llave de la puerta doble antes sentarse en el suelo y escuchar con atención.
Pete le preguntaba algo al chico en silla de ruedas y su transportista, ambos asintieron entendiendo y sonrieron.Almodoba se preguntaba por qué MackoFill seguía en la silla de ruedas y permitía que Sabino lo cuidara, después de todo, ya podía caminar y correr. Lo demostró esa misma tarde.
La cuidadora no tardó en encontrar la respuesta al escuchar aquella curiosa risa, sus jo, jo, jo, jo Sonaron entre el círculo de oyentes. Anthony le sonrió contento y ambos se sentaron en la silla de ruedas. Como hablando de un chiste privado, siendo cómplices el uno del otro. Y habiendo visto a ratos la mente de Anthony y más bien poco la de Hans, Almodoba podía adivinar que su amistad no hacía otra cosa que aumentar. Simplemente no podía dejar de quitarles el ojo de encima. Uno de ellos, el causante de la crisis mundial actual. El otro, un recluso que no tenía ni siquiera definición. A Almodoba le entretenía analizar a todos sus chicos, ver dónde y cómo encontrar la mejor forma de estimular sus flaquezas en una suerte de moldeamiento. Quería que se aclimataran. Aquí, en este mundo privado que ella construyó.
Había cierto placer. La alimentaba verlos felices. La alentaban verlos superar sus traumas... antes de que eventualmente se quedasen vacíos. Era el único problema con el Módulo C, ver partir a sus niños. Incluso sabía que dolería cuando Hans MackoFill se fuera, si es que no conseguía que lo matasen tarde o temprano.
Eran niños afortunados; porque eran niños y porque estaban aquí; y porque tenían a su Nana, que no dejaría que les inyectaran cosas, ni que hicieran experimentos mortales en ellos. Excepto tal vez a Hans. Como ya le había explicado antes, no pensaba protegerlo si se salía del perímetro y, mucho menos, salvarlo de sí mismo. Había apostado su libre patrullaje y había ganado. Almodoba se preguntaba dónde guardaba la tarjeta roja que le dio. Claro, no la volvería a ver, ya la había cedido, y si algo no funcionaba en su comportamiento, eso era romper los acuerdos de sus juegos. Los acuerdos volvían el mundo divertido. Pero se lo preguntaba. Tal vez estaba en un bolsillo, o bajo el colchón. O tal vez en un agujero de algún lugar.
Iván (El Gorila) Nuñez comío toda la gelatina y la mitad de su trozo de pastel incluso antes de que empezara el cuento. Era el más grande del grupo y tenía un apetito voraz. Almodoba recordaba lo arisco que estaba al llegar. Se sentía extraño y pensaba que había gato encerrado en alguna parte. No probaba la comida e intentaba buscar durante la noche una salida, sin éxito, hasta que se dio por vencido. Al entrar en su mente Almodoba encontró sus pecados, pero también encontró sus debilidades. Con unas palabras no tardó hacerlo un chico ejemplar en el Módulo C. Todos llevan un buen niño dentro, no importa que hayas cometido crimen de tortura y hayas amputado 4 dedos sin remordimiento. Y a pesar de la tartamudez Del Gorila, característica que de adulto lo hacía parecer desequilibrado, de niño provocaba un sentimiento casi parecido a la compasión y, también, al apego. Como el apego a una mascota.
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ENTRE BARROTES
General FictionHans vive tranquilamente sus días de confinamiento en la celda 006, la celda maldita, según dicen algunos reos. Todos los compañeros de Hans están muertos ahora. La vida es sencilla, hasta que llega a la celda 006 un niño rubio y errático, completam...