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Los acomodaron por parejas, con esposas diminutas en las manos. Varios estaban ariscos al recibir esto; y como de costumbre, un guardia apareció para amenazar con su garrote al que osara quejarse demasiado de las normas de seguridad. El conductor, lleno de implementos para protegerse de la peste, repartió a cada reo una pequeña botella de agua. El camino era largo y caluroso, les advirtió; eso ya era curioso, casi cortes de parte del conductor. La mayoría lo tomó como la única cosa buena en medio de todo el barullo. Aunque a su vez como una cosa mala. Allá donde fuera que los estuvieran llevando debía ser un lugar lejano. Y como efectivamente el conducto advirtió, hacía calor afuera; no ayudaba que el amplio vehículo careciera de aire acondicionado. Apenas tenía asientos y una puerta que separaba los presos del conductor y el guardia.

Metieron a todos los reclusos en los autobuses. Uno sentado junto al otro. Anteriormente los asientos se sentían estrechos, sobre todo para Hans, quien era tan alto que le pedían se sentara atrás, y tan amplio de costados que debía ir junto a la ventana para que el recluso contigo no estuviese presionado contra la pared. Era gordo y grande, sí señor. 

Pero hoy por hoy rompía con las costumbres. Esta vez iba en el haciendo de la ventana, sí, pero en un puesto en mitad del bus. El asiento se le antojaba antinaturalmente grande y podía mirar todo lo que quisiera tras el cristal siempre que se pusiera de rodillas en el asiento. Él y Sabino iban juntos en un autobús lleno de hombres peligrosos con cara de niños.

Mientras la carretera se emborronaba por la velocidad, el alemán pensaba en todas las implicaciones de lo que ocurría; ya se había hecho una idea del porvenir. Dependiendo de la gravedad del asunto, por supuesto. Por algo habían reunido a todos los enfermos, y por algo iban todos en autobuses. No había que ser muy listo para adivinar que los encerrarían en un lugar donde no pudiesen infecta a otros tan fácilmente.  ¿Y luego qué? ¿Los matarían? ¿Y si resulta que tenían algo grave y peligroso? ¿Esa posibilidad existe en esta parte del mundo? Hans recodaba vagamente que, una vez, en aquel pueblo tan lejano;  muchos habitantes enfermaron de algo tan vil, mortífero y contagioso que reunieron todo aquel que presentara síntomas y... ¡Pum!

—Quémados en la hoguera... —murmuró inmerso en sus pensamientos.

—¿Qué dijiste? —replicó Sabino a su izquierda— Oye, esto de los traslados ¿cómo funciona?

Era obvio que el rubio no estaba acostumbrado ni un poquito a la vida de presión. Tanto que daba miedo su ineptitud.

—La palabra decir todo —explicó Hans—. Te traslada. Antes estabas aquí y luego apareces acá. Es todo. Te pueden trasladar para tu juicio en otra ciudad... o a otra cárcel que sea mejor o peor. O pueden llevarte al aeropuerto y liberarte.

—¿Crees que nos liberen? Tiene pinta de que deberían liberarnos —dijo Sabino con enfermizo optimismo.

—Somos criminales —le recordó su campañero.

—Yo no.

JA, claro —se mofó sarcástico— Y Hans ser reina de Inglaterra. 

—¡Oye!  Llegué aquí porque alguien me acusó de terrorismo y estoy en encierro preventivo. Pero aún es posible que me declaren inocente y salga en libertad.Mis abogados son muy buenos ¿sabías?

—Los ricos tienen los mejores abogados. Ja. Un cosa... Hans siente romper tu burbuja pero... este traslado no es para liberar a nadie. Mira a tu alrededor. ¿Ves todos estos chicos? Puede que algunos se estén chupando el dedo y otros se vean asustados mientras el compañero de al lado toma una siesta. Pero no son inocentes. Nadie se vuelve inocente por perder peso y estatura. Son asesinos, ladrones, mal tratadores, estafadores, drogadictos y secuestradores. Yo me mantendría alejado de la mayoría. 

ENTRE BARROTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora