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Anthony y Harry acabaron de leer el manuscrito bilingüe semi garabateado, mejor dicho, Harry acabó de traducirlo y Anthony de escucharlo. Fue larga la explicación del Alemán, tanto que Anthony olvidó que había dejado el cuerpo del mismo Hans andando sin cordura por ahí.

Sentados el uno junto al otro interiorizaron la nueva información disponible. Había forma de escapar, tenían un ruta en efecto, una que era perfectamente palpable. Sin embargo, la cura para el mal del olvido era casi un misterio del que tendrían que indagar más.

—Debemos obtener la cura para Hans —dijo Anthony.

—Y para todos, Anthony —aclaro Harry.

—No creo que exista suficiente para todos si es que existe, o si logramos llegar hasta ella —le replicó el rubio, recordando vagamente cómo funcionan los laboratorios y pensando a su vez en lo complicado que sería dar con una cantidad aceptable de la cura.

—Entonces para Hans y para mí —corrigió Harry—. Hace rato estaba pensando que no tenía sentido escapar. Pero si hay una cura para el olvido no tengo miedo en intentarlo.

—También debemos darle a Pete —pensó Anthony en voz alta—. Nos ha ayudado y seguro será parte del escape.

—Si hay menos en esto mejor —añadió Harry—. Dicen que tres son multitud, ya cuatro es una exageración. Pero oye, soy optimista. Si al menos la mitad de nosotros logra arrastrarse fuera de aquí con vida o con todas las neuronas, por mi es suficiente. Tengo 25% de probabilidades.

—Espero que los 4 podamos hacerlo, francamente.

—¿Crees que puedas llevarlo a cabo, Anthony? El plan de Hans no está hecho para cobardes —le interrogó Harry, recobrando lentamente las ganas de vivir. Esto le hacía sentir emoción, tensión verdadera.

—He recuperado parte de mis recuerdos —explicó el rubio—. No todos, pero parte. Siento que estoy volviendo a ser el mismo... y eso me asusta. Quiero salir de aquí antes de que eso pase. Porque el Anthony de antes no piensa en los demás... y no sé si seguiré pensando que Hans es indispensable cuando ese momento llegue.

—Justo ahora no lo es —opinó Harry—. Si lo dejamos atrás no hará mella. Es un lastre así cómo está.

—Pero no podemos dejarlo. No QUIERO dejarlo. Él encontró la salida. Se ganó el pase de escape.

—Anthony... no conozco muy bien a Hans. Pero no creo que la cura lo regrese a la normalidad así como está.

—Aún así quiero intentarlo —insistió el rubio—. Necesito... Quiero intentarlo.

—¿Seguirás queriendo intentarlo después?

—Tal vez no. Tal vez cambie de idea. Tal vez vea a Hans y lo vea inútil... ¿sabías que tengo una hija? Acabo de recordarlo. Resulta que me odia. Hay mucha gente que me odia. Y creo que me lo merezco —contó Anthony—. Harry, debes saber que no soy una buena persona y que tal vez te traicione si me da la gana. ¿Aún así quieres venir?

—¿Tan mal tipo eres? Te ves muy inocente. Casi pareces trigo limpio.

—Por mi culpa es que tú pareces un niño. Yo le hice esto al mundo. Créeme, no soy bueno. O al menos no lo era antes.

—Si me lo preguntas —respondió Harry aceptando sin pensar demasiado las cosas que Sabino decía—. Y no debería opinar esto porque literalmente me jodiste existencia... le hiciste un favor a algunas personas. Suponiendo que lo que dices sea cierto. 

Para Harry, aceptar que de alguna forma Sabino fue el creador de la enfermedad de la niñez era tan simple como qué lo admitiera, en el mundo vacío en el que vivía no había tiempo para incredulidades. Después de todo, la fantasía de volver a la niñez por sí misma era tan inverosímil que desde hacía rato esperaba ver al conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas correr por ahí. ¿Estaba soñando? ¿Estaba loco? ¿Estaban todos atrapados en el limbo? Difícil saberlo. Hacía años vio la película matriz y se preguntó a sí mismo "¿Cómo sé que todo lo que sé y lo que creo saber no es una fachada?" En ese tiempo no pudo darle lugar a ese pensamiento en su cabeza, hoy sin embargo se aferraba a la idea de que si vivía una fantasía, más le valía aceptar las reglas de esta.

ENTRE BARROTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora