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Harry Méndez estaba desayunando, de repente tenía más entusiasmo por alimentarse estos días. De vez en cuando se guardaba un trocito pan o queso en el bolsillo para dárselo después a Scooby, quien se arrastraba en el interior de uno de sus bolsillos con cierre sin poder escapar. Era un bulto que se movía de vez en cuando, pero que se había adaptado a quedarse inmovil la mayor parte del tiempo, un bulto que respiraba.
De pronto Harry vio algo atípico en el comedor. A Anthony Sabino, quien desde hacía días se había dado a la tarea de cuidar religiosamente a Hans Mackofil —el chico que Nana dejó en silla de ruedas— hasta rayar en lo enfermizo, estaba ahí, sentado a la mesa, comiendo con desgano en lugar de preparar una bandeja de alimentos para llevarle a Hans.
Harry se chupón las dedos para saborear la salsa de ajo que bañaba un buñuelo dulce y se aproximó a Anthony con interés.

—No te ves muy animado hoy, Sabino le dijo, robándole medio sándwich de huevo del plato para darte una mordida. Comprobando así que al rubio le importaba poco desayunar—. ¿Pasó algo? No me digas que Hans se fracturó una patita o algo así.

Anthony lo miró con consternación. Sí era sobre Hans, efectivamente. Claro que era sobre Hans. Con Anthony todo iba sobre Hans.

—Nana lo castigó —Respondio Anrhony—. No le veo desde ayer y no sé dónde está. Me preocupa.

—¿Por qué te preocupa tanto? —preguntó Harry bebiendo agua destilada, se dijo a sí mismo que si tomaba Pepsicola vomitaria.  Odiaba todas las gaseosas, eran demasiado burbujeantes— ¿Qué tiene de especial Mackofil?

—Somos compañeros, y amigos. Nos cuidamos entre nosotros —justificó Anthony.

—Iván  y yo también somos compañeros —dijo Harry—. Y mira esto.

Iván El Gorilla iba pasando por detrás de ellos convenientemente, y Harry aprovechó la oportunidad para arrojar un cáscara de banana al suelo un instante antes de que el robusto y alto muchacho pasára. Eventualmente se resbaló y cayó al suelo.

—¡Auu! M-mi cu-culo. ¡Harry! ¿P-p-por qué has hecho eso?

—Oh... vaya, lo siento Iván —se disculpó su flacucho compañero, inexpresivo—. No te vi. Creí que era Donatelo.

—¡Ten m-mas cuida-dado! Casi me rompo la crisma.

—Esta bien Iván —le dijo Harry con voz casi robótica—. No lo vuelvo a hacer... te quiero.

—Y una m-mi-mierda. Si lo vuelves a hacer te mato.

—Ya también te asesinaria si pudiera. Roncas mucho. Pe contesto Harry

—¡Es por mi sobre p-pe-peso!

—Pues como no bajes de peso te tragarás un calcetín esta noche. Contra tu garganta, bola de grasa, si sabes lo que te conviene.

Ivan El Gorilla se alejó a regañadientes. Sabia que podía hacer enojar Harry, porque estaba loco, y aún fuese un enclenque de mierda, le tenía auténtico miedo. Jamás había visto a nadie con una expresión facial y lenguaje corporal tan pobres. Parecía en vez de un humano un autómata.
Harry se volvió a Anthony cuando El Gorilla se alejó.

—¿Ves? Somos compañeros, pero nos importa un comino el otro. Tú y Hans tienen algo. ¿Acaso son novios?

Anthony enterró la vista en el plato de comida con una mueca y los mofletes rojos.

—Vaya, así que es verdad. Son novios. Qué asquito me dan.

—¡No lo somos! Bueno, no sé que somos pero...

—¿Entonces que coño son ustedes dos? —interrogó el sombrío muchuchacho. Anthony no sabía fijado hasta el momento de las enormes y oscuras ojeras de Harry, era como si nunca durmiera—. ¿Se toman a de las manos y  de ponen a cantar "te quiero yo y tu a mi  somos una familia familia vez"? Porque eso, de darle un baño a tu compañero de celda es como mínimo raro. O eres su esclavo o estás colmado por él. Nadie hace esas cosas a no ser que sea forzado o que ama incondicionalmente a alguien. Recuerdo que una vez tuve que defender una caso en el juzgado de una mujer acusada de secuestro. Había rapto al marido de su mejor amiga. Lo amordazo y le obligó a hacer todo tipo de cosas. Pero en el juicio, a la mitad, el hombre cambió su testimonio, diciendo que en realidad amaba a esa mujer y que estuvo con ella por voluntad propia. El síndrome de Estocolmo del hombre tan poderoso que, aún después de haber acabado el juicio se fue que vivir con la mujer que lo secuestró. Fue todo un espectáculo. Créeme, no recuerdo muchas cosas de la vida ahora, pero puedo recordar cómo se ven unos ojos enamorados, y tú lo estás. Aunque no sé si de la buena manera.

ENTRE BARROTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora