Capítulo 19

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—Lo mismo dijiste de Jackie hace unas semanas. —le recuerdo.

—No, no lo dije. Lo de Jack era solo para hacer enojar a mi padre porque estaba tan cansada de ser tratada como una niña. No soy una niña. —me lanza una mirada de advertencia—. Puedo ser menor que tú, pero sé exactamente lo que quiero hacer con mi vida y me molesta que mi padre solo me dé órdenes.

—¿Es tan malo?

—Si, si fuera por él, yo estaría encerrada en esa casa tomando clases con una tutora anciana y solo saldría el día que se deshiciera de mi.

—Tienes una buena vida, estoy seguro que nada te falta a pesar de tu serio problema para respetar las reglas.

Ana se ríe de mis palabras, se arrastra desde el borde de la cama hasta mi regazo y se sienta con la mayor confianza posible.

—Lo admito, no soy muy paciente. —frota su nariz contra mi mejilla—. Cuando quiero algo, voy por ello.

Se inclina para presionar sus labios en los míos, un beso tan suave e inocente que lo dejo ser porque aún me siento culpable por todo lo que pasó.

Paso los brazos por su cintura para sostenerla en el lugar cuando los besos inocentes se convierten en mordiscos sobre mis labios. Lo próximo que sé es que su lengua está en mi boca y le correspondo el juego.

El calor aprieta en mi pecho porque sus manos recorren de arriba a abajo sobre los botones de mi camisa y sé que debería detenerla, pero la intensa mirada en sus ojos azules me impiden decirlo.

—Vas a meterme en problemas, Cerecita. —susurro cuando recupero mi voz.

—Nadie tiene por qué saberlo, será nuestro secreto.

Welch va a tener mi culo en la calle cuando se entere.

Sus besos descienden por mi cuello ocasionando una punzada en mi parte baja, donde sus piernas se apoyan sobre las mías. Mierda, estoy seguro que puede sentir mi erección porque sonríe.

—Me gustas mucho, Christian.

La firmeza en su voz no deja lugar a dudas y me pregunto cuántas veces ha sido menospreciada por sus padres, o incluso los malos tratos que yo le he dado. Si no la estuviera viendo, diría que a sus 18 años suena incluso más madura que Luke.

Ana me saca la corbata de encima y la veo caer sobre la cama con mi camisa. Se aparta solo un poco para quitarse la blusa blanca, dejando solo el sostén negro resaltando sobre su piel blanca.

—Cerecita, no... —jadeo, pero me ignora para seguir su camino desabrochando mis jeans azules.

—Shh, no lo pienses.

Me calla con otro beso y me empuja de espalda a la cama. Observo fascinado como se levanta de mi regazo para quitarse su pantalón y volver a subirse sobre mi.

—Ana. —gruño cuando intenta bajarme el pantalón—. Espera.

Me mira fijamente, atenta a mis palabras pero yo estoy distraído mirando la pequeña curva de su cadera y las bragas negras a juego con el sostén.

—Mierda. —susurro sintiendo otra punzada en la ingle—. No tengo condones, Cerecita.

Su ceño se frunce y puedo ver la sonrisita en sus labios porque acabo de aceptar que quiero tener sexo con ella.

—¿Tu no guardas uno en la cartera?

—No. —es mi turno de fruncir el ceño—. No voy por ahí cogiendo todo lo que se mueve.

—Es bueno saberlo.

Vuelve a besarme trepando sobre mi y dando el asunto por terminado. Sé que estoy limpio, pero embarazarla es definitivamente otro asunto.

—Aún no tengo un condón. —le recuerdo.

—Tomaré la pastilla de emergencia en esta ocasión y conseguiré un método, lo prometo.

—No creo que...

Me levanto sobre mis codos para hablarle pero ella se acomoda sobre mi cadera, lanzando todas mis protestas por la ventana. Siento el calor de su cuerpo uniéndose al mío.

—Cerecita... —jadeo cuando me toma con sus manos.

Las desliza de arriba a abajo como si jugara conmigo, arrojando lo que queda mi sentido común y cualquier pensamiento racional a un rincón de la habitación.

—Por favor, Christian. —dice con los ojos brillosos de excitación y me sorprende darme cuenta que ya estamos desnudos sobre la cama, ella haciendo lo que quiere conmigo.

—Después tendremos una larga plática sobre esto, ¿Entendido? —Ana se ríe.

—Lo que tú digas, mi amor.

Se acomoda sobre mi miembro y baja su cadera con la tortura más lenta que puedo recordar. Sus uñas recorren los bordes de mis abdominales.

—Cerecita. —le digo para molestarla.

—Ya no más. —una risita que no le había escuchado antes se le escapa.

—Bueno, de nada. —es mi turno de sonreír.

Se toma un momento para acostumbrarse a la sensación, su respiración sigue agitada cuando comienza a moverse sobre mi, mis manos apoyadas en su cadera para ayudarla.

—Mierda. —gimo por la sensación.

Ella sigue marcando el ritmo por lo que siento su cuerpo tensarse cuando se acerca al orgasmo. Sus piernas se presionan con fuerza a mi alrededor, lo que tomo como mi señal para buscar mi propia liberación.

La intensidad se desliza entre nosotros cuando finalmente cae sobre mi pecho jadeando por el esfuerzo y la abrazo. Puedo sentir el latido de mi corazón retumbando en mi pecho mientras acaricio suavemente su espalda.

—¿Te gustó? —pregunto lo primero que se me ocurre.

—Si. —casi la escucho ronronear—. ¿Podemos hacerlo de nuevo?

—Dame un minuto... O dos... Tal vez un poco más. —se ríe—. Necesito echar a andar mi cerebro de nuevo.

—Oh no. —se incorpora de golpe—. No me digas que te estás arrepintiendo, ¿Te estás arrepintiendo?

Puedo notar la ansiedad y el temor en su voz, y sería un bastardo mentiroso si negara que también me gustó. Aunque mi trabajo está en riesgo.

—No, pero tengo que pensar bien las cosas porque estaré en problemas si tu tío se entera.

Sus cejas se fruncen en confusión.

—Nadie lo sabrá, no diré nada y tú harás lo mismo.

—No creo que sea tan sencillo. —acaricio su mejilla con mi mano—. Pero pensaré en algo.

Trato de cambiar el tema sabiendo que si sigo viéndola, tarde o temprano Welch o su familia se dará cuenta y dudo mucho que sus padres quieran a un simple policía para su hija, aunque sean unos padres de mierda. Y carajo, podría ya tener algunos sentimientos por ella.

—Ya pasaron cinco minutos... —canturrea haciéndome reír.

Obsesión (Mío #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora