Capítulo 35

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La empujo contra la encimera y la levanto por los muslos para que se siente ahí. Me parece una eternidad desde la última vez que la besé y ahora quiero aprovechar el momento.

Sostengo su rostro con mis manos y la beso con pasión, nada de suavidad y besitos dulces, no tengo la maldita paciencia para eso. Quiero encenderla y arrastrarla hasta mi habitación.

—Amor. —jadea cuando me aparto para sacarle la camiseta.

—Shh, nena. Te llevaré a desayunar, lo prometo. —vuelvo a besarla sosteniendo sus piernas para llevarla a mi habitación.

La dejo caer sobre su espalda con cuidado, solo apartándome para desvestirme. Cuando ella tira de la corbata recuerdo que aún llevo la ropa del día anterior.

—No te muevas. —le advierto—. Dame 5 minutos, tomaré una ducha rápida y vuelvo aquí.

—Está bien.

Ana sonríe mientras corro al baño, lanzando la ropa al piso y entrando en la regadera sin esperar a que el agua se caliente. Enjuago el shampoo y jabón para envolverme la toalla en la cintura.

—¿Ana?

No la escucho hacer ruido, pero la encuentro sobre la cama donde la dejé. Me inclino para desabrochar el pantalón corto y deslizarlo fuera de sus piernas, sus bragas rosas y sostén negro es todo lo que queda.

—Dime que tienes un método. —pregunto y beso su cuello haciéndola reír.

—Si, tomo la píldora. Y antes de que preguntes, solo he estado contigo.

—Eso es bueno, malditamente bueno bebé.

Me deshago del resto de su ropa y mi estorbosa toalla, apoyando mi cuerpo desnudo con cuidado sobre ella. Vuelvo a besarla y esta vez empiezo suave.

—Te extrañé. —me dice con las mejillas rojas, no sé si por vergüenza o de excitación.

—También te extrañé, Cerecita. Mucho. Esta vez ni tu padre podrá alejarme de ti.

Ana empuja mi pecho para hacerme rodar quedando debajo de ella, así que mantengo mis manos sobre la curva de su cadera.

—Tu cuerpo es diferente ahora. —hundo mis dedos marcando su piel pálida—. Y tienes mas curvas.

Ella toma mis manos y las lleva arriba para acunar sus senos. Acaricia mi pecho, descendiendo por el abdomen hasta la erección que se presiona entre los dos.

—Subí un poco de peso, luego hice mucho yoga. —me guía hasta la humedad entre sus piernas—. Ahora soy muy flexible, amor. ¿Quieres ver?

—Mierda, Cerecita. Sigues teniendo esa boca traviesa.

Un escalofrío me estremece cuando me desliza en su interior con un solo movimiento, mis manos pican por empujar su cadera para que se mueva, pero le doy el tiempo que necesita.

—Oh, mierda, se siente muy bien amor. —Ana presiona sus manos sobre la mías, aún aferradas a su pecho.

—Nena, voy a reventar si no te mueves. —le gruño sintiendo la tensión en la parte baja de mi vientre.

Se toma un momento para apoyar las manos en mi pecho y comenzar su balanceo sobre mi miembro, lento primero y aumentando la velocidad cuando los gemidos se vuelven incontrolables.

—¡Christian! —me araña el pecho con sus uñas sin dejar de moverse.

—Sigue.

Bajo las manos hasta su cadera para que se mueva y llegar ambos al orgasmo. Ana clava de nuevo sus uñas en mi, ignorando el dolor por mi propia liberación. Estiro su brazo para que se recueste sobre mi y acariciar su espalda.

—Vamos a dormir un poco antes de ir a desayunar.

—No puedo quedarme, levántate ahora y duermes cuando regreses.

Se levanta y se dirige al baño levantado su ropa en el camino para vestirse, mientras yo busco calzoncillos y pantalones deportivos en la cajonera.

—¿No te vas a quedar? —pregunto poniéndome la camiseta.

—No, tengo que ayudar a alguien con algo.

La observo con los ojos entrecerrados  cuando ella vuelve a ponerse los pantalones cortos y la camiseta gris. El tono vacilante en su voz no me convence.

—¿A quién?

—Un amigo.

Mierda. Cruzo los brazos sobre mi pecho y hago una mueca de disgusto.

—¿Cuál amigo?

—Un chico. —hace un gesto para restarle importancia.

—¿El imbécil de la academia? —gruño la pregunta.

—No es un imbécil, se llama Jesse. —sus cejas se fruncen.

—¡Lo sabía! ¡Ese pequeño idiota! —suelto un bufido furioso—. ¿Qué tipo de ayuda necesita el bastardo ese?

—¡Christian! No lo llames así. Solo voy a ayudarle a escoger un regalo para su mamá, que cumple años mañana.

—Oh, vaya. Él debe ser una gran persona. —me burlo—. Dime una cosa, ¿Te invitó a su casa? ¿Al festejo para su mamá?

—Él solo...

—Dios, ¿No lo ves? ¡El chico no puede estar lejos de ti un puto día!

—¡Es mi amigo! ¡Y yo te quiero a ti, idiota celoso! —apoya las manos sobre la cadera—. Por fin tengo un amigo y no voy a dejar de hablarle solo porque te sientes intimidado.

—¿Qué? —jadeo sorprendido—. No estoy intimidado, ni creo que sea competencia para mí. Solo digo que ese fulano no tiene buenas intenciones, pero eres tan...

—No te atrevas. —me amenaza apuntando con su dedo—. Terminas esa frase y me voy en este instante.

—Olvídalo. Vamos a desayunar antes de que ocurra otra cosa.

—Ya no tengo hambre.

—Tienes que alimentarte, deja de actuar como una jodida niña.

—¡Cuando dejes de ser un idiota!

Sale de mi departamento y yo la sigo por las escaleras. Afortunadamente hay un pequeño restaurante en la otra esquina y nos sentamos en la mesa junto a la ventana.

—No era así como quería pasar el rato contigo. —me dice mirando hacia afuera.

—¿Teniendo sexo? —susurro para que solo ella me escuche.

—Peleando. —pone los ojos en blanco—. No discutas conmigo, Christian. Cuánto más rápido lo aprendas, mejor será para ambos.

Mis cejas se arquean con incredulidad, luego la diversión cambia mi expresión.

—Eres tú quién tiene que aprender a obedecer, Cerecita. Estoy a cargo.

—¿Te excita ser mi jefe? —se muerde el labio—. Cuando termine mi curso en la academia serás mi superior.

—Así es. —sonrío—. Me llamarás Señor Grey.

En tus sueños, bebé.

Obsesión (Mío #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora