42. Una cabaña, un policía y tres demonios

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KIERAN

No dudo ni un momento en donde encontrar a Gib, sé que estará en el parque junto al río, vendiendo droga a adolescentes que quieren pillar para la fiesta de este fin de semana, la que da por finalizado el verano.

Qué lejano queda todo eso para mí, los tiempos en los que era un joven preocupado únicamente por divertirse y ligar con tías que nunca lo rechazaban. ¿Ahora? Ahora mis preocupaciones son otras, como evitar destripar mujeres inocentes y luchar contra las ganas de follarme a la chica que amo por miedo a que una perra del infierno la posea.

Problemas normales de cualquier hombre.

Diviso a Abigail sentada sobre una mesa del merendero y rodeada por un par de amigos, bueno, de los que solía llamar amigos.

Me apoyo en la farola y no es necesario que me acerque, puesto que en cuanto me ve, es ella misma la que se despide de los otros dos para venir hasta mí.

—Esa mirada puede significar dos cosas —comienza, arrastrando las palabras con esa sensualidad que siempre la acompaña—. Uno, estás cachondo y la niña no te satisface; o dos, vienes a pedirme algo.

—Lo segundo —aclaro expulsando el humo entre mis labios.

—¿Qué quieres?

—Estramonio.

—¿Estramonio? —Rompe en una carcajada y asiente al ver que mi expresión no cambia—. Bien, no preguntaré para qué lo quieres porque no me lo dirás. —Hace una pausa para ver si la saco de su error, pero no lo hago—. No lo llevo encima, pero me queda un poco en casa.

—Te sigo. —Indico el camino con una mano y espero a que ella camine para ir tras ella, apenas vive al otro lado de la calle.

—¿Cuánto necesitas? —inquiere girando la llave en la cerradura de la pequeña casa en la que vive ella sola.

—No estoy seguro, es para... —Me muerdo el labio cuando me mira con una ceja arqueada ya dentro de la cocina—. Una dosis pequeña.

—No tienes ni puñetera idea de cómo se consume, ¿verdad?

—No. Ilumíname.

—Podría iluminarte de tantas formas —susurra a la vez que acaricia mis hombros y me arrincona contra la mesa donde solíamos desayunar.

Conozco a Abigail lo suficiente como para saber que no me venderá lo que he venido a buscar si la ofendo o la rechazo, de modo que dejo que me bese y finjo una sonrisa cuando abre los ojos. Sus manos bajan despacio por mi pecho, pero la freno con suavidad y un nuevo beso por mi parte.

—Ahora no tengo tiempo, pero te buscaré —aseguro cuando frunce el ceño, duda un segundo y finalmente asiente poco convencida.

—Voy a por lo tuyo, ahora vuelvo.

Aguardo a que rebusque en su dormitorio, donde siempre guarda todo el material nuevo que le trae su camello de Calgary, y observo a mi alrededor sin poder evitar recordar momentos en esta casa. Lo cierto es que lo pasábamos bien, una lástima que se follase a mi mejor amigo, el cual, por cierto, tengo ahora secuestrado.

Todo va de maravilla.

Me cago en la puta.

—Vale, esto es el estramonio, te recomiendo tomarlo en infusión si no quieres una hostia muy fuerte o irte para el otro barrio —comenta entregándome una planta blanca con unos frutos en su interior, me mira fijamente y entonces me la quita—. Mejor te la preparo yo, no me haría gracia que la palmaras, aunque no te lo creas.

—Gracias. —Me apoyo a su lado y observo cómo llena una botella de agua casi por completo antes de poner muy poca cantidad de la planta dentro.

Cazador [COMPLETA] +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora