Ya era casi medio día y estaba sola en mi habitación.
—Bien, esta todos listo —susurré victoriosa—. Voy a volver a casa.
Había pasado toda la noche y la mañana pensando en cómo había podido llegar aquí. Sé que había venido por ese hueco entre la cama y el suelo, aunque desconocía el cómo y el por qué. También había averiguado los turnos de los soldados que vigilaban mi puerta y sus horas de cambio, Isabel me lo dijo y a cambio le di el día libre, menos mal que no sabía que era para escaparme porque sino no me hubiese dejado.
Lo único que se salió de mi plan fue que las ancianas vinieron a vestirme otra vez. Esta vez me cubrieron con un vestido azulado menos pomposo que el anterior y mucho más cómodo. Me dijeron que era otro regalo del Duque y que me sintiera muy agradecida porque era uno de los vestidos más pedidos de todo el reino. Simplemente les agradecí y en mi cabeza insulté al duque. Carlos no había venido a disculparse en toda la mañana y dudaba que tuviera cosas que hacer al ser un invitado en esta casa. Pero, ahora no quería saber nada de él y pensando que iba a regresar a mi casa y no volvería a verle más me contenté.
El sol ya estaba radiando con todo su resplandor y escuché como los caballeros de metal ya se movían para cambiarse, "¡Ahora! ¡Esta es mi oportunidad!". Cuando noté que los guardias no estaban, alcé mi vestido y empecé a correr por el pasillo, si seguía las instrucciones de Isabel la habitación estaba a la otra parte de este pequeño palacio, apartado. Suspiré aliviada al acertar que la mayoría de los sirvientes estaban en su turno de descanso ya que era la hora de comer.
Pasé por los corredores y cuando ya estaba casi apunto, sin darme cuenta, me di contra alguien al girar la esquina.
—¡Lo siento! —Me disculpe con prisas y volví a lo que estaba haciendo sin mirarle a la cara, no sabía con quien había chocado pero lo que si sabía es que no tendría que preocuparse porque no la vería más.
Por fin llegué al último pasillo donde en el fondo se podía ver la puerta de la habitación, el pasillo tenía apenas ventanales donde se filtraba la luz, sin cuadros ni nada decorando. Ralenticé mis pasos hasta que llegué a la puerta, la abrí y la cerré al entrar.
Emocionada y con esperanza me metí debajo de la cama escuchando como el vestido se desgarraba un poco al engancharse con algo. Cuando ya estaba completamente debajo de la esta cerré los ojos y deseé volver a mi hogar con todas mis ganas, después de unos minutos así abrí mis ojos aun con una sonrisa que se borró rápidamente al notar que aún no había vuelto a casa. Lo intenté una y otra y otra y otra vez.
—¡No puede ser! —Golpeé el suelo frustrada—. Tengo que volver a casa, por favor. —Mis lágrimas se descontrolaron y temblé. Solo imaginarme la idea de quedarme aquí para siempre me hacía temblar de terror. Quería volver a casa, pelearme con mi hermano y jugar con los gemelos, volver a divertirme con mis amigos. Vivir.
Con los ojos cerrados, desesperanzada y con mi corazón en un puño seguí insistiendo.
—Por favor, quiero volver —susurré rota.
—¡Mamá no encuentro a Ana! —Escuché como David chillaba escaleras abajo.
—¿Cómo que no la encuentras?
—¡Es que la vi que se metía debajo de su cama pero de repente desapareció! —Nunca había sido tan feliz al escuchar la voz de mi hermano.
Las lágrimas no pararon de salir, pero esta vez de alegría. "He vuelto a casa", es la única cosa que estaba en mi cabeza. Salí de ese pequeño hueco, caminé hasta bajar las escaleras y quedé enfrente de mi hermano y mi madre. Me dirigí a ellos lentamente, como si mis pies y cuerpo pesaran, mis parpados intentaban cerrarse pero yo no quería, quería ver si había vuelto a casa de verdad.
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Debajo de mi cama
Fantasy¿Qué harías si por accidente viajaras al pasado y tuvieras que embarcarte en un viaje por la España feudal con un enigmático duque? Ana en el último curso del instituto emocionada por la universidad. Una chica que le encanta quedar con sus amigos, p...