Capítulo 26 "Barcelona"

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Las calles estaban repletas, personas de todo tipo iban y venían. Desde grandes mandates árabes hasta pequeños niños casi sin ropa jugando a la pelota por la calle levantando la tierra. El vestido a pesar de ser largo con mangas estrechas traspasaba bastante bien el calor.

Habían pasado ya varios días desde que llegamos a Barcelona y todo este tiempo he estado haciendo lo mismo; paseaba por la ciudad amurallada, comía en los bares o en los mercaderes, visitaba la catedral, etc. Todo este tiempo el duque había desaparecido. Como en Valencia él despertaba aun cuando no había amanecido y llegaba a las altas horas de la madrugada. Mientras tanto Diago al parecer se había hecho más cercano a la Rosa, la acompañaba a casi a todos los lados desde esa noche también dormía con ella. Por otra parte, no había visto mucho a la Rosa y a Guadalupe menos en los desayunos y en algunos cruces en el hostal y en las calles.

Mis ojos se pararon en lo que parecía ser una tienda de chatarra, entré para matar el tiempo.

Al final del local había una pequeña guardiana de libros, era bastante pequeña, con unas pocas estanterías, pero las suficientes para ganar mi curiosidad. Me adentré entre ellas y rocé los libros a mi paso buscando alguno que me llamará la atención. Abrí los ojos y me paré cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo, miré el libro antiguo y áspero. Lo intenté coger pero otra mano arrugada se posó sobre la mía. Alcé la vista pero solo me encontré una cara tapada tras un sombrero.

—Perdóneme señorita. —comentó, su voz me sonaba y hacía que mi corazón se sumiera en un ambiente amigable...como familiar.

—No, perdóname a mí. —Sonreí y le entregué el libro. —Puede quedarse con él.

—¿Es así joven? —Lo cogió—. Muchísimas gracias por su consideración ante este viejo anciano—. Vi como sonrió en la sombra del sombrero.

—No pasa nada, igualmente no entendería mucho —dije rascándome la nuca.

—Vaya con que es así. Me disculpo, me tengo que ir. —Agachó la cabeza en una pequeña reverencia y yo torpemente le copié.

De su aplastado gorro negro pude ver como salían unos cabellos rubios manchados por las canas de la edad. Cuando se giró noté sus ojos brillantes azules mirándome y antes de marcharse del lugar se volvió a despedir, esta vez con unas palabras que ya me había parecido escuchar.

—Siento, joven, las molestias que le he causado y gracias por todo, espero que nos veamos alguno de estos días.

Su voz hizo brincar mi corazón. Sin más el señor mayor salió de la pequeña biblioteca y yo en un intento de saber lo que me ocurría, quizás de poder recordar algo escondido en mi memoria, lo seguí hasta la calle pero fui demasiado lenta. Ya había desaparecido entre la multitud.

Esa voz, esos ojos, ese pelo, este sentimiento.

—Señorita Ana, ¿ocurre algo?

—Yo, no, no pasa nada. —Me giré y sonreí al niño—. ¿Estas bien Diago? ¿Te has cortado el pelo? —Él asintió.

Su pelo largo que casi le tapaba por completo los ojos se recortó mostrándome unos brillantes de color gris.

—Me lo ha cortado la señorita Rosa. —Me sorprendí por la atención especial que estaba recibiendo de la Rosa.

—Y bueno... ¿Qué haces por aquí?

—La señorita Rosa está comprando algunos trajes por aquí.

—¿Otros más? —Asintió.

Se me olvidó recalcar que la Rosa parecía ser una fiel seguidora de la última moda, todo lo que salía novedosa y se hacía tendencia ella lo compraba, aunque no solo eso. Adquiría cualquier tipo de chatarra cara que se le pasará por la cara. La primera vez que la vi por la calle las cuatro sirvientas que normalmente llevaba estaban llenas de bolsas con artilugios extraños y vestidos mientras que Guadalupe parecía intentarle pararle los pies, cosa que hacía caso omiso la mujer rubia.

Debajo de mi camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora