Capítulo 25 "De camino"

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—¿Mi pregunta sería cómo va a ser mi guardiana con esas piernas? —preguntó mientras acercaba a Diago cada vez más a ella.

Yo fruncí el ceño mientras intentaba levantarme con la ayuda del duque. Tenía razón pero que debería de hacer, ¿negarme cuándo mi objetivo principal es reunirlos?

—¿Qué opción tenía? —respondí con un poco de rabia—. ¿Qué le has hecho a Diago?

—Solamente le he tranquilizado un poco, pronto se despertará. —Se levantó con el pequeño en brazos y lo dejó sobre las mantas que había en la esquina de la habitación—. Guadalupe. —Llamó a la chica de ojos rasgados—. ¿Podrías llamar a los carros y traerme el vestido que había preparado? —La doncella asintió y se fue—. Señorita Tormo, será mi dama de compañía durante el viaje mientras que el duque será su prometido.

Guadalupe llegó enseguida con el vestido, se lo dio a la Rosa y esta se acercó a mí.

—¿Señor duque podría salir de la habitación? —Carlos dudó un poco pero yo asentí indicándole que se fuera. Guadalupe cerró la puerta—. Empecemos. —Guadalupe me ayudó a sentarme en la misma silla que antes estuvo la Rosa y se agachó hasta que su mirada quedó en mi barriga. Cuando sentí como me bajaba la cremallera la aparté.

—Tengo un poco las piernas mal pero no soy discapacitada.-Comenté con el puente de la nariz arrugado.

—¿Un poco? Que graciosa es. —Me contestó la rubia divertida.

Me quité la camiseta quedando en sujetador y después, como pude, también los pantalones. Mis piernas habían mejorada un poco, ya no tenían tanto el color negro azulado de hace bastante tiempo. La Rosa rompió nuestra distancia pasando su dedo por el borde del encaje del sujetador.

—Vaya, ¿cómo lo ha conseguido? He escuchado esto de la reina. Es la nueva ropa interior que se ha estado diseñando en los países de los barbaros, realmente es muy difícil y caro conseguirlos. —No apartó su dedo, los nervios salieron a flor de piel.

—Mi señorita, debemos de darnos prisa, los carros ya llegaron. —Guadalupe habló y rápidamente apartó su dedo de mí.

En unos instantes Guadalupe me vistió mientras la Rosa nos miraba en todo momento. El vestido seguramente sería muy caro, me recordó a los vestidos que Carlos me regaló en la casa del señor Abalic. No era tan pomposo, más bien eran varias capas de tela, como una cebolla. El tejido era blanco con ricos encajes en los bordes de un azul oscuro con detalles de color oro sobre todo al final de las mangas largas. Terminaron con unos pequeños toques de lo que parecía ser polvorete, tosí y estornude varias veces por el molesto polvo.

La Rosa cogió en sus brazos a Diago antes de que Guadalupe le abriera la puerta de la casa en ruinas. Dos carrozas bastante llamativas nos esperaban, en uno se subió la Rosa con la ayuda de Guadalupe con aún Diago y nos indicaron que el otro era nuestro. El duque salió del carro y se quedó unos segundos parado mirándome hasta que se agachó ofreciéndome la mano.

—¿Qué quieres? —Le pregunté curiosa, el duque nunca le había hecho ese gesto. Carlos alzó la mirada con el ceño fruncido.

-Simplemente dame tu mano. —Y así hice.

El me agarró con fuerza y me ayudó a subir al vehículo cosa que agradecí ya que mis piernas empezaban a doler por el vestido un poco pesado. Me ayudó a sentarme, cerró la puerta tras de sí y se sentó enfrente mía. Carlos nunca había tenido ese detalle antes conmigo y mira que habíamos subido bastante en carro, seguramente sería por la situación.

El carruaje se puso en marcha siguiendo al carro donde estaban las dos mujeres con Diago. No sabía cómo era posible que aquella mujer pudiera tocar a Diago y encima tranquilizarlo, debería de haber sido todo lo contrario. Alguno tendría que haber quedado paralizado por el poder de este pero no, hizo algo imposible.

Debajo de mi camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora